A pasado una semana desde que dejamos a Bea en su última morada, una que Dante ha visitado cada día de los siete que el que fuera el cuerpo de mi hermana yace bajo tierra. Como hacía cuando de adolescente le confesó su amor, le lleva una rosa roja cada día y se la deja sobre la lápida en donde está cincelado su nombre, fecha de nacimiento y el día que partió de este mundo. No sé hasta cuándo estará viviendo con esta melancolía este hombre porque, además de extrañar el aspecto corpóreo de quien se fue, la culpa que siente al haber hecho sufrir a quien había nacido para que él ame, no es algo fácil de sanar y superar.
Ya son quince días desde que mi hermana se fue, trece que está en este cementerio y estoy caminando con un bonito arreglo floral en forma de osito entre las tumbas de tantas
