Paul volvió, sonrió, tenía el mismo rostro atractivo que alguna vez la conquistó, era rubio de ojos claros, cuerpo atlético, ahora que Lisa lo comparaba con Emiliano, podía ver que ese hombre no era mejor que su marido.
Él abrió la caja ante sus ojos, era una pulsera de oro y diamantes.
Ella sonrió.
—¿Te gusta?
Lisa comenzó a reír con burla, él la miró confuso.
—¿Lisa?
—Entonces, pensaste que soy una puta, pensaste que traerías una joya de con diamantes y esta mujer te abriría las piernas, ¿creíste que pasaría de ser la gran señora Beckman a ser tu zorra? ¡imbécil! —exclamó al momento que abofeteó su rostro, la pulsera cayó al suelo, él estaba impactado—. Nunca seré la amante de nadie, para eso tienes a tu esposa, ella si sabe ser una mujerzuela, pero nunca será suficiente para ser u
