La joven Adelaide, cansada de estar tanto tiempo acostada, pide a Mercedes que la ayude a levantarse. Dando pasos cortos, porque aun su tobillo le duele, su nana la lleva hasta el sillón y ayudada de una mesita, coloca un cuenco lleno de trozos de frutas en su frente. —Yo puedo sola, Mercedes —dice Adelaide, tomando el tenedor de manos de la anciana—. No es necesario que me alimentes. Lo haré yo misma. —Pero aún se encuentra débil, mi niña, no es necesario que se esfuerce. Yo estoy para ayudarla. —Ya lo sé, pero ya hiciste mucho por mí. Ahora me encuentro mejor y puedo alimentarme yo sola. Además, quisiera sentirme más útil. —Bien, entonces voy a preparar una tina caliente con leche de rosas para que se dé un baño, mi niña. Eso va a ayudarla con sus heridas y hará que sus músculos se