Con un andar torpe, Mercedes, va hasta el sótano donde se encuentra Adelaide. Con un cuenco de agua en una mano, vendas y desinfectantes en otra se detiene frente al guardia, quien la mira de manera indiferente. —Tienes quince minutos —dice él abriendo la puerta para que la sirvienta pase. Mercedes asiente. Al mismo instante en el que entra al sitio, unas ganas enormes de llorar la embargan al ver el estado en el que se encuentra Adelaide. Corre hasta ella y verifica sus signos vitales antes de acercar a su boca un poco de agua. Ella no reacciona y Mercedes se desespera. Coloca la cabeza de la joven en su regazo y saca de su delantal el frasco que le dio Nora y vierte un poco dentro de su boca, asegurándose que la beba completamente. Luego moja un pedazo de venda y le limpia la sangre
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