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El sol comenzaba a ocultarse entre los árboles del inmenso jardín de la mansión. Ana observaba a Máximo desde la terraza mientras el pequeño corría entre los arbustos, riendo con esa inocencia que siempre lograba iluminar cualquier rincón. A su lado, Avy sostenía una taza de té, aunque parecía estar más interesada en el juego del niño que en la bebida. Ana notó cómo los ojos de Avy se suavizaban cada vez que Máximo le extendía los bracitos, buscando refugio en ella. Era una conexión única, casi mágica, como si el niño pudiera sentir en lo más profundo que había encontrado a alguien especial. Ana, siempre observadora, sonrió para sí misma. Sabía que Avy intentaba mantener una distancia emocional con Marcus, pero los ojos no mienten, y los de ella hablaban en silencio cada vez que el hombre