Habían pasado algunos meses desde el funeral del anciano en la catedral, cuando el padre Gelmiro se había dado cuenta de la silenciosa pero evidente hostilidad que existía entre el padre Nicolás y Albornoz. Al verlos a la vista, las miradas que intercambiaban eran tan intensas y ardientes como para derretir el hielo en agua en un instante. Cuando, con Albornoz a su lado, tuvo ocasión de conversar con Nicolás, el hombre y el muchacho no dijeron una palabra, con semblantes adustos. Su inquietud fue en aumento hasta que se sintió o******o a enfrentarse a su alumno. Un día, terminada la lección, Albornoz se disponía a abandonar la casa del cura. "Siéntate, hijo mío. "¿Padre?" "Siéntate. Hay un asunto sobre el que debo interrogarte". El muchacho se sentó a la mesa, preguntándose qué tendrí