Albornoz se despertó por el insistente canto del gallo en la granja detrás de su casa. Se enjuagó la cara con agua en el cuenco del lavabo y se limpió los dientes con un paño de lino humedecido en un polvo blanco que su criada mezclaba con hojas de salvia molidas en cristales de sal. Cuando se hubo puesto la túnica y calzado las botas, se sentó en el borde de la cama, con la mirada fija en la maqueta de barco que su padre le había regalado por sorpresa en su cumpleaños. Apoyada en su proa estaba la muñeca de maíz de Madelena. Ambos regalos tenían un significado especial para él: el barco, en su imaginación, representaba futuros viajes vitales; la muñeca de maíz, como le había explicado su novia, le traería buena suerte. García y Teresa habían terminado de desayunar y, en seria conversació