CAPÍTULO DIEZ Catalina se sentía peor de lo que había estado antes de subir a la barca. Tiritaba mientras caminaba por la ciudad, la luz endeble ni se acercaba a secar la ropa empapada que llevaba. También tenía hambre, tanta hambre que ya estaba pensando en robar para llenar su barriga rugiente. Catalina empezó a mirar a cada tienda y puesto, buscando una oportunidad, pero de momento no había ninguna ocasión, incluso cuando su talento le permitía divisar cuando la costa estaba despejada. Casi empezaba a desear estar de nuevo en el orfanato, pero ese era un deseo estúpido. Antes de escapar, había sido un lugar incluso peor que este. Por lo menos, en las calles no había monjas que te azotaran por equivocarte, ni horas interminables trabajando en tareas inútiles para evitar el pecado de l