—No puedo creer que te vayas en unos días a Mont-Tremblant —dijo Aria—. ¡Y justo cuando no puedo conducir tanto tiempo sola con Camille!
—Hablaremos todo el tiempo —aseguré. Doblé más mamelucos de Camille y Aria continuó con los calcetines—. Aún falta que hable con las chicas, pero no les diré mucho por ahora ¿Entiendes?
—Soy una tumba —respondió con una sonrisa—. ¿Cómo fueron las cosas con tus abuelos?
Puse un pulgar hacia abajo y otro hacia arriba.
—Mi abuela dijo que ella nunca me educó para que tomara la estúpida decisión de ocultarle quién es el padre de mi bebé y que absolutamente me prohíbe irme a vivir a cuatro horas lejos de sus cuidados en un momento como este —recordé—. Pero mi abuelo hizo un baile de felicidad y me defendió de la abuela.
—Tú abuela siempre dice cosas como
