Con el recuerdo de lo sucedido, me desperté el domingo teniendo todavía entre mis brazos a la chavala. La expresión tranquila de su rostro descansando no evitó que me sintiera mal al saber que su felicidad era producto del maltrato que había recibido desde niña. Y no queriendo que perturbar su descanso, me quedé observándola en silencio. Su belleza eslava y las reacciones que provocaba en mí fueron un siniestro recordatorio de la responsabilidad que la zorra de mi secretaria había puesto sobre mis hombros. Y mientras acariciaba su cuerpo con la mirada, instintivamente mis ojos se dirigieron hacia su sexo. La ausencia de vello me permitió recorrer sus pliegues mientras me preguntaba si en su interior seguía teniendo esa telilla que confirmara su virginidad. Sin ser algo perentorio que nece