Capítulo 2| "Una bailarina diferente"

1673 Words
Eleonor Las luces me enfocan en el escenario, mi respiración se torna agitada mientras a la vez siento ese nudo que se instala en la base de mi estómago cada vez que voy hacer una presentación. Amo lo que hago, el bailar se había convertido desde mi niñez, en el escape de la vida rutinaria y extraña a la que estaba acostumbrada. Suspiro profundamente y comienzo a dejarme llevar por la melodía del lago de los cisnes. A un costado del escenario, se encuentra mi profesora de baile, la guapa mujer de mediana edad que me ha acompañado desde el principio de ésta travesía. Ella eleva sus pulgares y me dedica una pequeña sonrisa, antes de que cierre sus ojos para así comenzar a disfrutar de la música. Comienzo a mover mis pies y manos al ritmo de la música, doy giros y saltos, para siempre caer sobre mis puntas. Al final hago una reverencia y espero los aplausos del público. Dedico una sonrisa y suspiro profundamente. Una presentación más había concluido, y como siempre, había sido todo un éxito. Miro a mi alrededor en busca de la persona que siempre me acompañaba en todas las presentaciones. Mi  padre, el hombre que siempre había estado a mi lado desde el momento en que abrí los ojos en este mundo. Ese hombre de mediana edad, al cual comenzaban a dibujársele arrugas en su rostro, se encontraba de pie en el centro del escenario, aplaudiendo más fuerte que cualquier persona que estuviese en el sitio. Mi corazón se llena de alegría al verle, le dedico una sonrisa y él me devuelve el gesto con un pequeño guiño. Desde que tengo memoria, siempre me ha repetido que somos cómplices, que siempre estaremos el uno para el otro a pesar de lo que se pueda avecinar. Él había sido la única figura que había tenido en mi vida, en él encontraba un héroe, un modelo a seguir; puesto que a pesar de que mamá había muerto cuando yo nací, él nunca se dio por vencido, siempre luchó como educarme de la manera correcta, sin importar que hiciese falta la figura materna a nuestro lado. Me quedo en el escenario unos cuantos segundos más y luego salgo tras las grandes cortinas que decoran el fondo. Me dirijo hacia mi pequeño camerino, donde espero a que Phia llegue a darme las instrucciones para la siguiente presentación. Me siento en la silla y miro mi reflejo en el espejo; una chica de piel blanca y de ojos celestes me sonríe, mientras en mi interior se reproducen las frases sobre lo bien que estuve esa noche. Pero mi sonrisa se desvanece cuando noto otra vez al lado de la puerta, a la misma figura que había estado viendo desde esta tarde. Un chico de cabello castaño, ojos celestes y vestido completamente de blanco, más una rosa azul en el bolsillo de su chaqueta, se pasea de un lado a otro al lado de la puerta. No me observa simplemente se dedica a mirar despreocupadamente la punta de sus zapatos. Nunca había sido una chica normal, desde pequeña, solía ver hombres y mujeres vestidos completamente de blanco, pasearse tras las personas que me rodeaban, siempre pensé que eran producto de mi imaginación, quizás podían ser esos amigos imaginarios que todo niño suele mirar. Pero, con el paso de los años, ellos nunca se fueron, siempre estaban ahí. A la única persona a la que había tenido la confianza de contarle era a mi padre, puesto que estaba segura que si se lo decía a alguien más, iban a creer que estaba loca. Y lo menos que deseaba era terminar encerrada en un hospital psiquiátrico; Así que desde que mi papá me dijo que eran Ángeles de la guarda y que muy pocas personas podían verlos, aprendí a vivir con ello, aprendí a ignorarlos y así simplemente continuar con mi vida normal. Lo que siempre me extrañó, es que los veía caminar tras de muchas personas, excepto de mí. Por lo que realmente me preguntaba si yo no tendría nunca alguien que me protegiera a como lo tenían ellos. Dejo de mirar al chico tras de mí y sacudo mi cabeza, terminando de soltar el moño que está sobre mi cabeza para así dejar libre mi larga melena rubia. Alboroto mi cabello con ambas manos, inhalo pesadamente tratando de concentrarme en mi imagen, en vez de pensar en lo extraño que se siente que ese ser tras de mí me observe. Estaba tan acostumbrada a verlos tras las demás personas que nunca esperé a que ahora uno de ellos me  estuviese siguiendo. De forma disimulada vuelvo a mirarlo y esta vez noto como sus ojos celestes están clavados en la parte trasera de mi cabeza. Su expresión es seria es como si estuviese analizando algo, lo que lo que hace sentirme extremadamente incómoda, en mi interior sólo deseo que desaparezca, pues en este momento no sé cómo voy a actuar al saber que alguien me está siguiendo, aunque ese alguien sea mi supuesto ángel de la guarda. —¡Oh Eleonor, has estado increíble! —exclama Phia, mi profesora de baile al abrir la puerta. Ella se detiene tras mi silla y da un aplauso viéndome con gran orgullo en su mirada. Le dedico una sonrisa y me giro  para quedar frente a ella. —Siempre dices eso, Phia —contestó meneando la cabeza. —Eso es porque siempre estás increíble. —Simplemente hago lo que puedo. —Estoy tan orgullosa de ti —murmura sin dejar de sonreír. Asiento en su dirección a la vez que le devuelvo la sonrisa. Siempre iba a estar agradecida con esa mujer, pues al conocerla desde mi infancia, casi se había convertido en la madre que nunca conocí. —Bien, es hora de irnos —dice, girándose para abrir otra vez la puerta—. Tu padre espera por ti a la salida. Cuando me encuentro con mi padre, lo primero que hago es refugiarme en sus brazos abiertos; siento inmediatamente esa seguridad que él me transmite cada vez que estoy a su lado. —Estuviste fantástica, mi amor —susurra antes de besar mi frente. Ambos nos despedimos de Phia, y luego caminamos hombro a hombro hacia el estacionamiento en busca de su vieja camioneta. Eran cerca de las 10 de la noche cuando comenzamos a dirigirnos hacia nuestra casa, no sin antes haber pasado por unas grasientas hamburguesas las cuales iban a ser nuestra cena. Miro a mi padre mientras conduce, muerdo mi labio inferior al tener que contener la necesidad de decirle que había visto uno de los hombres de blanco caminar tras de mí, el cual se había desvanecido cuando Phía entró a la habitación. Dejo  salir un largo suspiro, pongo los ojos en blanco y me concentro en la ventana viendo los árboles pasar frente a mí. Amaba el sitio donde vivía. Kárpatos era una zona costera, donde abundaba la naturaleza, mi casa estaba alejada del pueblo, por lo que por lo general si no podía conducir el viejo auto que mi padre me había obsequiado, él iba conmigo a todas partes por miedo a las desoladas carreteras. Mi casa era bastante cómoda, aunque a la vez antigua, contaba con un amplio pórtico, donde yo pasaba largas horas leyendo, mientras veía mi padre trabajar en su taller de autos. También tenía dos plantas, en la parte superior habían al menos 4 habitaciones, las cuales 2 de ellas estaban en completo desuso desde que yo tenía memoria. Sus paredes estaban desgastadas con falta de pintura, pero mi padre siempre decía que eso no era necesario arreglarlos justo ahora. Puesto que el dinero que ganaba en su negocio, el cual era bastante poco, lo invertía en mi carrera de fotografía. —Lo he visto —confieso al fin, alejando la mirada de la calle, para mirar a mi papá. Él me observa por un segundo antes de regresar su atención a la carretera. Frunce el ceño, y lo miro tragar grueso. —¿Qué has visto? —pregunta. —A un ángel. Hoy lo he visto caminar tras de mí, desde antes de salir de la universidad. Él vuelve a mirarme con una expresión fría. —¿Te has sentido diferente? —indaga. —¿Diferente como? —No lo sé, dímelo tú. ¿Has sentido algo diferente en tu interior? —Sólo un poco de temor, papá. Bien sabes que te he dicho que nunca los he visto cerca de mí. Ahora no sé cómo debo de actuar si lo vuelvo a ver. —Ignóralo completamente. Quizás pronto se irá. —¿Y si no lo hace? ¿Y si me observa mientras tomo una ducha? —llevo ambas manos a mi cabeza, dándome cuenta del horror que eso significaba. Dios, ese chico podía desvanecerse y aparecer donde le daba la gana, ¿Qué iba a hacer yo si en algún momento me lo encontraba en la ducha? Papá rompe en una carcajada mi lado, lo que me saca de mis pensamientos estúpidos. Lo miro y él golpea el volante sin dejar de reír. —Cariño, eso no va a pasar. Y si pasa, pues sólo dale una patada en las pelotas. Frunzo el ceño y formo una línea con mis labios. Papá no me creía, al parecer no estaba tomando todo como una broma. —Sí te creo, mi amor —habló con seriedad, como si pudiera leer mi mente—. Es solo qué amé tu rostro lleno de terror al imaginar a ese tipo metido en tu ducha. Yo no los puedo ver, pero si eso llega a suceder, no dudes en decirme, pues haré hasta lo imposible por poder verlo y arrancarle las pelotas. Lo miro otra vez y le dedico una sonrisa sincera. ¿Qué sería de mi vida sin ese hombre? Es la pregunta que siempre inundaba mi mente. Mi padre era todo para mí, por lo que, ni siquiera podía imaginar mi vida sin él.
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