Capítulo VI: Un paso al frente

1508 Words
"En este mundo solo se conocen dos cosas, la sangre y el plomo, no puedes elegir cual prefieres usar" Aquel incidente dónde mi itinerario perfecto había sido visto en una sufrida alteración de una fracción que podía fácilmente ser pasada de alto, me vi envuelto en un tormentosa marea de caos y pensamientos cuya dirección iba dirigida a alguien que no pertenecía a mi mundo. Incluso si alejara mis pensamientos de ese momento no lo logró del todo. Sus ojos, su voz, su tacto sigue presente en mis recuerdos. Pero ella desapareció de la noche a la mañana, como si fuera un fantasma o alguien cuya existencia estaba destinada a algo más grande. ¿Pero qué podría ser? Cómo una persona cuya existencia está anclada al olvido. Alguien a quien por decisión propia obligue a mi cerebro a eliminar de mis recuerdos. Tener una memoria selectiva podía tener sus ventajas de cuánto a cuánto. —Es hora —apuró con apremio Nial, su rostro era la personificación de la calma, no obstante en sus ojos hay esa turbulencia tan parecida a la mía. Y al mismo tiempo tan diferente, en comparación a caos quién quema los cimientos ajenos soy yo. Nial prefiere otro método más ortodoxo. Asentí acomodando el saco de vestir n***o a punto de caminar dentro de aquellos pasillos que guardan la peor de las tragedias. Los más grandes dolores. —Adriano, te esperaba—la voz sedosa y fría de mi madre entona cada letra de mi nombre de una manera que te hiela la sangre. Sus ojos verdes se conectan a los míos y siento como si pudiera desentrañar cada secreto que mantengo oculto de ella. Sin embargo se cuan imposible es esa acción porque a Donatella Di Marco nada se le escapa. Todos estamos en la palma de su mano rogando como miserables por su inexistente misericordia. La señora de la mafia es implacable, una fuerza de la naturaleza. Y yo jamás había logrado estar a su codiciosa altura. —Mi señora —respondo con voz firme. Había aprendido a temprana edad a no dirigirme a ella como lo harían otras familias normales. En mi mente sería “madre” a viva voz sería “mi señora” Mi madre extiende su mano hacia mi esperando el saludo que corresponde. Me acerco sin titubear, besando el dorso de su mano enguantada en seda. Percibo de inmediato el aroma a cítricos de su perfume. Ese que mi el desgraciado que ayudo a mi concepción odiaba tanto. Usa un vestido color verde botella ceñido a las caderas y suelto a medio muslo con una abertura en la pierna derecha. Resaltado la palidez de su piel, acentuando su maquillaje, combinándolo con las joyas doradas con diferentes tamaños de diamantes y diámetros. Depósito un beso en el dorso de su mano, posteriormente impongo la distancia correspondiente de ella esperando paciente a que hable. Se lo que dirá. Es lo mismo desde hace una semana. O que hace dos años. Ser el jefe de una mafia importante a tan solo mis veinte y tres años daba mucho que hablar. —He arreglado un matrimonio con la señorita Salvatore —informa más por formalidad que por necesidad. Amelia Salvatore una dama de veinte años de cabellera negra sedosa y larga que siempre recogía en peinados elegantes y difíciles de recrear, posee ojos color avellana que dependiendo del momento cambian incluso llegando a parecer dorados, un cuerpo estilizado, todo lo que usará le quedaría bien. Pero ella no era para mi. —Te casarás a principio del año siguiente a más tardar será a mediados de año—ordena con ese brillo desafiante, eleva con elegancia una ceja rubia —¿O por casualidad tienes a alguien en mente para comprometerte? Dímelo para tener en cuenta a dicha candidata Eso me toma por sorpresa. Jamás ha preguntado respecto a lo que pensará o quisiera. —Sí, la tengo, mi señora — vocifere con firmeza manteniendo el tono controlado. Mientras La Señora atisbaba esa mirada astuta de reconocimiento intentando analizar cual sería mi próximo movimiento. Podía incluso decir que veía los engranes de su cabeza moverse. Por primera vez me encontraba a un paso delante de ella. —Bien, espero que esté a la altura—dice, pero en esa oración encuentro cosas que si me fuera posible ignoraría, no obstante me enfrentó valiente a mi propia realidad. No hay forma de escapar. Pequeños copos de nieves caían del cielo derritiéndose en el paraguas n***o y en la mano sin protección del guante térmico. Inhale profundo el aire gélido apreciando aquella sensación de quemazón. Di un paso al frente caminando entre las calles repletas de personas que iban de un lado a otro, algunos posaban sus ojos en mi más tiempo del considerado adecuado para luego alejarlos y prácticamente salir huyendo despavoridos de mi asfixiante presencia. Fue en ese momento que los pequeños hilos que unían una serie de conexiones tuvieron sentido. No podía estar mas que satisfecho por el resultado. Observe con deleite la imagen frente a mis ojos, Alessa hablaba con su subordinado en la acera abrigada con sendas de abrigos encima y no era para menos su deteriorada salud provocada por mi la mantenía en ese estado. Aunque la noción de enfermedad desaparecía tan pronto como dejara de envenenarla desde mi posición oculta entre las grietas de sus filas. Dentro de un mes estaría como nueva. Pero su estadía en Copenhague solo podría significar algo. Y ese algo era lo que necesitaba. Al fin había encontrado, a su sobrina y heredera. Por ende ella se encontraba aquí en la cuidad del hielo eterno. Una unión entre rusos y italianos estaba a punto de concretarse en un futuro próximo. Cuán divertido será el juego que se lleva a cabo tras bambalinas, esperando paciente a qué sus contrincantes se atrevan a mover la primera ficha para mal o para bien. Saque mi teléfono celular enviando un único mensaje que tendría como destinatario a las personas más leales de la organización. A aquellos que se habían ganado mi confianza a punta de plomo. Los planes empezaban a tomar el sentido que desde el principio debió ser. Cómo un caudal que con intervención era dirigido en la dirección correcta. La maldad volvía a bullir, en el lugar adecuado, olvidando por fin el recuerdo de ella y todo lo que movía dentro de mi interior. Finalmente, podía avanzar sin remordimiento, olvidando por completo aquella faceta humana que exhibí frente a sus ojos. —¿Lo hiciste? —inquiero, mirando de reojo a Nial quién me devuelve una mirada divertida, como un niño quién ha hecho una travesura y se ha salido con la suya. —Esta hecho jefe, tal y como ordenó— esgrimió, sacando su celular mostrándome la imagen de Ksenia Kutzenova. Por alguna razón se me hacía conocida de algún lado, pero no lograba encontrar algo que la vinculara exactamente. De repente el mundo se volvió un caos de emociones encontradas y pensamientos que iban demasiado rápido que apenas los podía captar, imágenes se anteponen otras con la sola intención de hacer temblar los cimientos dónde mi mundo se cernía. Sin embargo entre todos ellos uno resonaba con fuerza. La amenaza personificada en los recuerdos de mi infancia en las clases que me impartía mi progenitora. Esta era la única vida que conocía y más pronto me acostumbrara mejor sería para mi. Alejado de su mira, de ella. —Los sentimientos no deben salir de esta pared. Mátalos o quémalos es tu decisión.—toco mi frente con suavidad —Tú no debes tener ni una sola debilidad, ni una sola grieta— acero el tono volviéndolo filosas cuchillas, pero en esa amenaza encontraba la advertencia. Si fallaba podía terminar como mi hermana mayor. —La perfección es tú meta. Todos son desechables y tú por ende debes ser la diferencia ¿entiendes? Adriano Di Marco. “¿entiendes” Esa era la manera de los adultos a mi alrededor de doblegar e impartir el miedo, era la advertencia en una palabra, que para alguien ajeno a este mundo pasaría como algo normal, una simple pregunta. La sentencia en un conjunto de vocales y consonantes. Es la definición de mi mundo. —Si, mi señora — respondí firme con la sangre resbalando por mi cien descendiendo por mi barbilla hasta caer al suelo en pequeñas gotas carmín, resaltando en la baldosa blanca. Sus ojos satisfechos me miran satisfacción imponente en toda su altura. Poseía múltiples heridas en todo el cuerpo y la sangre en mi espalda se había secado permaneciendo el escozor cada vez que me movía. Tenía ocho años y esta era la única vida que conocía>> Suprimí cada emoción, domé a mis demonios internos. Estaba listo. Alzando el mentón con firmeza y decidido más que nunca con las elecciones que hasta el momento había y llevaría a cabo respondí. —Empecemos. Que el mundo nos escuche. ¿Orgullo o vanidad? Sinceramente no lo se, y mucho menos me importa.
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