Cuando el señor Henry Taylor llegó a la casa de Tom, el señor comprendió que algo iba mal. La última vez que él lo visitó fue cuando su esposa murió y de eso ya habían pasado demasiados años. En el enorme salón estaban los dos sentados, tomando una taza de té. —Ir con rodeos no cambiará tu decisión.—dijo la voz gruesa de Tom. Aunque tenía miedo de la decisión de Henry, era evidente el motivo de su visita y odiaba que no se lo dijera directamente. —Pues no iré con rodeos, pero quería charlar unos minutos contigo. No somos dos desconocidos. —Y es por lo mismo que recurrí a pedirte ayuda hace un año.—Aún sin consultarle a su hijo o confiar que él lo podía solucionar, se aventuró en un préstamo, mientras el señor Taylor pedía que su hijo fuera el esposo de su pequeña niña, la última qu