Esa noche mi sueño fue intermitente, varias veces me desperté con la sensación de que alguien me espiaba y tras verificar que Natacha seguía durmiendo, volvía a cerrar los ojos e intentaba descansar. Sobre las nueve, fue la última y en esa ocasión, la impresión resultó cierta al encontrarme a la rusita sentada a los pies de mi cama con una bandeja en sus manos. ―Mi señor, le he preparado el desayuno― la escuché decir. No sé si lo hizo a propósito o por el contrario fue casualidad, pero lo que tengo claro es que al poner la bandeja en mis rodillas sus pechos rozaron mi boca y al sentirlo esa criatura gimió con la dulzura de un gatito. ― ¿Qué haces desnuda? ― pregunté sin recriminarle directamente ese roce, ya que de hacerlo debería darle un escarmiento para que no volviese a pasar. Por