Por otro lado, a varios kilómetros de la residencia de Enzo, se encontraba una cabaña aislada situada en el bosque cerca del lago. En ese lugar vivía una joven junto a su padrastro, un hombre viudo que se había refugiado en el alcohol después de la muerte de su esposa hace diez años. Durante ese tiempo, la joven había soportado los maltratos por parte de su padrastro, convirtiéndose en víctima de él sin poder hacer nada al respecto. Estaba atrapada en una vida miserable, esclavizada.
Como si eso no fuera suficiente, el padrastro tenía muchas deudas por pagar y decidió ofrecer a Celine como esposa a uno de los hijos de sus prestamistas, sin importar que este fuera veinte años mayor que ella.
—Por favor, no me hagas esto... —suplicó Celine entre lágrimas—. Encontraré el dinero y pagaré cada centavo que debes, pero no permitas que ese hombre me lleve con él.
Celine se dirigió hacia su padrastro al verlo entrar a la sala, luego de haber despedido al prestamista que pocos minutos había estado allí para cerrar el acuerdo.
—No empieces... L-lo hemos decidido ya, no pienses arruinar nada, niña malagradecida... —balbuceó mientras trataba de mantenerse en pie, pero apenas y podía controlar su propio cuerpo.
—¿Por qué me haces esto? No quiero casarme con ese hombre, no lo conozco —comenzó a decir la joven, temerosa de lo que sería su vida—. Por favor, Malcom, no lo hagas...
Intentó agarrar el brazo de su padrastro, pero él se zafó bruscamente mientras se sostenía de la mesa para mantener el equilibrio. Sus ojos rojos indicaban que estaba ebrio y hablar con él sería una pérdida de tiempo.
Él no la escucharía. La frialdad en su mirada la paralizó.
—¿Pagarás cada centavo? —repitió su padrastro con una sonrisa burlona en los labios—. ¿Te crees mejor que yo, que soy un inútil y no puedo pagar la deuda?
—N-no, no. Solo quiero ayudar. Debe haber otra solución para pagar la deuda...
—No hay... T-tiempo. ¿Acaso no escuchaste lo que dijeron esos... infelices? —se acercó a ella amenazante—. ¡Me matarán si no les doy el dinero en dos semanas! ¿C-cómo conseguirás el dinero en tan poco tiempo, eh?
Celine tragó el nudo en su garganta y se dispuso a contar el plan que tenía en mente. Pero el tiempo no sería suficiente para llevarlo a cabo.
—Lo conseguiré. Iré a la ciudad y regresaré con el dinero. Encontraré una casa y nos mudaremos de aquí...
Al escucharla, su padrastro se abalanzó sobre ella furioso. Apretó su antebrazo con fuerza, provocando un quejido de dolor por parte de la joven.
—¡S-solo quieres escapar de mí! Pero no te dejaré ir nunca... Se hará lo que yo diga ¿me entendiste? —masculló aflojando su agarre—. ¡Así que déjate de tonterías y ve a preparar la cena!
Se alejó de ella y se dirigió a la habitación, donde se encerró ahogando sus penas en el alcohol.
Un sollozo escapó de Celine, pero ella ahogó el llanto entre sus manos para no hacer ruido. Si su padrastro la escuchaba llorar, no dudaría en salir y golpearla. Mordió su labio inferior reprimiendo las lágrimas, y se dispuso a preparar la cena. Una vez lista, le sirvió la mejor porción de carne a su padrastro y ella solo se quedó con la mitad de un panecillo que había en la alacena, pero apenas probó bocado de la comida. Había perdido el apetito.
Después de un rato, su padrastro estaba dormido luego de haber acabado con la botella completa de alcohol. Estaba tumbado boca arriba en la cama mientras la brisa fría inundaba la lúgubre habitación. Celine caminó sigilosamente por la estancia para cerrar las cortinas, pero el sonido de un auto a lo lejos llamó su atención. Era poco frecuente que alguien condujera por aquel atajo, de hecho, la mayoría prefería la carretera principal.
Intrigada, salió de la habitación y con cuidado de no hacer ruido, abrió la puerta de la cabaña, que afortunadamente no estaba asegurada. Su padrastro se había olvidado de pasarle pestillo a la puerta. En ese momento, una idea comenzó a maquinar en su cabeza. Debía escapar de allí antes de terminar como su prisionera y no salir nunca de esa cabaña.
¡Esa era su oportunidad para escapar! Pensó Celine, mientras apresuraba el paso hacia la carretera desierta.
Apenas había tenido tiempo de agarrar un desgastado abrigo que cubría un poco de su cuerpo. Caminó apresurada y giraba su cabeza hacia todos lados, mirando asustada en dirección a la cabaña, imaginando que en cualquier momento su padrastro podría despertar y darse cuenta de su ausencia. Necesitaba llegar hasta el auto antes de que fuera demasiado tarde para huir de casa.
No sabía lo que estaba haciendo, pero cualquier cosa era mejor que permanecer en aquel lugar.
Mientras tanto, Enzo no se había percatado del enorme bache que no había podido esquivar y ahora la llanta de su auto estaba completamente enterrada. Decidió pedir ayuda a uno de sus empleados más fieles, era su chófer y además mejor amigo que lo encubría en todo momento de su padre. Pero, esa noche desafortunadamente George no respondía a sus llamadas.
—Atiende George, por favor... —murmuró para sí mismo, al borde de la desesperación.
Se arrepentía de haber tomado el atajo que le ahorraba tiempo en el camino a la residencia, pero no tenía otra opción. Su padre había instalado un rastreador en el auto de Enzo para mantenerse al tanto de los lugares que visitaba. Sin embargo, Enzo descubrió rápidamente el localizador y lo desechó. No permitiría que su padre lo controlara en todo lo que hacía. Era un adulto y tenía el derecho de tomar sus propias decisiones. Por eso había ido a esa residencia apartada de la ciudad. Era un buen lugar para pensar y tener un poco de paz en medio del caos que últimamente era su vida.
Apoyando la cabeza sobre el volante, exhaló profundamente sin saber qué hacer en ese momento. De repente, una figura emergió de la oscuridad, causándole un buen susto a Enzo. Era una joven de piel tan blanca como la nieve, con un cabello largo y rojizo. A simple vista parecía más joven que él.
Enzo se preguntó cuál era la razón por la que estaba allí. ¿Qué hacía una chica sola en medio de la nada?
Por otro lado, su altura imponente intimidó un poco a la joven Celine, pero esa sensación pronto se desvaneció cuando sus miradas se encontraron. Aunque la oscuridad dificultaba apreciar con claridad los rasgos masculinos de Enzo, Celine pudo distinguir unos cautivadores ojos de un gris profundo que la observaban con una mezcla intrigante de curiosidad y desconfianza.
—Eh, señor... —susurró Celine con una voz temblorosa—. ¿Me podría llevar a la ciudad, por favor?
Frunciendo el ceño, Enzo miró con recelo a la pelirroja. Percibió temor en su mirada y algo le dijo que estaba en peligro. Todo su cuerpo parecía tenso.