Se sentía mal, frío y apagado.
Todo eso le hacía daño, no solo a Abby, sino también a él.
Le dolía tener que hacer todo eso, pero tenía que pensar con la cabeza fría, pensar en los posibles problemas que traería si se dejaba llevar de la excitación que provocaba esa chica caprichosa que se había ido demasiado dolida y enojada hacia la habitación, cerrando la puerta en una clara señal de que no quería verlo ni escucharlo.
Con los pensamientos atormentándolo, bajó los escalones que en medio de la discusión había subido y recogió el desayuno frío, sin probar bocado, ya que al igual que Abby, no tenía una pizca de hambre.
El mensaje de voz de su mejor amigo lo había hecho sentir culpable de una forma demasiado arrolladora y casi asesina; pero era consciente de que si su amigo no hubiese de
