Cerca de las doce decidimos ir a una discoteca a bailar, Verónica y Adolfo resolvieron no ir, asimismo Carolina, que declinó la invitación. En el momento en que la secretaria de mi hermano y Verónica fueron al baño, pregunté qué me había pasado, quién me había hecho eso, ninguno me supo responder. No me sentía bien y, a ratos, me sentía peor. Sabía que me habían dado algo, no una droga cualquiera, pues no había droga humana que pudiera dejarme así, mucho menos un vaso de cerveza.
Cuando volvieron del baño, quise abrazar a Carolina, me parecía tan distinta a como se había ido. Se parecía tanto a Rithana, ¿por qué no lo había visto antes? Claro, por eso mi hermanito estaba loquito por ella, era casi una copia de su mujer. Quise abrazarla y ella se apartó sin mucho tacto.
―Déjame llevarte a tu casa ―le insistí, quería imaginar que Rithana me amaba, que esa era “mi” Rithana, el amor de mi vida.
―Ya te dije, Jorge, que no, además ahí viene Benjamín. ―Sus palabras sonaron como un balde de agua fría que me volvió a mis sentidos… Aunque no por mucho rato.
La tomé del brazo y dio un gritito angustiado. ¿Qué nos pasaba? Ella me rechazaba y yo sentía algo por ella que no había sentido antes, ¿sería solo que me quería vengar de mi hermano?
Benjamín se acercó y se paró al lado de su secretaria, saludó a todos sin detenerse en ninguno.
―Yo iba a llevarla ―reclamé, creí que eso había quedado claro en la oficina.
―¿Y manejar con ella borracho? ―me preguntó dejándome en ridículo frente a todos… Una vez más.
―Yo soy el as del volante, conmigo iría segura ―afirmé con seguridad.
―Sí, claro. ¿Vamos? ―le preguntó a ella con voz más suave.
―Carito, ¿me vas a dejar solo? ―le supliqué.
―Chao. ―¿Esa fue su respuesta?
―Vamos. ―Volví a acercarme para abrazarla, ella me apartó y Benjamín se interpuso entre los dos.
―No la toques ―me amenazó y yo levanté los brazos en señal de rendición y me senté, esa batalla la había ganado él, la próxima vez, la victoria sería mía. Y no tendría reparos de ninguna clase.
Cuando me levanté para salir de allí, Miguel me tomó del brazo y me hizo sentar sin brusquedad. La forma en la que me miró me hizo ver que él tenía algo que ver con los problemas de aquella noche.
―¡¿Qué hiciste?! ―le pregunté de frentón.
―Lo hice por tu bien, Jorge, la querías y te hubiese ido muy mal con el jefe ―recalcó la última palabra―. No puedes pretender quitarle a su minita.
Yo me eché hacia atrás en la silla, miré a Khala que me miraba con reprobación. Sonreí con amargura, miré a Rodhon, me miraba como si supiera algo que yo no. Como siempre, me dejaban fuera de todo.
―Vamos a bailar ―me dijo Rita, una de las chicas del grupo, y puso su mano sobre mi brazo, yo la miré con cara de pocos amigos―. No te pongas así, esa chica es una aburrida.
―No me interesa esa mujer ―repliqué de un modo que no admitiera respuesta.
Otros dos del grupo llegaron a nuestra mesa, ajenos a lo que había ocurrido unos minutos antes.
―¿Vamos a ir a la disco? Las mujeres entran gratis hasta la una, estamos a tiempo todavía.
―Yo no voy a ir ―respondí molesto, no me sentía nada de bien. Lo que fuera que Miguel hubiera echado en mi trago, me estaba pasando la cuenta. Lo extraño era que las típicas drogas a mí no me hacían ningún efecto, sin embargo, aquella me estaba haciendo un desagradable efecto.
Se ofrecieron a llevarme, pero me negué, les dije que tomaría un taxi, que no llegarían a tiempo a la discoteca.
Caminé unos metros hasta donde no pudieran verme y desaparecí. Quería estar en mi casa. Me tiré en el diván, me hubiese tirado a uno de los cojines, pero todo me daba vueltas: mis fotos antiguas, los grandes cortinajes que mandé a hacer como una fiel réplica de mi casa en Egipto, las lámparas de adorno similares a las que usábamos dos mil años atrás. Cerré los ojos y me dormí sin saber de nada más…
Cuando abrí los ojos, a mi lado estaban Verónica y Adolfo.
―¿Qué pasó? ¿Por qué están aquí? ―pregunté un poco aturdid, miré la hora en mi celular. Las dos y veinte, ¿de la mañana o de la tarde?
―Tuviste un accidente al salir del pub, te trajimos para acá… No podía llevarte a un hospital ―me dijo Adolfo con una significativa mirada.
―Yo recuerdo haber llegado hasta aquí por mis propios medios… ―repliqué confuso.
―Bueno, no sé qué recuerdes, pero claramente no el haber llegado hasta aquí por ti mismo, nosotros te encontramos en la calle y te trajimos. ―Le dio una rápida mirada a Khala, Verónica, que observaba mi casa con curiosidad.
―Estoy bien ahora ―repuse con molestia, no me gustaba que nadie entrara a mi hogar, ese era mi refugio, nadie debía irrumpir en mi tranquilidad.
―¿Seguro? Quiero irme tranquilo…
―Estoy bien, aunque no entiendo qué pasó, Miguel me dio algo que no fue una simple droga, una droga normal no me hace este tipo de efecto, tú lo sabes.
―Tienes razón, intenté preguntarle, no me quiso decir nada. Tal vez fue Benjamín el que le dio el encargo para sacarte del camino de Rithana.
―¿Qué quieres decir?
―¿No lo sabes?
―Rodhon… Adolfo ―corregí por Verónica, pero ella ni cuenta se dio de mi error―. Dime qué quieres decir con eso.
―¿De verdad que no lo sabes? ¿Cómo puede ser posible eso?
―No entiendo… ―Mi mente no me estaba funcionando en ese momento, porque no lograba comprender las palabras de Rodhon, ¿qué tenía que ver Rithana con la secretaria de mi jefe?
―Carolina Vargas es Rithana. Él la trajo a la vida de nuevo.
―¿¡Qué?!
Me levanté, sin embargo, un mareo se apoderó de mí y tomé mi cabeza entre las manos. No me esperaba aquello. Sabía que si ella volvía a la vida, sería mucho más difícil manipular sus sentimientos. También lo sería para mi hermano, pero él, al contrario de lo que creía, no necesitaba manipular nada. Ella lo amaba. Siempre lo hizo. Era yo quien no la dejaba acercarse a él.
Eso, si lo que me estaba diciendo Adolfo era cierto.
―No sabía que había hecho algo para que no la reconocieras.
―¿Qué hizo?
―No lo sé, pero si no la has logrado reconocer, es porque algo debió hacer… Alejandro… Alejandro, tantas veces te lo he dicho ―prosiguió Rodhon―, debes destruirlo, buscar la forma.
―No.
―Vamos… Mira lo que te acaba de hacer. Trajo de vuelta a Rithana sin que tú lo pudieras saber.
―La última vez, cuando lancé el hechizo para que no volviera a la vida… Rodhon, no sabes cuánto me he arrepentido. Sí, es cierto, quería hacerle la vida imposible a mi hermano y siempre con un mal reversible, vale decir… Rithana siempre volvió y llegaría, inevitablemente, el momento en el que ellos fueran felices. Teníamos la eternidad por delante, pero ya me cansé de eso. Me cansé de luchar una guerra inútil. Lo único que quiero, es ser libre de él. Quiero irme por el mundo y, tal vez, solo tal vez, conocer a alguien con quien pueda ser feliz. No quiero seguir siendo el segundón. Quiero terminar con esto de una vez por todas.
―¿No lucharás por Rithana y por tu pueblo? ―me preguntó sorprendido.
―No.
―Debes hacerlo, Alejandro, de eso depende nuestra supervivencia y que la gloria de Egipto vuelva a su esplendor inicial, no puedes dejarlo todo ahora, sobre todo ahora que “ella” volvió.
―No lo sé, Adolfo, estoy cansado de luchar contra la corriente. Ella lo ama, siempre amó a sus hijos, si yo no hubiese intervenido…
―Si tú no hubieses intervenido, Ptolomeo, tu hermano, estaría gobernando Egipto ―sentenció.
―Así es, y quizás hubiese sido lo mejor. Por algo él obtuvo el don de liderar. Es cosa de ver sus vidas, donde va levanta imperios. Si él quisiera, no necesitaría de ese hijo para liderar el mundo, podría hacerlo sin ayuda de nada ni de nadie.
―Eres tú quien debe ser el nuevo faraón de Egipto, tú eres quien debe tener el poder. No él.
―¿Tú crees? ―pregunté con amargura.
―Estoy seguro, no puedes dejar que te arrebaten lo que te corresponde, además, no te preocupes, ella lo odia, no se soportan.
―No te creo, yo los vi bastante bien.
―Solo fingen, intentan llevarse civilizadamente, pero no lo logran, en más de una oportunidad he tenido que intervenir. Es tu oportunidad.
―No lo sé. No creo que sea bueno seguir lastimando a Rithana. Ya estoy harto.
―Alejandro… Jorge, escucha, esa mujer debe ser tuya.
―¿Y cómo se supone que debería hacer eso? Además, a mí no me gusta ella, desde que supe que su corazón pertenecía a mi hermano, dejé de verla como mujer, por eso nunca pude acostarme con ella, ni aun cuando yo la encontraba primero.
―Y ese ha sido tu error todo este tiempo, si no hubieras dejado que ella se acostara con tu hermano, estarías reinando con ella y tu hijo en un Egipto mayor que el que conociste de niño.
―No quiero reinar a costa de la felicidad de los demás. Además, los tiempos han cambiado. Mira, este mundo lleno de tecnología, ¿crees que aquí hay cabida para los faraones y nuestros dioses?
―¡Por los dioses de Egipto, Alejandro! No puedes ser un blandengue. Egipto debe volver a renacer en tus manos. Con Rithana.
―Ella no se fija en mí, tal vez no se lleve bien con mi hermano, pero eso no significa que quiera algo conmigo y no quiero forzar la situación de nuevo.
―Mira, yo no tenía idea lo que iba a hacer Miguel contigo, lo más seguro es que haya sido enviado por tu hermano, no solo lo hizo contigo, también vi cuando Miguel vertió algo en el vaso de Carolina. Drogó a Rithana y, lo más seguro, es que en este mismo momento, tu hermano se esté aprovechando de ella.
―Si así lo hace, yo no intervendré.
―¿No te importa?
―No. Después de ver morir a su último hijo, en su última vida. No. Jamás fue así. Siempre era por su bien. Debía hacer que dejara de sufrir. Pero la última vez… Lo vi, Rodhon, lo vi nacer… Ese niño debió vivir, tú no debiste matarlo. Ella… No. No volveré a molestarlos.
―Lo harás, lo quieras o no.
―No puedes obligarme.
―Verás, cuando Egipto esté en manos de ese loco desquiciado, cómo tendrás que intervenir para solucionar un problema peor que el que tienes en las manos ahora. Debes destruir a tu hermano, Alejandro, si no, él te destruirá a ti. Ten eso presente. Él no te dejará vivo esta vez.
―Nunca ha intentado destruirme.
―Eso es lo que tú crees.
Con esas palabras taladrándome las sienes, se fue molesto de mi casa.
¿De verdad mi hermano había querido asesinarme, sabiendo que ya no podría volver a la vida? Una pugna sin tregua volvió a germinar en mi mente, generando un torbellino de emociones. Si él me quería destruir, lo haría yo primero. Pero ¿sería capaz?