Nate
La oscuridad envolvía la casa como una manta pesada, cargada de la tensión y la expectativa de todos.
El aire estaba quieto, casi denso, como si la misma atmósfera aguantara la respiración ante la llegada de la rectora. Nos habían informado hacía ya una hora que ella vendría, y cada minuto que pasaba más ansiosos nos poníamos.
La profesora Moon y el profesor Thornwood parecían especialmente excitados por comenzar lo que ellos veían como una nueva oportunidad aquí.
En cuanto a la profesora Moon, su relación con su Arcano era un misterio que aún no conseguía descifrar. No sabía por qué su vínculo no había dejado secuelas en ella, a diferencia de lo que sabíamos sucedía en otros casos.
"Tal vez ella tenía razón, su Arcano la abandonó hace mucho, o tal vez en esta dimensión no tenía tanta fuerza su magia," pensaba, mientras trataba de entender.
"Los Arcanos sabemos cuando un corazón empieza a vibrar con una energía menor a la que se necesita para el vínculo, muchacho," me dijo la Torre invadiendo mi mente. "Pero nunca, jamás abandonamos."
Sus palabras se mezclaban con la preocupación de que ahora era yo quien guardaba la responsabilidad del Arcano de la profesora en mi bolsillo, literalmente. La carta que representaba su vínculo, ahora desactivado.
Un golpe sutil en la puerta rompió el silencio, haciendo que todos se tensaran y se levantaran como uno solo. Nos dirigimos hacia la entrada, cada paso resonando con el crujido de la madera del piso bajo nuestros pies, un eco del latir de nuestros corazones.
Abrimos la puerta con cautela, preparados para enfrentar lo que fuera a pasar.
—¿Acaso no es una noche hermosa para ser liberados? —dijo la rectora con una sonrisa, extendiendo sus brazos en un gesto dramático.
Lena, con su expresión habitual de frialdad y aborrecimiento, la seguía de cerca, flanqueada por dos guardias. Su presencia subrayaba el hecho de que cualquier "libertad" que se nos ofreciera estaría fuertemente condicionada.
Mientras ellos avanzaban hacia el interior de la casa, la rectora se tomó un momento para inspeccionar nuestro entorno. Sus ojos recorrían cada espacio, cada rincón, como si mentalmente ajustara sus estrategias y expectativas.
A su lado, los guardias permanecían alerta, sus ojos nunca dejando de monitorear nuestros movimientos, asegurándose de que no fuéramos una amenaza.
—Bueno, he venido a buscar mi respuesta, —declaró finalmente, deteniéndose y girándose para enfrentar a Jack con una intensidad que casi se podía ver arder en sus ojos. Su voz, aunque tranquila, tenía una urgencia que no se molestaba en disimular.
Él cerró los ojos un instante. Ya había tomado una decisión de lo que le diría, pero eso no lo hacía menos difícil al declararlo.
Cuando abrió los ojos, suspiró pesadamente y la miró. Dió un paso adelante, que los guardias no dejaron de seguir con la vista, avanzando hacia ella.
—He tomado una decisión, —comenzó a decir, su voz ronca por la frustración. —Y he decidido aceptar. Pero quiero que quede claro que mi decisión está condicionada a la seguridad de todos aquí.
Ella sonrió, un destello de triunfo en sus ojos.
—Por supuesto, Jack. Siempre he considerado lo mejor para mis... invitados.
La rectora comenzó a moverse por la sala, deteniéndose frente a cada uno de nosotros, como si estuviera evaluando sus opciones en un tablero de ajedrez; aún no sabíamos si estábamos en el de ella o en el nuestro.
Su mirada calculadora finalmente se fijó en la profesora Moon, que esperaba ansiosamente su turno para hablar.
—Lysandra Moon, ¿cuál es su deseo? ¿Se quedará con nosotros en la Academia?
—Sí, me encantaría quedarme, —respondió con entusiasmo, una sonrisa radiante que no mostró ninguna de las reservas que muchos de nosotros sentíamos.
La rectora asintió con satisfacción, claramente complacida con la respuesta. Con un elegante movimiento de su mano, hizo una señal a los guardias.
—Que así sea, —dijo ella. —Estás libre de ir y venir como desees dentro de los confines de la academia. Disfruta de tu nueva vida aquí, profesora.
Con un gesto de agradecimiento, la profesora se dirigió hacia la puerta, su paso ligero y seguro reflejaba su contento por la decisión tomada.
La rectora la observó salir de la casa con una sonrisa que se extendió aún más al acercarse al profesor Thornwood.
La seguridad en sus movimientos y la anticipación en su mirada eran claras; parecía que ya tenía una idea de quiénes aceptarían su oferta y quiénes podrían resistirse.
Mierda. Maldita sea, no previmos esto, pensé en estado de alerta; todo esto era parte de su juego, uno que, se seguro, había estado planificando desde que llegamos.
La pregunta ahora era, ¿qué haría con los que no quisiéramos quedarnos?
—Magnus Thornwood, —empezó a decir con una voz suave, casi aduladora. —¿Cuáles son sus deseos respecto a su futuro aquí con nosotros?
Thornwood alisó su cabello con una mano, una pequeña sonrisa asomando en sus labios antes de responder.
—He dado mucho pensamiento a esta situación, y he decidido que continuaré mi camino aquí, en la Academia, —declaró con una voz tranquila y firme.
La rectora asintió, su sonrisa se amplió un poco más, y con un gesto elegante de su mano, le dio permiso para moverse libremente.
—Estoy encantada de escuchar eso, profesor. —Dijo ella. —Espero que su estancia aquí sea fructífera y enriquecedora.
Thornwood inclinó la cabeza en señal de agradecimiento y se retiró de la casa siguiendo los pasos de la profesora Moon.
Mientras tanto, la rectora continuó su lento recorrido por la sala, su andar era el de un depredador calculador, midiendo cada paso con precisión, cada mirada cargada de intenciones no dichas. Sus ojos escudriñaban a cada uno de nosotros, como si estuviera evaluando el valor de su presa antes de dar el golpe final.
No lo soporté más.
—Se lo haré fácil, —declaré con firmeza, moviéndome ligeramente para enfrentarla. Mi voz llevaba un matiz letal, resonando con un eco de desafío en la habitación. —Los que estamos aquí nos queremos ir a la grieta, así que... Si es tan amable.
Ella se rió en respuesta, pero su risa no tenía nada de humor. Era un sonido frío, malicioso, que no surgía de la alegría sino de un sentido oscuro de triunfo. Era la risa de alguien que se sabe en control, que disfruta del juego de poder en el que los demás son meras piezas a mover.
La rectora se detuvo y me miró fijamente, sus ojos brillando con una mezcla de diversión y desdén.
—Oh, Nate, —dijo con una voz suave que contrastaba con la dureza de sus palabras. —¿Crees que es tan simple? ¿Crees que puedes dictar tus términos aquí?
Su pregunta colgaba en el aire, cargada de implicaciones. El silencio que siguió fue pesado, cada uno de nosotros conteniendo la respiración, esperando ver cómo nos moveríamos después.
—¿Qué parte de "nos queremos ir" es complicada de entender? —repliqué, sintiendo cómo la irritación teñía cada palabra. Di otro paso adelante, mi frustración creciendo al ritmo de su condescendencia.
—Cuanta impaciencia, —respondió ella, su voz tranquila pero con un borde de frialdad que no invitaba a réplica. —Verás, no es solo una cuestión de abrir una puerta y dejarte salir. Hay procedimientos, consideraciones de seguridad...
—Consideraciones de seguridad, —repetí, sarcástico. —O usted manteniendo el control, como siempre.
Ella sonrió, esa sonrisa que parecía saber más de lo que decía.
—Control es una parte necesaria de cualquier comunidad, especialmente una con tantas... peculiaridades como la nuestra.
Lena se movió con una agilidad felina, cerrando el espacio entre nosotros con apenas un par de pasos suaves.
—¿Por qué no los dejas ir? —preguntó, su voz impregnada de cinismo mientras lanzaba una mirada desdeñosa a la rectora, luego a mí, y finalmente a los demás. —No aportarán nada a la Academia, y si se mueren... Bueno, daño colateral sin importancia.
Estaba cansado de ser manipulado, cansado de los juegos de poder que jugaba la rectora a nuestra costa. Pero, afortunadamente para mí, me había preparado. No tanto para Lena aquí a mi lado.
En un movimiento rápido y decidido, actué.
Me moví rápidamente, aprovechando la cercanía de Lena para tomarla por sorpresa.
En un instante, la tenía controlada, sus brazos retorcidos detrás de su espalda y mi cuerpo presionando el de ella contra mi pecho para limitar sus movimientos.
La navaja que había ocultado antes de este encuentro ahora se encontraba firmemente presionada contra el delicado cuello de Lena. Sentí cómo se tensaba bajo mi agarre, el shock inicial cediendo paso a la comprensión de la seriedad de su situación.
—Déjanos ir... —exigí con voz baja pero clara, asegurándome de que cada palabra resonara en el silencio que ahora inundaba la sala. Mis ojos se encontraron con los de la rectora, fríos y determinados, antes de volver a Lena. —O ella paga las consecuencias.