Se suponía que solo era una cosa de un día, ¿cierto? Que en realidad nada había cambiado entre ellos, ¿cierto? Entonces por qué malditamente se encontraba en el despacho de Noah, con su pecho recargándose sobre el escritorio, sus pantalones arremolinados en sus tobillos y su trasero alzado mientras Noah empujaba detrás de él una y otra vez con la misma pasión y dulzura de la primera vez. Era algo que Isaac simplemente no lograba comprender. Desde aquel día que se había dicho a sí mismo que no se iba a repetir, la verdad es que no había podido mantener sus manos alejadas del otro. Si ambos estaban en la misma habitación era como si se tratase de dos imanes e inmediatamente iban al lado del otro. Besos, caricias, abrazos. Sin importar dónde estaban, ellos no podían evitar tocarse entr