Capítulo 1
Las frías baldosas del hospital congelaron sus pies desnudos en cuanto las tocó.
Cameron Price reprimió el gemido que aquello le provocó y, mientras tomaba la chaqueta que su primo había olvidado el día anterior y se la colocaba para protegerse del aire acondicionado reinante, se dirigió al pasillo desesperada por caminar un poco…
En menos de cinco minutos, se encontraba frente a una máquina de bebidas. Se suponía que no debía beber nada con gas —sobretodo después de la cirugía—, pero estaba sedienta y aún le faltaba una hora para que su familia llegara de visita.
La imagen animada y tierna de un pequeño oso panda, en la pantalla, le ofrecía las distintas opciones que habían.
Por un instante, se sintió feliz de estar sola: de seguro sus amigos se burlarían de aquel oso diseñado para hacerle más fácil la elección a los niños pequeños. Pero ella no podía evitar quedar encantada ante la animación: ¡incluso bailaba cuando escogías tu opción!
Finalmente, mientras se decidía entre café frío o leche, no pudo evitar admirar su reflejo en el cristal.
Con la bata del hospital y aquella chaqueta negra encima, sus curvas y su pecho se mantenían perfectamente ocultos, al punto en que ni siquiera se notaba.
Su rostro ovalado, que siempre le había conferido un aire infantil a diferencia de las demás chicas que conocía, se mantenía pálido debido a la falta de sol y del maquillaje, aunque mantenía un constante sonrojo en sus mejillas.
Finalmente, tras los gruesos lentes de marco n***o, los ojos grises clásicos de su familia que ella tanto adoraba, estuvieron encargados de devolverle la mirada, mientras examinaba otra parte suya que la hacía feliz: su cabello, o bueno… su nuevo corte de cabello.
Había sido un incidente chistoso en el cual su largo cabello, mantenido así desde que hubiera entrado en la preparatoria, se había visto reducido a unos irregulares mechones que ni siquiera llegaban a cubrir sus orejas por completo.
Su madre casi había enloquecido al verla, y es que ni siquiera ella conseguía reconocerse a sí misma, debido a aquel corte… y por lo mismo le encantaba.
—Hola.
El saludo le produjo tal susto, que habría gritado, de no ser por el dolor constante en su garganta.
Volteó, asustada de que se tratara de alguna enfermera regañona, pero para su sorpresa, sólo se trataba de un chico rubio.
Su cabello fue lo primero que llamó su atención, pero luego fueron sus ojos azules lo que la hicieron confiar.
Se veía amable.
Él le sonrió esperando la respuesta, el saludo de vuelta y en cuanto lo comprendió ella se palpó la garganta y negó con la cabeza, indicándole que no podía hablar.
—¿No puedes hablar? —ella asintió—. ¿Te han operado?
Cameron miró alrededor, sacó su teléfono y rápidamente tecleó algunas palabras. Le entregó el móvil al chico y esperó a que él lo leyera.
—¿Amigdalitis? —preguntó este, ella volvió a asentir—. Oh, qué mal. ¿Y dolió?
Negó con la cabeza, aliviada. Él le sonrió nuevamente, cosa que, por algún motivo, le hizo sonreír también.
—Eso es bueno. Mucho mejor que un tobillo esguinzado.
Y a continuación, levantó la pierna de su pantalón, enseñándole un vendaje improvisado. Cameron hizo una mueca involuntaria, al notar que debajo de las vendas la piel estaba morada y verde.
—Ups, lo sé —él se veía apenado, pero no adolorido—. Esto pasa cuando crees que mejorará solo y luego, tu madre lo ve. La mujer lleva como una hora gritando en la recepción y está segura de que me moriré o se me cortara la circulación.
Ella rió, cosa que le dolió levemente. Su garganta estaba débil e inflamada aún, claramente debería estar descansando en su cama en vez de charlar con aquel chico, fuese quien sea que fuese.
Volvió a ver los vendajes y por algún motivo pensó en Marlon y Tyler, sus mejores amigos.
Ambos jugaban fútbol de forma regular en la escuela y, al igual que aquel muchacho, cada vez que se lastimaban ignoraban la herida y dejaban pasar tiempo antes de preocuparse.
¡Parecía que todos los hombres carecían de razón en cosas como esas!
—Por cierto, soy Pablo —continuó él, de manera amigable, mientras le devolvía su teléfono. Ella tecleó su respuesta de manera automática—. ¿Cameron? —preguntó, pasados unos segundos. Ella asintió sonriéndole, cosa que lo hizo sonreír también—. Un gusto, Cameron.
Sin pensarlo, pidió la leche para que él pudiera ordenar luego.
Apenas saboreó el frío líquido reprimió un suspiro de placer, pero Justin frente a ella rió al ver su expresión. De inmediato se sonrojó, totalmente avergonzada.
—Oh, veo que está buena —se burló él, introduciendo el dinero en la máquina—, pediré una también entonces.
El pequeño oso panda animado, comenzó una danza en cuanto él seleccionó la leche.
—¿Vas a la preparatoria de Keane? —cuestionó este, mientras esperaban. Ella asintió—. Bueno, supongo que nos veremos allí, me acaban de transferir…
Aquello la sorprendió. Era muy raro que llegaran alumnos de transferencia durante el segundo semestre, pero si se trataba de alguien tan amable, no tenía problemas.
Al final de todo, Pablo se despidió y se marchó con el vaso de leche en su mano, mientras que ella agitó su mano para despedirse, mientras lo veía desaparecer por los pasillos de aquel enorme hospital.
Por un segundo, un presentimiento respecto a aquel muchacho la invadió. La sensación de que él sería importante en su vida la abordó aún más fuerte que en el momento en el que conoció a Marlon y a Tyler…
Aunque aquello era una locura. Era imposible que una persona cambiara todo en su vida.
¿O sí?
…
Pablo rió, mientras observaba a tres enfermeras discutir con su madre, quien insistía en que su hijo se estaba muriendo.
—Si sigues así, al siguiente al que retarán será a ti —le advirtió su padre, sentado a su lado. Con aquello, Pablo se tuvo que morder el labio para no estallar en una carcajada.
—Es que mírala, no la veía así desde hace ocho años, cuando en Navidad casi se mata por conseguir el último pavo.
Su padre rió al recordarlo.
—Tengo una mejor —le admitió—. Cuando el médico le dijo que serías un niño y ella insistía en que quería una niña.
—¿Mamá embarazada? Oh, Dios, eso sería espantoso —fingió sufrir un escalofrío, mientras su padre reía—. No quiero ni pensar en cómo la aguantabas.
—El amor es curioso, hijo. Cuando tengas novia, lo entenderás.
Ante lo último, Pablo se cruzó de brazos y bufó. ¿Cómo es que las últimas conversaciones siempre se veían reducidas a "cuando tengas novia…"?
—Hmp.
—Vamos, vamos, no te pongas así —su padre le rió, tratando de animarlo—. O te comenzarás a parecer a Tyler.
Ante la mención de aquel nombre, Pablo sonrió al instante.
—Cierto. No le he avisado que llegué a la ciudad —de inmediato sacó su teléfono y comenzó a enviarle mensajes.
Se moría de ganas de volver a ver a su mejor amigo después de tres largos años.
Noa sonrió ante aquello.
De seguro Tyler enloquecería al saber que su hijo se encontraba allí y que desde la siguiente semana estudiarían juntos en la misma escuela y por no hablar del hecho de que ahora sería también su vecino, tal y como antes.
—Por cierto, tardaste mucho en ir por un solo refresco —le comentó, mientras lo veía teclear con velocidad—. ¿De seguro no te topaste con alguien especial? Ya sabes, como una chica…
—¿Hmm? ¿De qué hablas? —le miró con sospecha—. ¿Qué insinúas, anciano?
—No me digas anciano —le regañó.
Pablo rió. Hacer enojar a su padre era divertido.
Volvió a dar un sorbo al vaso de leche, mientras recordaba a aquel chico bajo y delgado frente a la maquina, con el cabello n***o revuelto, los lentes negros y la sonrisa tímida.
Esperaba encontrarlo en la escuela e incluso conseguir ser su amigo, aunque suponía tendría a Tyler y a los amigos de este para poder desenvolverse más rápidamente.
—Me entretuve con el oso de la maquina y su baile —confesó.
Su padre rió y lo golpeó con el codo, intentando molestarlo.
—No me digas que aún te gustan esas cosas para niños.
Pablo infló sus mejillas, pero guardó silencio.
No pudo evitarlo.
Aunque a esa edad aquel oso debiera haberle parecido totalmente ridículo… en verdad, lo había encontrado completamente tierno…