Capítulo 7

2838 Words
Merian Unos golpes me hacen gruñir. Es domingo, estoy cansada y solo quiero seguir durmiendo así que decido pasar de aquel ruido tan molesto. Pero los golpes no cesan. Me levanto del peor humor posible para abrir la puerta y mientras me voy acercando pienso en las diferentes muertes para la persona que se encuentra al otro lado. Al abrir me quedo muda y mis ojos se abren por la sorpresa. Mierda. Lo miro confundida por su presencia, pero, mi mente no tarda en recordar la conversación que mantuvimos la noche anterior. Habíamos acordado salir y a mí se me ha olvidado por completo. Estoy en pijama y con el pelo echo un desastre. Vaya manera de empezar una cita. —Alguien se ha olvidado de nuestra cita – luce divertido mientras yo espero ansiosa a que la tierra me trague. —Yo...lo siento – me disculpo avergonzada mientras me aparto para dejarlo pasar. —Tranquila mujer, tenemos todo el día para ir al lugar que tengo pensando — me relajo ante su intento de querer quitarle importancia a mi despiste. De un momento a otro su cuerpo se acerca al mío con la intención de dejar un suave beso en una de mis mejillas, estoy deseando que llegue el día en el mi cuerpo deje de reaccionar de aquella manera tan...rara, al tener al hombre tan cerca. —Buenos días, ponte cómodo y dame unos veinte minutos – asiente sin separarse de mí. A regañadientes me alejo de su cálido cuerpo para volver a mi habitación. Abro el armario para coger una muda de ropa, por cómo Demian va vestido supongo que iremos a un lugar sencillo. Me decido por unos pantalones negros y un jersey de color rojo oscuro. Cojo la ropa interior y la toalla antes de encerrarme en el baño que hay en mi apartamento, que por suerte se encuentra en mi habitación. Intento darme toda la prisa que puedo, pero, mientras tanto, no puedo dejar de pensar en que es lo que me está pasando con el hombre que ahora mismo está sentado en mi viejo sofá. He descubierto que tiene treinta y seis años, es adicto al deporte, que no tiene una relación muy buena con su familia y que es uno de los hombres más ricos del estado o algo así, aunque para ser sincera esa última información no es algo que me interese. Desde el primer segundo en el que lo vi, supe que algo iba a cambiar en mi vida, pero, jamás pensé que el hombre estaría presente en mis días de esta manera. No quiero hacer el ridículo delante de alguien como él, así que intentaré no hacer caso a las mariposas que se me empiezan a formar en el estómago cada vez que lo tengo cerca. —Estás preciosa. —Gracias, ya podemos irnos – mis mejillas se tiñen de rosa, algo que se ha vuelto costumbre estando con él. Demian asiente encantado mientras camina hacia la puerta, dejándome salir primero. Cierro con llave antes de dar la vuelta e ir juntos hasta la salida del edificio. Una vez fuera, diviso su coche aparcado en la acera de enfrente, todas las personas que pasan por delante se quedan mirando más de lo debido, solo espero que no piensen cosas que no son.Me abre la puerta del copiloto y sonrío agradecida. Rodea el coche y en menos de un minuto estamos en la carretera rumbo a lo desconocido. Me abre la puerta del copiloto y sonrío agradecida. Rodea el coche y en menos de un minuto estamos en la carretera rumbo a lo desconocido.  —¿Te parece que primero vayamos a desayunar? — pregunta sin despegar la vista de la carretera. —Vale, pero ¿puedo saber adónde iremos luego? — no es que no confíe en él, pero, me gustaría conocer el lugar en el cual se llevará a cabo nuestra primera cita. Esto es una cita, ¿verdad? —Tenía pensado ir al zoo, pero si no...– mi sonrisa debe parecerse a la del Gato de Cheshire. — ¡Me encanta! – suelto entusiasmada. Aplaudo con la intención de parecer una niña pequeña y en el fondo puede que lo sea, porque nunca había visitado ningún zoo. Mi comportamiento consigue hacerle reír relajado. El camino hasta una de las cafeterías del centro de la ciudad es agradable. No hubo ningún silencio incómodo y las conversaciones de manera constante, algo sorprendente teniendo en cuenta el poco tiempo que llevamos conociéndonos. —Bienvenidos a Astros Coffee. ¿Ya saben lo que van a pedir? – miro a la morena divertida y no la puedo juzgar. Desde el primer instante en el que Demian entró en el local, todas las mujeres presentes se le quedaron mirando embobadas y la pobre camarera no fue una excepción. Este hombre sería capaz de ir por la vida provocando leves infartos sin percatarse de ello. —Tomaré un zumo de naranja natural y una napolitana de chocolate – si pido antes que él, cabe la posibilidad de que la chica tenga en cuenta mi presencia y puede que eso la ayude a salir del trance. Gracias a Dios, sonríe algo tensa mientras anota mi pedido, una vez concluida dicha tarea, vuelve a mirar a Demian. —Un café solo – pide sin inmutarse y con la mirada clavada en mí. De un momento a otro siento como su mano aterriza sobre la mía, cogiéndome desprevenida. El calor que desprende provoca un leve cosquilleo en mis entrañas y el guiño que me dedica acaba con todo. Con mi cordura y con la paciencia de la chica que se aleja algo frustrada. — ¿No te han dicho nunca, que no debes molestar a la persona que prepara tu comida? – pregunto divertida, mientras nuestras manos siguen unidas. —No la estoy juzgando así que no malinterpretes lo que voy a decir. Si veo que una persona va acompañada, respeto eso y no me acerco con segundas intenciones, ella debe ceñirse a realizar su trabajo y si quiere algo más que lo intente con personas que no vayan acompañadas – asiento estando de acuerdo con él. Antes de poder seguir hablando, un chico se acerca con nuestro pedido. Sí que trabajan rápido. Le damos las gracias y se retira volviendo a dejarnos a solas. Cojo el vaso de cristal con la intención de llevarlo a la boca, pero, la acción que está llevando a cabo Demian con su taza de café, me desconcierta. — ¿Qué se supone que estás haciendo? – pregunto confundida al verle examinar de forma extraña aquella taza y su contenido. —Ver si hay restos de babas, no creo que haya sido capaz de hacer algo tan asqueroso, pero, mejor prevenir que curar – me llevo la mano a la boca intentando amortiguar el sonido de mi risa. —En el caso de que lo haya hecho, que lo dudo, yo sería la víctima. – sé que está conteniendo una sonrisa, pero decide seguir aguantando. Se lleva la taza a los labios y sorbe dos veces antes de volver a dejarla encima de la mesa. —Tienes razón, está muy bueno. Disfruta de las babas – las risas vuelven y esta vez con fuerza. No recuerdo haberme reído tanto en mucho tiempo y agradezco poder dejarme llevar en estos precisos momentos. No me importa estar rodeada de personas que nos miran con el ceño fruncido, no me importa compartir mesa con un hombre que me dobla la edad y no me importa admitir que dicho hombre me gusta, a pesar del miedo que siento. El resto del tiempo que pasamos en la pequeña cafetería, es agradable y divertido. Las palabras salían de mi boca sin vergüenza, le hice todo tipo de preguntas, a las que él respondió con amabilidad, espero que no se haya molestado por mi curiosidad. Aun me cuesta entender la razón por la cual me siento tan cómoda estando cerca de él, nunca fui una chica solitaria, al contrario, pero siempre tuve cuidado de no poner mucho corazón en nada que tenga que ver con desarrollar sentimientos hacia otra persona. He aprendido que estas pueden dañarte, y mucho. Me deshago de mis pensamientos en el momento en el que el vehículo para. Demian baja del coche y como lo ha estado haciendo toda la mañana, abre la puerta ayudándome a bajar. Nos dirigimos a la entrada del zoo y siento cierta confusión ante los tres edificios que tenemos delante. —¿Estos sitios no suelen estar al aire libre? – pregunto algo confundida. —Este es más grande y solo tiene animales acuáticos, además de algunos osos polares... – me resulta complicado reprimir el grito lleno de entusiasmo y por ese motivo lo dejo salir sin vergüenza. —¡Ya estamos tardando! – mis ganas de entrar son evidentes. Le cojo del brazo y empiezo a tirar de su enorme cuerpo. —Tranquila, pequeña. Hay tiempo de ver a todos los osos que quieras – la elevación de la comisura de sus labios y el suave beso que me deposita en la cien logran estabilizar mi entusiasmo. Dos semanas Merian, solo hace semanas que le conoces y ese gesto tan tonto ha derribado el muro que tanto te ha costado proteger. Demian —¡Son adorables! – expresa con cariño al pasar por el túnel de cristal, que nos permite ver a unos cuantos osos nadando a sus anchas.Pero, en cuanto decido hablar vemos una cría de oso pasando justo enfrente de nosotros. —¡Dios mío, quiero uno! – se pega al cristal tanto como puede, mientras yo miro a nuestro alrededor en busca de alguna señal que diga que no está permitido acercarse tanto. Si parece que está a punto de traspasar el cristal. —¿Y dónde lo mantendrías? – pregunto divertido sin dejar de observar sus movimientos. —Mi bañera es bastante grande – contesta mientras se encoge de hombros. Niego divertido ante la seriedad de sus palabras, pero, mis pensamientos deciden tomar otro rumbo. ¿Será legal la venta de osos? Si es que sí, le compraré todos los que ella quiera. ¡Tengo una idea! Sí, creo que eso puede llegar a funcionar.  Mientras le sigo dando vuelta a la locura que se me ha ocurrido, seguimos dando vueltas por el lugar mientras hablamos de cosas triviales. —¿Por qué no te buscas a una compañera de piso? lo pagarías todo a medias. También podrías hablar con tus jefes y pedirles más días libres – compaginar el trabajo con los estudios puede resultar caótico. Muchos lo consiguen, pero siempre cuentan con un apoyo extra y ella hasta ahora no ha tenido suerte de poder contar con tal ayuda. —Demian, voy a una universidad que está plegada de personas con dinero y ya has visto donde vivo, es imposible que encuentre a alguien con quien compartir mi pequeño espacio. – si ella acepta, la ayudaré en lo que haga falta. Al fin podré gastar mi dinero con alguien que de verdad lo aprecie. —Todo se resolverá con el tiempo pequeña, ya lo verás. – he estado toda la mañana evitando el contacto con su cuerpo, pero siento la necesidad de envolverla entre mis brazos con la intención de fortalecer mis palabras. —Eso espero...– dejo de prestar atención a sus palabras al ver a uno de los de seguridad dando vueltas por los alrededores. —¿Tienes sed? Porque yo sí, ¿te importa ir a comprar unos refrescos mientras voy a por las entradas para el espectáculo de delfines? – sacude la cabeza, antes de ir en dirección al puesto que se encuentra en la entrada de esta parte del edificio. Una vez la tengo lejos, voy dispuesto a hablar con el hombre del uniforme. Al verme, este endereza su postura, pero una vez me tiene a poca distancia puedo ver como su cuerpo se encoge. Maldita sea mi altura. —Buenas tardes señor. Me puede decir si el encargado o alguien con un cargo algo más importante se encuentra por aquí, me gustaría hablar con él o con ella si es posible. —Buenos días. El señor Road debe estar bajando, pero, me permite preguntar cuál es la razón por la cual desea hablar con él... ... — ¿Me está usted hablando en serio? – vale. El tal señor Road es un poco...pesado o tonto, no sé cuáles de esos dos adjetivos le definen m mejor. —Muy en serio. Mire, no le estoy pidiendo llevarme el oso, solo que firmemos algún contrato en el que figure que el pequeño animal, es propiedad de la chica. – Estoy algo loco, pero eso es lo de menos. —Ningún mamífero o cetáceo perteneciente a este Zoo está o estará alguna vez a la venta, no creo que sea usted consciente de lo que está pidiendo señor Forrest. – Qué hombre más irritante. ¿Sabrá acaso quién soy o el poder que tengo en este país? —Venga hombre, es por una buena causa. Además, en esta vida todo tiene un precio, por desgracia. ¿Sabe usted que se puede adquirir hectáreas a la luna? Sea razonable, soy muy rico y puedo pagar lo... —Señor Forrest será mejor que se aleje y deje de hablar si quiere seguir disfrutando de su estancia en este Zoo. – levanto las manos en señal de rendición. No quiero meterme en problemas, al menos me quedo tranquilo al haberlo intentando, la intención es lo que de verdad cuenta, ¿no? Dejo atrás al hombre que sigue mirándome con el señor fruncido y voy en busca de Merian. Por suerte, sigue donde la he dejado, lleva dos botellas de agua en las manos junto a una bolsita transparente que contiene cosas de colores, serán gomitas. Era una adicta a los dulces, me lo confesó poco después de habernos conocido, había jurado que, si la hicieran elegir entre la comida normal y las dulces, no dudaría en elegir lo segundo. —¿Quién es ese hombre y porque nos está mirando de aquella manera? – no me giro, no hace falta. Cojo una de las botellas de agua que me extiende antes de responder. —Es el encargado de este sitio, nada importante. Será mejor que nos demos prisa, el espectáculo está por empezar. – ¿Por qué no le he contado sobre cuáles fueron mis intenciones? simple. Vergüenza. El resto de la tarde pasó en un santiamén y la conexión que hubo entre los dos aumentó, algo que no hizo más que aumentar mis ganas de lanzarme de una vez por todas y dejar de lado el leve tonteo. Estaciono a pocos metros de su casa. Mi cabeza va a mil por hora, estoy pensando cual será la mejor manera de hablar acerca de mis sentimientos y no morir en el intento, aunque para ser sincero, prefiero eso a que piense que soy un desesperado o un idiota. —Gracias por el día de hoy, ha sido el mejor de toda mi vida. – asiento encantado por su confesión. —Me alegra haber conseguido mantenerte alejada de la rutina, al menos por un día. – me alegra que solo haya pasado bien, la sorpresa que sentí cuando me confesó que nunca había estado nunca en un zoo, fue bastante grande. Me acerco con cautela, con la intención de dejar un beso en su sonrosada mejilla. Pero, sus palabras dichas en voz baja me frenan. —No sé qué me está pasando contigo – susurra, y de no haber estado tan cerca, no creo que habría podido escucharla. —Puede que yo si sepa que es lo que nos está pasando. Cada día te vas metiendo más bajo mi piel y nunca en mis treinta y seis años de vida me ha llegado a pasar nada igual con otra mujer. – cierro los ojos aliviado al haber dicho aquellas palabras, pero, al volver a abrirlos solo puedo ver como el miedo se va instalando en su mirada. Cuando menos me lo espero, alarga su brazo abriendo la puerta del coche y se baja con suma rapidez. Me bajo para intentar alcanzarla, pero, es sin duda más ágil y rápida que yo. Ya es demasiado tarde. Se ha ido. Me froto la cara frustrado, niego una y otra vez. Imbécil. Era de esperar, tan solo es una niña perdida en el mundo, una que ha tenido que aguantar demasiados golpes por parte de la vida, lo que menos necesita es a un hombre que le dobla la edad y que no le traería más que disgustos. Suelto un gran suspiro antes de volver a montar en el coche, pero, mis movimientos se ven pausados por una pequeña y delicada mano. En el instante en el que vuelvo a girar, siento como un pequeño cuerpo se apoya contra el mío. Sus brazos envuelven mi cintura con bastante fuerza y su rostro se va adhiriendo a mi pecho. Aún sigo sin poder reaccionar. —Tengo miedo –susurra contra mi pecho. —Mientras estés conmigo jamás tendrás que tener miedo. —Lo sé, a tu lado me siento protegida –cierro los ojos y apoyo la barbilla en su coronilla.  Nuestras miradas se cruzan y la suya se queda contemplando mis labios. La miro atentamente intentando buscar alguna señal negativa y al no encontrarla decido arriesgarme. Cuando nuestros labios se rozan, siento como su cuerpo se relaja, sus manos van subiendo hasta que quedan agarradas a mis hombros y las mías se adueñan de su estrecha cintura. No puedo evitar soltar un pequeño gruñido al sentirla tan cerca. Su dulce olor me tiene embriagado y el sabor de sus labios es la droga más adictiva que puede haber. Hace tan solo dos semanas que la conozco y....estoy perdido.
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