Edmond Nerval jadeaba pesadamente mientras avanzaba penosamente por el sendero que salía de su cabaña y atravesaba el bosque hasta el lugar donde comenzaban las tierras de los Dumas. El aliento que exhalaba se convertía en un vaho blanco y helado que indicaba lo fría que era la madrugada. Había reprendido a Jamette antes de ponerse en camino.
"Edmond, ponte la capa, la necesitarás hoy".
"No, hará más calor cuando salga el sol".
Pero él se alegró de que ella hubiera insistido, apretándosela más contra el cuerpo. El estrecho sendero estaba a menudo bloqueado por una maleza de zarzas y helechos; poca gente lo utilizaba o sabía siquiera de su existencia. En el aire flotaban finísimos y titilantes hilos de gasa, que se unían misteriosamente a las ramas de los árboles a ambos lados para forma
