«Hasta el más delicioso plato harta si lo sirven en todas las comidas», había pensado el Marqués al abandonarla. Eso le había sucedido con la mayoría de sus pasajeros amores. En cuanto descubría algo misterioso o fascinante en alguna mujer, siempre estaba dispuesto a hacerla suya. Por lo general, sucumbían rápidamente. Y con igual rapidez se aburría de ellas. Sabía lo que iban a decir desde antes de que abrieran la boca. Todo en ellas era artificial y ensayado. Y terminaba por bostezar, al no encontrar nada nuevo que mantuviera más tiempo su interés. Se alejó de la mujer con quien había estado hablando. Recordó que su abuela había dicho que los jóvenes debían reunirse en el salón de baile. «Debo ir a buscar a Serla», pensó. Cuando estaba a punto de hacerlo, el Príncipe Regente y su gr