El sueño era tan vívido que podía sentir las penetraciones como si fueran reales, me veía a mí misma, más joven, más delgada, con la carne más firme, como lo había estado antaño y sobre mí un hombre de hombros anchos y musculosa espalda me embestía como un toro salvaje. Me transmitía todo su vigor, su masculinidad, se imponía ante mí como si yo fuera una muñeca de trapo. Cada una de sus acometidas llegaba hasta lo más profundo de mí ser y retumbaba en mi cabeza obnubilada, mi sexo lo recibía abierto y lubricado, mis grandes pechos estaban a disposición de su boca, su lengua los exploraba a gusto y sus dientes mordieron mi pezón. El dolor fue tan real que me despertó. El mecánico movimiento del macho en celo no se detuvo, ahora no sólo era capaz de percibir la penetración sino que también e