CAPÍTULO TRECE
El Diario de Nolan
Había entablado una especie de amistad con un tipo delgado que se llamaba Sam Caine. Era bastante agradable, con una mata de cabello rubio sobre su rostro terso que le daba un aire juvenil. Podía entender por qué las damas parecían tan atraídas por él. A veces se reía de eso, guiñando un ojo: "Oh, también hay algo más, pero tendrás que adivinar qué". Trabajó duro en el campo y se convirtió en una especie de ritual para nosotros ir a los bordes lejanos del campo para pasar la mañana reparando las cercas. A solas, solo con el cielo y las montañas lejanas como compañía, hablábamos de todo tipo de cosas. Fue durante uno de esos momentos, mientras nos sentamos de espaldas contra un afloramiento rocoso masticando el pan de maíz que la querida señorita Tomkins
