Parte 1: Capítulo 3

2406 Words
Cuando regresé en mí, estaba en casa con una vía puesta a la vena. Mi mamá estaba a mi lado junto con Bea. Comencé a llorar pidiéndole a mi mamá que me diga que Paulo estaba bien, que llegó a San Francisco sin contratiempos, pero solo la vi llorar y acariciar mi cabello. Por medio de la embajada los padres de Paulo pudieron confirmar que él iba en ese vuelo y que no sobrevivió junto a la tripulación, terroristas y resto de pasajeros. Por una semana me tuvieron con ansiolíticos para que estuviera tranquila. Percy viajó junto a su tío Germán para trasladar los restos de Paulo para darle cristiana sepultura. Mis padres no querían que vaya al entierro, pero no podía dejarlo ir sin despedirme. Esa tarde que debía ir a decirle adiós al amor de mi vida, Bea había acordado con Braulio, Gerónimo y Sergio para que nos acompañen, por lo que estaban en la sala esperándonos, ya que mi hermana no me dejaría sola. A ellos se les sumarían Dante y César quienes llegarían aparte al cementerio. Al ver que iría acompañada de mi hermana y amigos, papá aceptó y me dejó ir. Solo lo velaron una noche y al día siguiente lo enterraron en la mañana. Llegué a la misa de cuerpo presente, pero el cajón estaba cerrado. Sus restos estaban quemados, mutilados e incompletos, por lo que no podía estar abierto el ataúd. Los padres de Paulo me abrazaron y lloraron conmigo cuando me acerqué al féretro. Los tres fuimos juntos al cementerio, e hicieron que me sentara en primera fila a su lado. «Eres el amor de mi Paulo. Él soñaba con una vida a tu lado. Este es tu lugar», me dijo su padre alejándome de los brazos de Bea que me llevaba con ella a unas filas más atrás. Estaba algo calmada mientras el sacerdote hablaba y dejábamos las rosas blancas sobre el ataúd, pero cuando comenzó a descender, me dio un ataque de nervios y comencé a gritar y llorar pidiéndole que no me deje, que despierte y salga de ese cajón, que si se quedaba ahí lo iban a alejar de mí y que no nos volveríamos a ver. Le recordé que me prometió que sería su esposa, que tendríamos muchos hijos y viajaríamos por todo el mundo. Intenté meterme en la sepultura con él, pero sus padres me atraparon y mi hermana con mis amigos ayudaron a retenerme. Su madre me abrazaba para que no dejara la silla e intentara irme con él. Cuando terminaron de llenar la sepultura, me di cuenta que él no volvería, que sus hermosos ojos verdes, su olor natural mezclado con su colonia y su sonrisa, esa que era solo para mí, no volverían para contemplarme, seducirme o encantarme. Ahí comprendí que no volvería a sentir sus manos recorriendo mi piel, ni escuchar su voz ronca al susurrarme al oído cuánto me amaba, o bailar tan pegados compartiendo los audífonos de mi discman. Paulo se fue, y con él todos mis ganas y sueños de ser feliz. - Ya han pasado muchos años de la muerte de Paulo y no me ha dado cáncer. Si fuera así, hace años hubieran detectado algo -le contesto seria a César por lo último que había dicho. No es que esté molesta, sino que me duele que todos mis amigos piensen que el recuerdo de Paulo me daña. - Si no caíste por completo fue por Bea. Ella era alegría pura y te sostuvo todo este tiempo. Ahora ella ya no está, y por más que todos estemos pendientes de ti no te podemos dar lo que Bea entregaba cuando amaba -en este momento César llora-. Por favor, Mili, suelta a Paulo, encuentra tu sentido de existir y avanza hasta donde la vida, el destino, Dios o el universo haya deparado para ti en este mundo. Después de la muerte de Paulo perdí el semestre. La depresión era tan fuerte que no podía hacer otra cosa que no sea llorar. No comía, dormía poco, casi no hablaba y me alejé de mis amigos. Perdí mucho peso y caí resfriada varias veces al tener mis defensas muy bajas. Toqué fondo cuando una noche, en que solo estaba con Bea en casa, decidí acabar con mi vida. Me encerré en el baño y preparé la tina. En cada movimiento que hacía, recordaba lo que él describía como un día en nuestra vida de casados. El decía que después del trabajo siempre llegaría primero para preparar la cena, y yo le decía que en gratitud por alimentarme prepararía la bañera para que nos aseáramos juntos, para luego hacer el amor antes de dormir. Esa noche preparé la tina pensando que estaba ahí conmigo. Entré en ella, me recosté imaginando que el cuerpo de Paulo me sostenía, y después de unos minutos rasgué mis venas a la altura de mis muñecas. Mientras sentía que me desvanecía, me veía yendo hacia él, corriendo para volverlo a ver. Caminaba por una senda iluminada por una luz que se sentía cálida. No veía nada más que todo blanco y mi cuerpo cubierto por un vestido largo del mismo color. En mis muñecas tenía las marcas de lo que acababa de hacer. En eso apareció Paulo. Corría hacia mí, vestido de blanco, pero noté que me miraba con desesperación. Cuando empecé a correr para llegar más rápido a él, gritó que no avance más. «¿Qué haces aquí, Mili? Aún no es tu tiempo», recuerdo que me dijo con miedo en la mirada. Le dije que había decidido ir detrás de él, que quería estar a su lado, que no podía seguir sin él. «Mili, si no es tu momento y fuerzas al destino estarás más lejos de mí. Debes regresar». Escuchar que me dijera eso me dolió y empecé a llorar. «No llores, amor. Te amo, Mili, y te quiero a mi lado para siempre, pero este no es el camino. Si lo tomas estarás por mucho tiempo en un lugar al que no podré acceder, no podré verte ni saber de ti hasta que te hayas sanado, y eso puede demorar lo que duren cien vidas». Escuchar que tratar de estar a su lado iba a alejarme por más tiempo de él, me desesperó. «Da la vuelta, no detengas el paso y no voltees a mirar hacia mí». En eso me percaté de que acababa de decir que él me veía, que sabía de mí, y le dije que yo también quería verlo, saber de él. «Cuando comiences a dormir profundamente, estaré contigo en tus sueños. Me verás, me sentirás y te acordarás de lo que hicimos mientras dormías. Te amo, Mili, somos el uno para el otro, pero no debíamos estar juntos en esta vida. Yo te estoy esperando, aquí estaremos para siempre unidos». Me dio un beso en la frente, acarició mi mejilla y me hizo girar para que regresara sobre mis pasos. Caminé y caminé sin mirar atrás, entendí que debía obedecer para volverlo a ver, así que seguí sus instrucciones sin dudar. Después de un largo tiempo empecé a escuchar la voz de mi madre, la de mi padre, la de Bea, la de Dante, la de mis amigos, y desperté. Había pasado una semana desde que intenté acabar con mi vida. Bea contaba que esa noche estaba en la cocina preparando la cena cuando escuchó una voz, que le sonó familiar, decirle: «Ayuda a Mili». Al principio no hizo caso, pero cuando de la nada cayó al piso de la cocina la sartén que estaba sobre la hornilla encendida, en donde estaba preparando la salsa para la pasta que cenaríamos, y escuchó: «¡Qué esperas! Ve por Mili», subió corriendo a buscarme, encontrando la escena que había armado en el baño. Mi hermana llamó al teléfono de emergencias y pidió ayuda por lo que había hecho. Luego llamó a Dante y él a los chicos. Braulio estaba en su primer año de residencia y averiguó que la ambulancia que salió en mi ayuda me trasladaría al hospital donde él se formaba como cirujano cardiovascular. Esa noche él estaba de guardia y estuvo encabezando al equipo que me atendió. A nadie le conté la experiencia paranormal que tuve con Paulo. Se sintió tan real cuando me besó la frente, acarició mi mejilla y tomó mis hombros para hacerme girar y regresar a continuar con mi vida. Por ello creí ciegamente que si continuaba viviendo y cuidaba de mi salud podría ver, sentir, escuchar a Paulo en mis sueños, y así fue. Al mes de mi despertar, volví a encontrarme con él. Estaba sentado en una banca de un parque con frondosos árboles. Cuando se percató de mi presencia, se levantó y me extendió la mano, pidiéndome que me acerque. Me invitó a sentarme y me dijo que estaba muy feliz porque pude regresar y continuar con mi tiempo en el mundo material. Él siempre fue hermoso, pero en ese momento resaltaba más su belleza, todo en él brillaba, literal. Había en sus ojos un destello que nunca noté y que me embelesó. En eso comencé a llorar, aún dolía saber que no haríamos realidad todos nuestros planes. Me pidió que no llore porque no había motivos para mi llanto; él estaba bien y yo alcanzaría el propósito de mi tiempo en La Tierra, dejaría la existencia material cuando fuera mi momento de morir y me reuniría con él en el plano espiritual para estar juntos por siempre. Cuando desperté recordaba todo lo que vi, lo que me dijo, lo que sentí. Guardé solo para mí esta experiencia con él, así como guardé solo para mí cada idea morbosa que se le ocurría y decía que haríamos cuando fuéramos marido y mujer. Este era mi secreto, uno lleno de amor y esperanza, un secreto de fe en el lazo entre Paulo y yo, uno inquebrantable, eterno. Reunirme con él mientras dormía me sacó de la depresión, hizo que retome mis estudios, que me gradúe, consiga un empleo y lo mantenga sin problemas. Debo confesar que tras su muerte perdí todo interés en los sueños que tenía sobre mi proyección laboral porque todos apuntaban a un futuro a su lado. Me conformé con conseguir un empleo que me mantuviera ocupada, en el que pudiera ganar lo necesario para sobrevivir y ayudar a gente que estuviera pasando por momentos difíciles. En realidad, el dinero nunca fue un problema para mí, ya que, al quedarme soltera, vivía con mis padres y eran ellos los que se encargaban de los gastos de la casa, y cuando partieron de este mundo dejaron suficiente dinero para que viviera tranquila por el resto de mis días, de ahí que no me preocupaba mejorar mi salario o beneficios laborales. Sin embargo, cuando eres responsable, empática con el cliente, haces tu trabajo con alegría y contribuyes a un buen clima laboral, la empresa en donde trabajas te premia, y conmigo lo hicieron ascendiéndome tantas veces hasta llegar a ser la Jefa de Servicio al Cliente de la agencia en la que trabajaba. Así como olvidé mis sueños en lo profesional, también dejé atrás los que se relacionaban con casarme y formar una familia. Nunca más volví a amar a otro hombre, ni siquiera llegó –y estoy segura que no llegará- uno que me interese un poquito, por lo tanto, la idea del matrimonio desapareció de mi mente. Ante esta situación, el tener hijos dejó de ser prioridad en mi vida porque no tenía con quién quisiera engendrarlos. Que no haya realizado mi vida según dicta las costumbres de la sociedad, en donde la idea de nacer, crecer, casarte, reproducirte y morir se repite de paporreta, sin pensar en que es posible una vida en pareja, pero sin hijos; una vida con hijos, pero sin pareja, o una vida a solas, no significa que no sea feliz o que no estoy disfrutando de la vida, solo que lo estoy haciendo a mi manera, algo que no calza con los estereotipos con los que crecieron mis amigos, por lo que a veces creen que yo sufro por el recuerdo de Paulo y añoro lo que nunca pude tener con él. - César, no te preocupes. Sé que lo haces porque me ves triste, pero cómo no estarlo si he perdido a mi única hermana. Mis padres murieron ya hace unos años y no tengo más familiares cerca, ya que el tío Ricardo radica en Noruega, donde es feliz y libre de vivir como su voluntad le dicta. Lloro porque me aterra no saber cómo será vivir sola en esta gran casa, pero todo ese miedo se irá con el pasar de los días y el descubrir que no es tan malo estar sola. - Me alegra escucharte hablar así, Mili. Temí que volvieras a caer en depresión como lo hiciste cuando Paulo falleció. Entendí que la muerte de tus padres no te arrastrara a la profunda tristeza porque es ley de vida que los hijos enterremos a nuestros progenitores, pero el caso de Bea es más crudo, ella aún era muy joven, y murió porque ella misma así lo quiso. - Bea cambió mucho desde que ocurrió lo de Dante hace tres años. Sé que todos veíamos la inmensa luz que proyectaba al ser tan alegre, empática y decidida, pero yo vi como esa luz se hizo oscuridad cuando todo el amor que tenía se convirtió en odio. Ella nunca entendió que los seres humanos somos libres, que debemos respetar esa libertad aceptando las decisiones que toman las personas que están a nuestro alrededor. Ella nunca vio la tristeza de Dante, por ello no aceptó su decisión, lo odió y no quiso continuar con una vida sin él. Ella perdió la fe en el amor, nunca creyó que todo lo que ella perdía en algún momento lo podría recuperar. SI tan solo ella hubiera guardado un tantito de esperanza en que un día Dante se arrepentiría de todo lo que hizo y regresaría a ella, mi hermana aún estuviera derramando su alegría entre nosotros. - Lo que hizo Dante la afectó mucho, la destruyó, ¡ella lo amaba como nunca vi que alguien podría amar! Él es libre de decidir lo que quiera, pero debió pensar un poco en Bea y evitar el escándalo y la injuria a la que fue expuesta, eso la mató.
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