—No te dejan de llamar, ¿no vas a contestar?—preguntó la pelirroja a su lado. Miró con sensualidad y deseo a Graham.
¿Cuánto tiempo llevaba siendo amantes? ¿Desde cuando se veían de aquella manera? ¿Cuándo fue que ambos se enfrascaron en aquella historia de infidelidad?
Era su asistente, quien no tuvo ningún remordimiento de meterse con él, incluso sabiendo que era casado, porque sí, ella lo sabía, todos sabían de la deslumbrante boda que hubo entre la alianza de Robert Graham y Alice Taylor, no había nadie que no supiera de aquella importante boda.
Tampoco a Robert le importó en lo más mínimo aquello, su esposa era algo que no le importaba y en cuanto ella no saliera de aquella casa donde él la dejó, todo estaría bien para él. La tenía sometida, con miedo a revelarse ante él, era todo cuanto Robert quería, mantener bajo su yugo a Alice, que entendiera ya de una buena vez que ella no era más que él, que no podría escapar de su lado y menos la dejaría estar con ese hombre al que ella decía amar.
—Ya sé para qué es. Mi esposa ha dado a luz o eso parece.—dijo sin el más mínimo interés o alegría por su primogénito que acababa de nacer. Aquello no lograba emocionarlo, porque así como no quería o sentía nada por Alice, tampoco sentía nada por esa criatura.
—Felicidades, ahora eres padre.—dijo en tono burlón la elegante y sensual joven.—¿No piensas ir a ver a tu hijo y a tu esposa?—preguntó, dejando las manos de él sobre los senos desnudos de ella.
Sus dedos se cerraron, apretando sus senos.
—¿Y perderme de este festín?—respondió con un beso.—Créeme, aquí estoy mejor. Me alegra la sonrisa con la que me recibes, me encanta como tus piernas se abren ante mí y más que nada, ahora la forma en la que me gimes, Dayana, eres una diosa.—se sumergió en ella, haciéndola alzar sus gemidos, sus piernas lo rodearon y aquella mujer y sus placeres lo hicieron olvidarse de cualquier cosa, se satisfacía en ella y perderse en su interior lograba hacerlo olvidar todo, tal como quería Dayana, pues pensaba que con sus juegos y lo bien que lo complacía, en algún momento podría convertirse en la señora Graham y desplazar a la joven Alice Taylor, ya que aún en el día del nacimiento de su hijo, Robert estaba a su lado y no con ella, así como había estado todos esos meses en los que dejó abandonada a su esposa embarazada, en aquella solitaria casa.
Ella creía tenerlo bajo sus garras, sus encantos, dejando de lado a su esposa, a su familia.
Mientras Robert sabía que su esposa e hijos estaban en el hospital, él creía que aquello era un castigo bastante bueno para la orgullosa Alice Taylor y aquel genio que él aún no lograba dominar, pues seguía con el mal sabor de saber que ella no disfrutaba en el sexo con él, que a lo mejor pensaba en ese otro hombre al que ella amaba, por eso, al dejarla encerrada, se aseguraba que ellos no se vieran hasta saber quién era él, de quién se trataba. No podía dejar que ella se viera con ese hombre, no podía permitirlo. Y necesitaba saber quién era, eso era algo que le atormentaba cada noche.
Dayana le daba lo que Alice no, lo hacía sentir que la complacía y aquellos gritos en el sexo, sus movimientos, la forma en la que ambos se tocaban, borraban de su mente la rigidez del Alice, su insípida forma de ser en la cama.
Seguía sin comprender como es que deseaba a una mujer así, como su esposa, sin más atractivo que su cara, porque él no se decidía si esas curvas tan pronunciadas le gustan o le disgustaban.
Pero su celular no dejaba de sonar, debido a que su hijo había nacido prematuro y con una condición crítica, en la que se dudaba que sobreviviera por mucho más tiempo.
(…)
—Aquí está Ethan. Ya está aquí.—dijo la enfermera, poniéndolo sobre los brazos de su joven madre.
Alice sintió aquello diminuto entre sus brazos y lo acomodó contra su pecho. Sus ojos estaban muy cerrados y sus manitas unidas, apenas se movía. Era muy pequeño y delgado, su piel muy blanca, aquella abundante cabellera rubia aplastada contra su cabecita hacía lucir como si todo estuviera bañado en oro, su puntiaguda nariz y su suave, muy suave piel.
Había salido a los Taylor. Todo de ese bebé decía que era un Taylor.
Había una noticia que no le querían dar a la recién parida y es que su hijo no estaba bien y su condición era mucho más grave de lo que se creía, peor de lo que ella sabía, pero su familia sí estaba al tanto de todo.
Por insistencia de los Taylor, su hijo fue llevado con su madre, para que al menos Alice viera el rostro de Ethan y tuviera un recuerdo agradable con él, sentir su calor, que estuviera cerca de su hijo y que al menos se quedara con eso en caso de que algo pasara. Porque algo iba a pasar.
Tocó su cara y sus dedos se deslizaban por aquella piel tan fina y suave. Lloró al verlo, dándose cuenta que amaba a ese ser tan diminuto que estaba en sus brazos, que lo adoraba y que jamás creyó necesitarlo hasta mirar su rostro.
Lo amaba.
Ethan abrió los ojos de forma perezosa y aquellos ojos azules se clavaron en su madre. Alice sonrió y acercó sus labios hasta su frente, dejándole un beso allí. Besó sus manos y sus pequeños dedos, y aunque Alice lloraba, era de felicidad, porque ya no estaría sola, lo tenía a él, a su hijo, a su Ethan, quien le hizo compañía todos esos meses en aquella fría y solitaria casa.
Estaba junto a él, nada más le importaba, solo eso.
—Alégrate, Alice. Alégrate, es tu hijo.—dijo su madre, maravillada ante la imagen de ver a su pequeña hija ya con su hijo en brazos y lo feliz que la inocente Alice se veía.
Sacaron una foto de ellos dos y luego su familia los dejó a solas, antes de que se llevaran otra vez a Ethan.
—Te amo.—le dijo con todo el amor que se puede expresar en unas palabras.—Ethan, te amo. Tendrás una madre que te dará todo el cariño del mundo. Cuidaré mucho de ti porque eres mi corazón, mi hijo hermoso. Tú eres el único dueño de mí. ¿Te gusta tu nombre? ¿Te gusta?—le dio un beso en su frente y luego unió su rostro al de él.—Eres muy suave y hueles a mucho amor. Sé que me amarás también, lo sé.
—Disculpe, señora Graham.—la interrumpió la enfermera luego de unos minutos.—Tenemos que llevarnos al bebé. Ya tiene que marcharse y usted debe descansar. Son recomendaciones del doctor.
—Claro, lo entiendo.—pero no quería apartarse de él, tristemente Alice se despidió de su hijo, sin saber que aquella sería la última vez que lo vería con vida, la última vez que podría sostenerlo entre sus brazos o besarlo, hablarle, tocarlo, ver sus ojos, apreciar a su hijo.
Cinco horas después, la madrugada de aquel martes frío en el que llovía a cántaros en pleno noviembre, Ethan Graham Taylor falleció, bajo la mirada de la enfermera, viendo como al débil bebé se le iba la vida, sin que los intentos de los doctores dieran resultados, sin que pudieran salvarle la vida. Fue lo que se pronosticó y así pasó.
Falleció.
La familia Taylor se mostró muy dolida ante aquella noticia, a pesar de que era uno de los pronósticos desde que Ethan nació.
Era el fruto del joven matrimonio, pero mucho no duró. Aquella dulce mirada se apagó muy deprisa.
Sofía, la hermana mayor, fue a la habitación de Alice y la encontró dormida, acarició su rostro tan tranquilo y en paz que no quiso despertarla para darle aquella noticia, pero cuando iba a salir, ya con la puerta abierta, Alice abrió los ojos.
—¿Sofi? ¿Te vas?—preguntó con voz pastosa, frotó sus ojos y estiró su mano para encender la luz, logrando ver el rostro mojado de su hermana mayor, causado por las lágrimas que derramaba por su sobrino fallecido y por la tristeza que sabía que eso causaría en su hermana.
—Alice…—caminó despacio, sin querer acercarse tanto a ella, sin embargo, no hacía falta decir mucho más, no hacía falta pronunciar las palabras, bastaba con Alice ver el rostro de su hermana y saber que algo muy malo había pasado.
—¿Do-Dónde está mi bebé?—se aferró a las sábanas, todo su cuerpo se entumecía y ya había comenzado a llorar, mientras el dolor de la pérdida la recorría.—¿Dónde está, Sofia? Mi hijo, mi Ethan. Quiero que lo traigan aquí.
—Alice…
—¡Quiero ver a mi hijo! ¡Quiero que lo traigan aquí! ¡Ahora!—al escuchar los gritos, sus padres acudieron a la habitación, al igual que sus hermanas y la enfermera.
—Ha muerto.—Cuando Sofía dijo las palabras, el rostro de Alice se ensombreció‚ dañando todo de ella, marchitándola por dentro y haciéndola sentir sin vida. Al igual que su hijo.
Recostó su cabeza a la cama y su cuerpo se quedó inmóvil, dejó de llorar y no salió de ella una sola palabra más, solo se quedó allí, observando el techo, agonizando por dentro y sin poder decir más nada.
Pues no solo había muerto Ethan, para ella también había muerto su ser, su espíritu, todo de ella, dejando solo aquel cascarón vacío que ya no era ni capaz de llorar.
Alice Taylor se consumía por dentro ante la pérdida de su hijo que solo pudo sostener en brazos una sola vez.
Ya no le quedaba nada, su felicidad se había esfumado. Aquel feliz momento fue muy fugaz, demasiado pasajero.