La mañana siguiente trajo un poco de tranquilidad a la zona, dado que los truenos del volcán, las sacudidas del suelo y la lluvia de proyectiles habían cesado por completo. Una falsa neblina limitaba la visión a unos cien metros, constituida en realidad por partículas sólidas flotando en el aire y llevadas a un lado y otro por suaves brisas matutinas. Las cenizas ya precipitadas al suelo conferían al paisaje un tono triste, cubriendo vegetación y rocas de un monótono color beige. Las ráfagas que soplaban de tanto en tanto quitaban ese polvo de las ramas y lo hacían caer, o bien lo re- depositaban en otro sitio. Los cuatro viajeros no tenían ya provisiones para desayunar, de modo que ni bien se levantaron prepararon sus enseres y emprendieron la marcha. La sed y el consiguiente riesgo de d