―¿Alguna vez me vas a contar? ―pregunta Nicole a Esteban al desayuno; desde que habían vuelto, hacía ya tres meses, él despierta con pesadillas, sueños que nunca ha querido contarle. ―Son sueños incoherentes, sin sentido, Nicole. ―¿Nicole? ―¿Estás enojado? ―pregunta ella con tristeza. ―¿Enojado? No, ¿por qué? ―Es que estás raro. ―No, cariño, no, perdóname. ―¿Por qué no me dices? Cuéntame. O por lo menos, si no me quieres contar a mí, ve a ver a un sicólogo, no sé, pero Esteban, no puedes continuar así. El hombre mira a su mujer. Se siente culpable. Es la culpa la que no lo deja vivir. Sabe todo el daño que le hizo. La abandonó, la humilló, la lastimó... No merecía su perdón. No lo merece. Y tenerla con él, a su lado, es como tener un trofeo sin haber competido. ―Dime, Esteb