05: Beneficios y condiciones

1217 Words
Por otro lado, las sirvientas no dejaban de susurrar y chismorrear entre ellas. A escondidas, observaban cuidadosamente a la joven pelirroja junto al señor Enzo, ellos eran ajenos a lo que sucedía, sin darse cuenta de que los demás estaban al pendiente de la mujer que había llegado la noche anterior. Se preguntaban quién era y por qué estaba allí. De repente, lograron escuchar algo que resolvería todas sus dudas. —¿Se van a casar? —susurró sorprendida una de las sirvientas, mirando hacia el comedor—. Ella es su novia... —Parece que sí, de lo contrario no le estaría hablando de matrimonio —dijo la más baja de ellas, Paula. —¿Por eso ha negado la visita de la señorita Jossie? —preguntó Claudia de nuevo. —Aparentemente, ella es la dueña de su corazón. Pero es muy joven, ¿no crees? —señaló a la pelirroja a escondidas. Claudia asintió. —Espero que el señor Enzo no esté en problemas, sería otro dolor de cabeza para su padre si se entera de que está saliendo con una jovencita —dijo con un suspiro—. En fin, vamos a terminar de limpiar, hay mucho por hacer. Ambas sirvientas se retiraron a la cocina para retomar su trabajo del día. Pero antes se aseguraron de informar a los demás empleados la gran noticia, que se propagó rápidamente. Todos hablaban del compromiso del señor Enzo y la joven pelirroja. Mientras tanto, Celine se encerró en su habitación después de traer consigo una jarra de agua. No entendía qué estaba pasando ni por qué Enzo le proponía matrimonio. Le parecía una broma de mal gusto por parte de ese hombre. ¿Cómo podría ser el matrimonio una solución? ¿Y por qué parecía hablar en serio? —No, cálmate. Debe estar bromeando... —murmuró para sí misma mientras daba un sorbo de agua. La ansiedad la consumía y no podía dejar de caminar de un lado a otro en la habitación. Enzo no había podido explicar sus intenciones, ya que recibió una llamada de su padre. Al ver su rostro pálido al recibir la llamada, Celine se dio cuenta de que debía ser algo serio. Pero ella quedó confundida y solo esperaba poder preguntarle si sus sospechas eran ciertas. Le parecía absurdo tener que casarse con alguien que apenas conocía. Después de todo, había huido de su casa por la misma razón. No quería casarse con el hijo del prestamista de su padrastro. Aunque la diferencia de edad entre ese hombre y Enzo era grande, ambos eran completos desconocidos para ella. No sabía nada en absoluto. ¿Debería sentirse segura en esa mansión donde se encontraba? ¿Y si ese hombre apuesto resultaba ser un mafioso o incluso un secuestrador? Aunque ella fue quien recurrió a él en busca de ayuda, Enzo no la había obligado a irse con él. ¿Había tomado la decisión correcta? Miles de dudas e inseguridades invadieron la mente de Celine, y dudaba de si realmente estaba protegida en ese lugar que no le pertenecía. Repentinamente, no pudiendo soportarlo más, salió de la habitación y se dirigió rápidamente al comedor. Necesitaba descubrir qué quería decir Enzo con lo de casarse, y si era así, le diría lo que pensaba al respecto. Sin embargo, al llegar al comedor se dio cuenta de que no había nadie aparte de una criada de baja estatura que estaba limpiando la mesa. Carraspeó para llamar la atención de la sirvienta. —Perdón, ¿puede decirme dónde está el señ... Enzo? —corrigió rápidamente. Paula inclinó la cabeza y la miró detenidamente. La belleza de la pelirroja la deslumbraba, y no pudo disimular su admiración por la joven frente a ella. Aunque le parecía un poco joven, entendía por qué el señor Enzo estaba interesado en esa joven. No la culpaba, la chica tenía un rostro envidiable. Por otro lado, Celine se sentía incómoda con la mirada de la sirvienta, pero intentó no mostrar su incomodidad. —¿El señor Enzo? —repitió Paula, y Celine asintió—. Oh sí, se ha ido a su habitación. —Gracias —dijo Celine dándose la vuelta y se apresuró hacia las escaleras. Sin embargo, a medio camino se dio cuenta de que no sabía dónde quedaba la habitación de Enzo. Soltó un bufido, sintiéndose tonta por no haber preguntado. Afortunadamente, se encontró con la chica que le había abierto la puerta la noche anterior. Se acercó para preguntarle dónde estaba la habitación. A diferencia de la otra chica, esta fue amable. —La primera puerta a la derecha, no es difícil de reconocer, es la más grande —dijo Claudia señalando hacia el pasillo. Con una sonrisa de agradecimiento, Celine caminó por el amplio pasillo hacia la puerta que le había indicado la sirvienta. Enzo se estaba quitando la camisa, que se había manchado de café minutos antes. De repente, unos golpes en la puerta lo hicieron voltear, y sin preocuparse por ponerse un albornoz, giró el pomo y se encontró con unos ojos claros. —Necesito saber a qué... —la frase de Celine quedó suspendida en el aire al darse cuenta del torso desnudo de Enzo—. Oh, yo... lo siento. Avergonzada, cubrió sus ojos rápidamente y sintió que sus mejillas se calentaban. Tragó con dificultad, nunca antes había estado en una situación así. Enzo, por su parte, contuvo una risa ante la reacción de la pelirroja. Le pareció gracioso y un poco exagerado, pero decidió ponerse de nuevo la misma camisa manchada que aún tenía en la mano para no incomodarla. —Ya está, puedes mirar —dijo. Celine abrió los dedos lentamente para asegurarse de que era cierto y los apartó de su rostro al ver que llevaba puesta la camisa. Soltó un suspiro de alivio. Sería imposible olvidar la imagen que había visto pero intentaría dejarlo atrás. Nunca antes había visto un torso tan musculoso y bien formado. ¿Era real? Se preguntó. —Bueno... esto... —se rascó el cuello con nerviosismo, tratando de recomponerse—. ¿A qué te referías con lo de casarnos? Me has dejado confundida. —Oh, lo siento. No tuve tiempo de explicarlo mejor, recibí una llamada importante —la miró—. Y sí, he estado pensando en tu situación y en la mía, y he llegado a una conclusión. —No creerás que el matrimonio es la solución, ¿verdad? —preguntó la joven. —Bueno, ¿se te ocurre una mejor idea? —levantó una ceja. —No, pero casarnos de la nada es una descabellado. Apenas te conozco, sería una locura... —Entiendo que suene así, pero puedo deducir que no eres una mala persona. De lo contrario, no te habría traído a mi casa —argumentó Enzo—. Mi intuición no falla. —Y lo agradezco mucho, me has salvado de una vida miserable y de un matrimonio no deseado —comentó Celine, un tanto alterada—. Pero hablar de compromiso entre nosotros es algo serio. —No será así, confía en mí. Permíteme explicarte las condiciones y los beneficios —dijo Enzo, desesperado por convencerla. —Bien, te escucho. —Vayamos a mi despacho, así nadie nos escucha —ella asintió y lo siguió detrás.
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