Capitulo 18: Dolor

1171 Words
Raymond tenía que encontrarlo, tenía que hablar con él. Ver su mirada acusatoria cuando lo vio parado en el pasillo… supo sin duda que Gavin había recuperado la memoria. Sabía ahora que lo había echado de su casa… recordaría también lo cruel que había sido con él y también recordaría su propia traición. Nervioso, se pasó una mano por el pelo. Juraba que ya no le importaba si lo había robado, incluso había llegado a un convenio consigo mismo al pensar que era amante de Russell. Esos días en Wyoming habían sido los mejores, una parte de él había sigo egoísta y deseó que jamás recuperara la memoria. Habían comenzado otra vez, sin engaños ni traiciones… Pero Gavin no había parecido avergonzado por lo que hizo. Parecía roto de dolor. Un dolor tan profundo. Ese dolor en sus ojos fue como una daga en su corazón. Tenía que encontrarlo costara lo que costara, él ya no era el hombre de hace unas semanas. El frío empresario calculador al cual solo le importaba su carrera y joder cuando la oportunidad se presentará se había ido, Gavin no era uno más… Era el único, y estaba aterrado de perderlo. Gavin escuchó cómo aporreaban la puerta. No le importaba, estaba tumbado boca abajo en su sofá. Mirando hacia la mesita de noche, toda empolvada. Su pequeña habitación, porque era eso, no podía llamarse departamento a este reducido espacio. Necesitaba una limpieza profunda, siempre venía a hacer la colada una vez a la semana. Pero dado a su falta de memoria… había también rechazado la idea de venir a investigar cuando Andrew le dijo dónde estaban las llaves, había sido un estúpido, siempre había sido un estúpido, ingenuo idiota. —Gavin por favor, ábreme, sé que estás ahí. La voz de Raymond sonó amortiguada por la puerta. Al igual que los gritos de la señora Cope amenazando que llamaría a la policía. Eso sería mala cosa, porque si la policía se presentaba terminaría también metiendo sus narices ahí y haciéndole preguntas que no quería contestar. Gavin deseaba estar solo, pensar, lamer sus heridas y esperar que algún día su corazón volviera a latir. Suspirando se levantó, fue a abrir la puerta. Parecía un zombi caminando, ojalá pudiera estar histérico, llorando y gritando, pero no, fue como si todo dentro de él se hubiera vaciado dejándolo sin ningún sentimiento. Cuando el taxista lo dejo aquí fue como si todos sus sentimientos se los hubiera llevado él. Las lágrimas que había estado tratando de controlar, jamás llegaron una vez que se derrumbó en el sofá. Abrió la puerta para enfrentar al hombre que tanto lo perturbaba —Gavin, ¡oh Gracias a Dios, bebé! Él no lo miró, en cambio, clavó su vista en su anciana vecina. La cual sostenía el teléfono en una mano y a su viejo gato bajo el brazo. —No hay necesidad que llame a la policía, señora Cope, yo me encargo de esto. —¿Estás seguro? Puedo llamar al portero para que lo eche a patadas. Dudaba que pudiera. El portero del viejo edificio era más anciano que ella y ni siquiera podía escuchar bien. —No es necesario, gracias, yo me encargo del caballero. Ni siquiera pudo esforzar una sonrisa, simplemente regreso a su apartamento sabiendo que Raymond lo seguirá. —No quiero que estés aquí, mañana pasaré por mis cosas o puedo enviar a alguien por ellas. No hacía falta ver a Ray a la cara para saber el horror que estaba sintiendo al contemplar su departamento. No era más grande que su lujoso closet, en el mismo espacio se encontraba una cama individual, un viejo sofá, la minúscula cocina a un lado, no tenía comedor o encimera. Siempre utilizaba la mesita del café. La puerta de un costado era el baño, era poca cosa. Pero era su espacio, aunque sus padres siempre le ofrecieron ayuda, él quiso bastarse por el mismo. Con su trabajo había logrado pagar sus préstamos universitarios, y había estado ahorrando para mudarse a un lugar mejor. Pero por idiota dejo su trabajo por seguir un sueño estúpido. —Quiero explicarte… —No quiero escuchar, solo quiero que te vayas, yo lo hice de tu apartamento, ¿Por qué no lo haces ahora tú del mío? Ni siquiera voy a preguntar cómo llegaste aquí. Derek conoce muy bien el sitio, pero es mi espacio y no te quiero aquí, ya no necesito que te sientas culpable, he recordado todo. Lo enfrentó, no se acobardaría, él no había hecho nada malo. —Tenemos que hablar. —No tenemos, debes irte, yo tengo cosas que hacer. No podía seguir en su mismo espacio, se quitó furioso la corbata y la chaqueta, rebusco en sus cajones hasta que encontró una sudadera, olía a polvo, pero por ahora tenía que bastar. —¿A dónde vas? —No es de tu incumbencia. Lo enfrentó de nuevo. >>—Tal vez vaya a prostituirme a la esquina. A lo mejor tengo suerte y un nuevo rico me recogerá para llevarme a su castillo, después de todo creo tener un buen culo para eso. La furia era mejor que las lágrimas, una vez se juró no volver a llorar. Él no era una dama delicada, era momento de sacar las uñas y demostrarle de una vez por todas a Raymond que no por el hecho de que dejara follarlo y ser siempre el de abajo era menos hombre. —Cállate, no me gusta oírte hablar así, tú no eres una puta. —¿Estás seguro de eso? Preguntó irónico. >>—No por usar la palabra elegante “Amante” quita el hecho que soy solo un culo más al que joder. —¡Ya basta! —No, no basta, es la verdad, estoy cansado de ser la alfombra que siempre pisoteaste. Yo te quise de verdad, dejé todo por ti, y ¿Cómo me pagaste? —Gavin… —Nunca tuve valor para ti. Jamás sentiste nada por mí, mientras yo estaba en casa esperándote, tú te pavoneabas con medio mundo, ¿Cuántos amantes tuviste? Me da asco solo de pensar que después de revolcarte con ellos venías y me follabas a mí. Y yo soportaba todo porque te amaba, me conformé con eso, me acusaste de algo que no hice. Ambos se miraron a los ojos, pudo ver el dolor en los ojos de Ray, pero no retrocedería ahora. Ya no sería el mismo tonto que soportaba todo por no perderlo, merecía más. >>—Ni siquiera me preguntaste si lo había hecho. Lo dijo en un susurro. —El correo… —¿Me acusaba? Lo interrumpió. >>—Pero ni siquiera me preguntaste, no me diste el beneficio de la duda, me sentenciaste solo porque un estúpido correo me señalaba culpable. Gavin se colocó la capucha de la sudadera, miró por última vez al hombre que amaba. —Déjame explicarte… —Adiós, Raymond. Dijo antes de salir y dejarlo parado en medio del pequeño agujero que llamaba hogar.
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