Parte 1: Capítulo 2

2489 Words
- El cáncer de estómago que Bea padeció tenía una única raíz: Dante. El no aceptar lo que sucedió entre ellos, perdonarlo para dejarlo ir y superarlo al no darle importancia para que afecte su vida fue lo que hizo que aparecieran células cancerosas, el tumor creciera y la enfermedad evolucionara tan rápido en tan corto tiempo -afirma César mientras se acerca a mí y toma mis manos para consolarme-. Por más que extirparon el tumor y parte del estómago para luego recibir quimioterapia, el mantener esos sentimientos que la envenenaban hizo que llegara la metástasis y que la perdiéramos. En poco tiempo ella generó un cáncer muy agresivo porque el odio que sentía por él fue tan grande como el amor que le tuvo. El caso de Bea es un ejemplo de cómo nuestras emociones y sentimientos nos pueden dañar y llevar a la muerte. Por favor, Mili -y veo que sus ojos se llenan de lágrimas-, si aún no superas lo de Paulo, te pido que lo hagas, no quiero que la tristeza despierte en ti un cáncer de pulmón o de riñón y perderte como hoy acabamos de perder a tu hermana. Entendí mejor a la Bea enamorada cuando ya estaba en la universidad. En mi segundo semestre, en una mañana que salía de la biblioteca, conocí a Paulo. No me di cuenta que él caminaba hacia mí cargando una gran caja llena de polos que su facultad vendería para recaudar fondos pro olimpiadas. La caja me cayó encima, y, aunque no era pesada, me doblé el tobillo. Él renegaba y lanzaba improperios porque al ir caminando con la caja que le restaba visibilidad, iba alertando a la gente a su alrededor para que le abrieran paso, pero yo caminaba distraída escuchando música con mi discman -solo los nacidos en los 80’s y 90’s me entenderán-, y no me percaté de las alertas que lanzaba, así que fue irremediable que me estampara la caja por el costado derecho, haciendo que mi tobillo se doblara y yo cayera sentada de lado, como las protagonistas de las telenovelas caen para lucir frágiles y hermosas. Sin embargo, cuando me vio dejó de hablar y se quedó con la boca abierta. Los alumnos que estaban a nuestro alrededor se acercaron a ayudarnos, y cuando uno intentó levantarme me quejé por el dolor en mi tobillo, lo que hizo que Paulo se parara de un salto, me cargara en sus brazos y me llevara al Centro Médico Universitario. Era la primera vez que un muchacho que no sea Braulio, Gerónimo o Sergio, a quienes siempre miré y traté como los hermanos que nunca Bea y yo tuvimos, me cargaba. Esos segundos que estuve en sus brazos, rodeando su cuello con los míos, tan cerca de él, fueron suficientes para que me enamorara. Desde ese día nos hicimos uno. Sin que lo habláramos, ya éramos exclusivos uno del otro. De eso me di cuenta cuando para la fiesta por inauguración de las olimpiadas interfacultades rechacé la invitación de Miguel Gómez, el capitán del equipo de basquetbol de la universidad, quien traía a todas babeando detrás de él. Hasta hace unas semanas atrás yo moría por Miguel, como todas en la universidad, pero me bastó ver los ojos verdes de Paulo asombrados cuando me vio tirada a las afuera de la biblioteca, oler su colonia cuando estaba tan cerca de su cuello y desear que me sonría todos los días como lo hizo mientras la enfermera me colocaba la venda que el doctor indicó tras revisar mi tobillo, para que yo me comprometa para siempre con él. Asimismo, él hizo lo propio rechazando a Verónica Arias, la reina de belleza del distrito por esos tiempos, y supe de ello no porque Paulo o alguien más me lo contara, sino porque yo lo escuché. Estaba sentada en el descanso entre el primer y segundo piso del edificio de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales esperando a que terminara la clase de Bea cuando escuché que Verónica saludó a Paulo y le insinuó que iría sola a la fiesta de inauguración de olimpiadas. Él comenzó a mencionar el nombre de varios chicos con quienes se le veía a Verónica en las fiestas y reuniones sociales en los últimos meses, para que ella se diera cuenta que tenía a su disposición a muchos candidatos a ser su pareja para esa fiesta, pero la muy reina de belleza le dijo que dejaría a todos de lado si él la invitaba a ir juntos a la fiesta. No voy a negar que Verónica a sus dieciocho años era una hermosura -cosa que ya no lo es a sus cuarenta-, por lo que escuchar que se le insinuaba provocó en mí celos y mucho miedo; no quería que él le dijera que sería un placer ser su pareja de esa noche. Sin embargo, la respuesta de Paulo ni Verónica ni yo nos la esperamos, ya que le dijo que debía aceptar alguna de las propuestas que ya tenía porque él ya había invitado a alguien más. Con el corazón roto empecé a moverme lenta y cautelosamente para que no me vieran alejarme de ahí. Ya en el primer piso, con mi andar cabizbajo, Paulo me encontró. Me saludó con mucha alegría y con esa sonrisa que me derretía, pero estaba tan triste al saber que iría con alguien más a la fiesta que no pude ocultar mi pena y hacer que se preocupara al verme así. Como yo no respondía su pregunta sobre qué me pasaba, me tomó de la mano y me llevó a una de las bancas del camino hacia la Facultad de Ingeniería, el cual no era muy transitado a esa hora. Me sentó y tocando una de mis mejillas con su mano volvió a preguntar, y yo seguí negando callada. «Mili, te necesito contenta porque quiero pedirte algo», esas fueron las palabras con las que comenzó. «Mili, ¿irías a la fiesta de inauguración de las olimpiadas conmigo?». Terminó de hacer la pregunta y pensé que había oído mal por la tristeza en que me sumergí al escuchar sin querer su conversación con Verónica. «Repite lo que acabas de decir porque creo que he escuchado mal», dije y él me regaló otra de sus hermosas sonrisas. «¿Quieres ir a la fiesta de inauguración de las olimpiadas conmigo?», lo repitió acercándose más de lo que ya estaba de mí, mirándome de la misma forma en que Dante lo hacía con Bea cuando le coqueteaba buscando obtener lo que en ese momento quería. «Sí, acepto». ¿Por qué agregué el “acepto” a mi respuesta?, no lo sé, pero él se alegró mucho, y tomando mi cara con sus manos me besó. Ese fue mi primer beso de toda mi vida, y mientras me lo daba, sentí que mi cuerpo quemaba. Soltó el beso y me miró mordiendo su labio inferior de una manera tan sensual que si no hubiera sido mi primer contacto romántico me hubiera lanzado sobre él por otro, uno más intenso. Abrí un poco la boca para decir algo, y él me interrumpió acercando otra vez su boca a la mía, metiendo su lengua, rozándola con la mía. Gemí y él me sostuvo por la cintura con un brazo, mientras que el otro lo apoyaba sobre mi brazo izquierdo al tomar con su mano mi barbilla, impidiendo que me aleje de él y me suelte del beso. Cuando el aire nos faltó, separamos nuestros labios, pero el reposó su frente sobre la mía. Abrí los ojos y él sonreía agitado, aún con los ojos cerrados. Verlo abrir sus hermosos orbes verdes me pareció una escena muy sensual, y sentí que algo me recorría del estómago hacia mi intimidad, algo que no sabía qué era hasta que hablé con Bea esa tarde cuando llegamos a casa. «Me gustas, Mili», me dijo aún con nuestras frentes unidas y acariciando suavemente mis labios con las yemas de sus dedos. «¿Quieres ser mi novia?», ante esa pregunta, le sonreí y le dije que sí. Me atrajo hacia él y me abrazó, perdiéndonos en una realidad paralela. La campana de cambio de hora se escuchó, le dije que debía ir a encontrarme con Bea para ir a casa. Agarrados de la mano y sonriendo como dos tontos caminamos hacia la escalera cercana al salón de mi hermana en el segundo piso. Cuando ella bajó junto con Dante, ambos supieron lo que nos pasaba, y sin decir nada mi hermana me abrazó y él le dio un apretón de manos a mi reciente novio. Paulo estudiaba Economía, por lo que estaba en la misma facultad que Bea y Dante, quienes estudiaban Contabilidad y Administración de Empresas respectivamente. El tiempo de olimpiadas era terrible para mí, ya que los tres se unían y me hacían cargamontón por ser de otra facultad –yo estudiaba Comunicación-, pero fuera de eso siempre me la pasaba bien con mi amor, mi hermana y mi cuñado. En su facultad Paulo era un alumno destacado. Tenía el promedio más alto de su promoción, el segundo de su facultad y el quinto en toda la universidad. Todos los catedráticos vislumbraban para él un gran futuro profesional, y él siempre decía que ese gran futuro como economista sería complementado por su gran futuro como mi esposo. Él fue el primero en hablar de matrimonio, hijos, hipotecas y de una vida juntos. Era capaz de imaginar al detalle nuestros días de pareja, como padres, como esposos, como amantes. Después de hacer el amor por primera vez, cuando cumplimos nuestro primer año de novios, fantaseaba mucho sobre cómo me mantendría desnuda todo un fin de semana sin salir de casa cuando ya estuviésemos casado, que me llevaría de vacaciones a una playa exclusiva y de cómo me haría suya sobre una toalla en la arena. Eso me sorprendía, él tenía más imaginación que yo, y eso que se suponía que yo era la creativa en la relación por querer especializarme en Marketing y Publicidad. Todo entre nosotros siempre estuvo bien y fuimos conocidos como una pareja muy solida. No éramos tan conocidos y fiesteros como Bea con Dante -por obra y gracia del don de mi hermana de hacer amigos eran invitados a varias fiestas cada fin de semana-, pero todos en la universidad sabían de lo nuestro, aunque no faltaron quienes no gustaban de vernos juntos. Alguna vez Verónica Arias y otra Miguel Gómez intentaron sabotear lo nuestro, pero no pudieron hacer gran cosa en contra de nuestro amor porque nos conocíamos y estábamos seguros de lo que sentíamos el uno por el otro, pero siempre hay un final para todo. El odio y el fanatismo me arrebataron a Paulo cuando aún era muy joven. En el 2001 Paulo ganó una beca para participar en un intercambio estudiantil por un año en la Universidad de Stanford, en Estados Unidos. Haría el octavo y noveno semestre allá, regresando para hacer el décimo y culminar el pre grado. El propósito de Paulo era dejar maravillados a los catedráticos con sus habilidades y potencial para regresar por el post grado y solicitar recomendaciones que le ayudaran a conseguir un buen primer empleo. Él ya nos imaginaba viviendo en San Francisco o en Los Ángeles. Alejarnos nos dolió, pero ambos estábamos muy seguros de lo que queríamos y que lograríamos superarlo todo, además que acordamos que iría en mis vacaciones de verano por medio de algún programa de estudio que me permitiera estudiar el inglés y trabajar en algún restaurante de comida rápida para poner en práctica mi dominio de la lengua extranjera. La familia de Paulo era acomodada. Su padre era dueño de una constructora que tenía obras por todo el país. Su hermano mayor, Percy, era quien seguía los pasos de su padre estudiando ingeniería civil, y sería quien lo sucediera cuando haya acumulado toda la experiencia y conocimientos para hacerse cargo de tan grande empresa, por ello Paulo no sentía que defraudaba a su padre cuando soñaba con trabajar en el extranjero, haciéndose un camino hacia la presidencia del Banco Mundial. La buena posición de su familia facilitó que rentara un apartamento a unas cuadras de la universidad en San Francisco y que viajara ni bien terminó el sétimo semestre, ya que quería aprovechar ese par de meses antes de empezar sus estudios en Stanford para practicar el inglés y no tener problemas de comunicación durante sus clases. Paulo había tenido una educación bilingüe desde la primaria, pero no quería que el desuso del inglés en los últimos años -en la universidad solo lo usaba para una que otra lectura de algún curso de la carrera- le jugara una mala pasada y causara contratiempos durante su paso por Stanford. A pedido de su padre, Paulo viajó a New York dos semanas antes del inicio de sus clases para concretar la compra de una maquinaria que necesitaba importar para su empresa. Solo estuvo un par de días en esa ciudad porque tenía que regresar rápido para elegir sus cursos y armar su horario de clases. Como no pudo conseguir vuelo de retorno a San Francisco desde el Aeropuerto Internacional John F. Kennedy, tuvo que viajar a Newark, New Jersey, y salir desde el aeropuerto internacional de esa ciudad. Esa mañana, cuando su avión despegó hacia la costa oeste, todo iba bien, nada daba a creer que algo inesperado sucedería, pero el destino siempre nos depara alguna sorpresa. Paulo viajaba en el vuelo número 93 de United Airlines, de Newark, New Jersey, a San Francisco, California. Ese fue uno de los vuelos tomados por la organización terrorista y paramilitar Al-Qaeda durante el atentado planificado en contra de Estados Unidos, uno nunca antes dado en toda la Historia. Paulo fue una de las víctimas del 11 de setiembre de 2001. Recuerdo que estaba en la biblioteca de la universidad cuando Bea llegó corriendo con Dante y Amanda, mi amiga de la facultad. Mi hermana tenía los ojos rojos y Dante no sabía cómo decirme lo que pasaba. Por la señal de cable que se veía en la cafetería, habían visto la noticia de última hora sobre el ataque al World Trade Center. El avión en que iba Paulo fue el único que impactó antes de llegar al destino que los terroristas habían planeado por la valiente acción de la tripulación y pasajeros. Sentí que el corazón se me hundía y lentamente dejaba de latir. Me levanté de la silla para ir a ver la noticia, pero después de un par de pasos todo se volvió oscuridad. Cuando desperté estaba en el Centro Médico de la universidad. Pensé que lo que había escuchado fue un sueño, pero al ver las caras de Bea, Dante y Amanda confirmé que todo fue real. Comencé a gritar, a llorar, tuve un shock nervioso, y el doctor me tuvo que sedar.
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