El camino de ripio daba numerosas curvas ascendiendo laboriosamente por el faldeo del cerro; las piedras que levantaba a su paso el vehículo golpeaban en el chasis y en algunos casos en la parte inferior de los guardabarros. Marcelo, nacido y criado en las llanuras de la pampa húmeda, manejaba con extrema atención, particularmente porque para subir la sinuosa cuesta debía conducir a una velocidad respetable. Teresa lo acompañaba en silencio, pensativa y sosteniendo firmemente la mochila donde llevaban los artefactos cuyo origen deseaban corroborar. Luego de una media hora de viaje llegaron a una bifurcación del camino, con la señal que Tschudin les había descripto. Recién entonces estuvieron seguros que no habían extraviado el camino en las mil curvas anteriores. Cinco minutos más tarde es