–¿Quién es él?– preguntó el Marqués. –Un viejo... muy viejo– respondió Serla–. Debe tener más de cincuenta años y vive como a seis millas de Langwarde. Acudió a ver a Tío Edward, porque quería alquilarle unas tierras, y me lo presentaron. Charló conmigo durante el almuerzo. Su voz se quebró. –Nunca... imaginé... que un hombre... como él... quisiera casarse... conmigo. –¿Y qué le dijo usted a su tío? – Le dije que no me casaría con Sir Hubert, porque me parecía repulsivo, pero no me hizo caso. No cesaba de repetir lo afortunada que era de que algún hombre deseara hacerme su esposa, y en especial un hombre con título nobiliario. El Marqués pensó que aquello era de esperarse de alguien como el Conde. Y dijo: –Así que decidió escapar. –Preferiría... morirme a que... un hombre... como