Casey arregló su cola de caballo en el retrovisor del auto, calmándose a sí misma. “No estés nerviosa, no seas rara, no seas torpe. Tú puedes con esto”. Sostuvo su portafolio -una gran carpeta blanca llena de fotografías y descripciones de sus trabajos en banquetes anteriores- como un escudo frente a su pecho. Mientras se bajaba del coche y caminaba por el camino frontal bien cuidado, intentó respirar profundo y lograr deshacerse del sonrojo en sus mejillas. Su casa era enorme, cuatro pisos de piedra con ventanas inmensas con vista al bosque alrededor. La mansión estaba tan escondida detrás de un camino privado que había revisado su GPS a cada rato para asegurarse de que había un lugar al final de la nada. Se fijó en las alas de la casa (al menos tres que pudiera ver desde el frente), int