Estaba harto. Cuando era pequeño, en Egipto, todo debía ser como lo esperaban los demás. Debo reconocer que no estaba enamorado de Rithana. Sin embargo, ella era la mujer escogida para mí. Luego, mi hermano interfirió en nuestra relación y todo se fue a pique poco a poco. Rithana se enamoró de él, podía verlo en sus ojos. Y yo quedé vacío, se suponía que ella y yo debíamos tener un hijo para perpetuar el poder y gloria de Egipto. Pero ya no podría ser. O sí. Podía mantenerme firme en que Rithana era mía, tener al hijo y luego desecharla para que se quedara con mi hermano.
Lo malo fue que el ejército enemigo nos atacó y cuando salimos huyendo de Egipto, en lo único que pensaba era en tener ese hijo lo antes posible para concretar los planes de ser el nuevo Gran Faraón, no por mí, sino para defender a mi país del ataque de los romanos. No obstante, mi hermano tenía que echarlo todo a perder.
Después de inmortalizarnos, Rodhon iba a inmortalizarla a ella, a Rithana, el problema era que así no podría engendrar hijos. Intenté detenerlo, mas, mi hermano no me dejó, se enfrascó en una lucha mortal conmigo. Y encima de eso, después de todo lo que yo había hecho por Rithana, ella confesó el amor que sentía por Ptolomeo, mi querido hermanito. De ese amor yo ya sabía. ¿Acaso pensaban que era idiota? No quería creerlo, intenté muchas veces olvidarme de eso y pasar por alto las señales, la mirada brillante cada vez que Rithana miraba a mi hermano, el tinte rosado de sus mejillas y la mirada intensa y permanente de mi hermano hacia mi novia. En ese momento me lo estaba confirmando, me estaba humillando y no lo permitiría.
Entonces, preso de la deshonra y los celos, la maté. Pelear con mi hermano no era algo agradable, pero se había iniciado una guerra que no sería fácil de terminar. Una guerra que no terminaría sino dos mil años más tarde.
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CAPÍTULO 1
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1742 Inglaterra
La vi mientras paseaba por una feria local. Sabía que ella ni siquiera se fijaría en mí. Siempre era igual. Pero yo tenía mis métodos. Los poderes entregados aquella maldita noche, me hicieron un ser superior a mi hermano. Mientras que él podía detener el tiempo (un poder inútil), yo podía dominar los sueños de las personas, cosa que podía usar a favor o en contra de quien quisiera; mi hermano amasaba dinero de la nada (cosa igual de inútil), mientras yo podía hacer que todo el mundo estuviera a mi favor, todos veían solo lo bueno de mí o lo que yo quisiera hacerles creer, por lo que el trabajo o el dinero jamás me faltaría; él dominaba los elementos, yo teletransportarme y hacerme invisible para quien quisiera; él dominaba las emociones de los demás, yo manejaba sus sentimientos. Y más. Tenía el poder de crear escenarios, lo que yo quisiera. Aunque tenía sus limitaciones: debía ser en un lugar cerrado o en un lugar no muy concurrido. De todos modos, podía hacer que vieran visiones, imaginar cosas que no existían. Era capaz también de conocer la historia de las personas, ver en sus recuerdo, conscientes o no. Y, por supuesto, cambiar mi apariencia para hacerme pasar por otra persona. Y a quien me encantaba suplantar, era a mi querido hermano… En cada vida de Rithana.
Y ahí estaba, en Inglaterra. Lo primero que hice fue ocultarme de su vista. Cuando se dio vuelta, chocamos “casualmente”.
―Lo siento ―me disculpé como si no la hubiera visto antes.
―No ―respondió―, yo lo siento, no vi por donde iba.
―Está bien ―dije―, creo que ambos íbamos distraídos.
Ella sonrió, no porque le agradara lo que acababa de decir, sino que estaba siendo influenciada por mí. Yo sonreí, porque otra vez engañaría a mi hermano, haciéndole creer que ella estaba enamorada de mí.
De haber sido mi propósito el haberme quedado con Rithana, aseguro que lo hubiera hecho la primera vez que volvió a la vida. En Grecia, en España, en Portugal o en su primera vida, pero no, no quería, lo que quería era hacerlos sufrir, hacer que su vida fuera miserable. Podía hacerlo con Rithana, ella seguía siendo humana, mitad diosa, pero a cada vida, su divinidad se perdía un poco más, por lo que mis poderes sobre ella hacían un gran efecto. No así en mi hermano. Por eso, si lo quería hacer sufrir, debía golpearlo donde más le dolía: Rithana.
Y allí la tenía, frente a mí, a mi merced.
Dominé sus sentimientos: amor a primera vista. Mi sonrisa no era de ternura ni de amor precisamente, al contrario, era la hipocresía hecha expresión, sin embargo, ella no lo notaría. Y no lo notó.
―¿Cómo te llamas?
―Rosalie Wright, ¿y usted?
―Richard Veeris…
Mantuve mi mirada pegada a la suya, no quería que perdiera conexión conmigo. La necesitaba de mi lado. En ese momento llegó una mujer, su nana, casi su madre, Khala, mi querida Khala, la nodriza que me crio, siempre me quiso más que a mi hermano, el problema era que si hubiera visto como era de verdad, estaba seguro de que ella le daría el favor a Ptolomeo.
―Vamos, Rosalie, debemos volver a casa, su padre debe estar esperándonos ―le dijo mirándome, le hice ver en mí un gran hombre.
―Sí, nana ―contestó en completa sumisión. Me encantó.
―Buenas tardes ―me despedí y salí de allí, me hice invisible y las seguí, necesitaba saber dónde vivían y llegar a su padre para pedirla en matrimonio.
Una vez visto quienes eran, me di cuenta de que ellos darían una celebración, me las arreglé para ser invitado, allí pedí la mano de Rosalie, la cual, por supuesto, no me fue negada.
Casi no nos vimos durante nuestro noviazgo, no fue amor lo que me llevó a pedir su mano.
Comencé a esparcir el rumor de mi compromiso, debía hacer que mi hermano lo supiera, en cuanto eso sucediera, sería cuestión de tiempo a que él saliera en su rescate.
Y apareció, tres días después de mi último encuentro con ella, furioso, como me gustaba verlo. Quiso enfrentarme, no lo permití, ni siquiera aparecí, pedí que dijeran que no estaba. No iba a discutir con él, no era el momento.
Se fue… Sin Rithana, aún no era el momento.
Aunque él me ganó una partida, no sé qué hizo, pues su padre me prohibió verla y al día siguiente mi hermano estaba comprometido con ella. Claro que ella no lo conocía ni lo había visto nunca. Un matrimonio concertado, donde ella no tenía idea de con quien se casaría.
De todos modos, a mí no me sacaría tan fácil del camino, tres días sin verla, eran suficientes para que ella olvidara todos sus sentimientos hacia mí y no lo permitiría, cuando se encontrara con mi hermano, debía estar enamorada de mí, esa era la única forma en que la dejaría ir con él.
Me aparecí ante ella en su jardín, mientras daba un paseo. Ella me miró un poco desconcertada, ya no sentía lo mismo por mí, de inmediato manejé sus sentimientos para que volviera a amarme, o creer que me amaba.
―Rithana, tengo que contarte algo ―le dije con cinismo―. Hay un hombre, él es muy poderoso, tiene mucho dinero. Él… él te vio… quiere casarse contigo. ―Hice que mis ojos parecieran tristes―. Yo no quiero perderte, pero si tú quieres irte con él, yo lo entenderé, tú eres lo único que tengo, sabes que no tengo familia, y por lo mismo, es que quiero que seas feliz, por eso, si tú te vas, el inmenso amor que te tengo me hará entender que es lo mejor para ti y eso es lo más importante para mí, tu felicidad.
Rithana insistió en que no me dejaría, que no le importaba todo el dinero del mundo, que a mi lado se quedaría. Parecía tan sincera que se lo hubiera creído… si no supiera que esas palabras estaban influenciadas por mí. No eran sus verdaderos sentimientos. Y dolía. Por eso yo no sentía culpa, no me importaba. Así lo había querido ella cuando decidió quedarse con mi hermano.
El “amor” poco importaba en nuestra cultura, los matrimonios rara vez se establecían entre dos enamorados, eso era casi inexistente. Y Rithana debió quedarse conmigo, a pesar de no amarme, nuestro matrimonio estaba concertado desde hacía mucho tiempo y eso era lo más importante, el honor de la palabra dada. Eso fue lo que ella destruyó, el honor de nuestra familia. Y el honor lo es todo.
Una semana más tarde, Rithana desapareció, sin embargo, yo sabía muy bien dónde estaba. O mejor dicho, con quién estaba. Mi hermano la tenía. Todo estaba saliendo de acuerdo con mi plan, tal como en las otras vidas de su amada Rithana. Él la llevaría a su casa, la haría suya, ella quedaría encinta, sufriría (era la parte que menos me gustaba) y luego yo la “robaría”, primero para que no tuviera ese hijo –que de todos modos no podría nacer– y terminar con la vida de Rithana.
Cerré los ojos. No me gustaba hacer eso, lo confieso, pero quería vengarme y Rodhon me convenció de que era la única forma de hacerlo y si él lo decía, así debía ser. De ese modo, sufría Ptolomeo y, de paso, me vengaba de Rithana. No obstante, Rodhon, siempre me aseguraba que era la última vida de Rithana, no obstante, ella volvía a aparecer siglo a siglo. Reconozco que en las últimas vidas de ella, no había podido atentar contra su vida, no sabía si la rabia había menguado o qué, pero no podía y Rodhon lo hacía por mí. En ese momento no estuve seguro de querer hacerlo de nuevo. Me conformaba con que mi hermano creyera siempre que me había amado a mí antes que a él, aunque no fuera verdad. Ya no quería continuar con esa estúpida e inútil venganza.