A la mañana siguiente, la rusita fue feliz cuando le hice llegar el video y mientras desayunábamos, se puso a verlo. Su excitación era tan evidente que muerto de risa señalé el tamaño que habían adquirido sus pezones. Contagiada, la puñetera cría dejó caer que al volver iba a tener dificultades para ponerse a pintar su culo cuando lo que realmente le apetecía era plasmar en el lienzo la expresión de mi cara viendo cómo se masturbaba. ―Como dije ayer, tengo una muñeca preciosa― respondí mientras con dos de mis yemas le regalaba un pellizco. Sin ocultar el gozo que esa caricia le producía, la cría me preguntó si finalmente esa noche la iba a hacer mía. El tono de la chiquilla revelaba esperanza, pero también desolación al sentirse ignorada por no ser tomada por mí. Recordando que por su “e