El postillón detuvo el caballo y el carro frente a la casa de García y saltó ágilmente del asiento delantero al suelo. Dio al animal un fuerte golpe en los ijares y lo ató a una argolla de hierro empotrada en la pared. Gelmiro estaba sentado bajo la capota del carro, contento de estar a resguardo de un aguacero azotado por ráfagas de aire helado, tiempo habitual en esta época del año. El día no había amanecido, las casas de los alrededores estaban a oscuras y la única luz visible en el interior de la residencia de los Albornoz era una vela parpadeante. El correo del obispo llamó a la puerta, que pronto abrió la criada. Entró sin hablar y unos instantes después salió portando un pequeño baúl de madera que fijó firmemente a la parte trasera del carro. En el umbral, la madre de Albornoz abraz