Mi jefe misterioso

2296 Words
Época actual, ocho años después. Llegué al majestuoso hospital universitario Jackson, tras andar unas cuantas cuadras. Aquel lugar era el más importante de todo el imperio Jackson, el cual abarcaba desde centros comerciales, restaurantes, hoteles y obviamente, la universidad donde yo había pasado casi seis años enteros de mi vida. Sin embargo, el hospital era uno de los más viejos e importantes negocios de esa familia, ya que este era todo un paraíso con solo verlo por fuera, estaba construido con majestuosos edificios — que parecían más rascacielos que otra cosa —, los cuales se conectaban por puentes. Pero no solo era maravillosa su arquitectura, sino también sus especialistas y su tecnología, sumado a esto todos los méritos, premios y galardones que se habían llevado durante décadas, lastimosamente, casi nadie podía adquirir sus servicios, excepto obviamente la elite, los cuales eran prácticamente sus VIPS. Para mi sorpresa, en la entrada, recostado contra un pilar cruzado de brazos frente al pecho, estaba él sonriente Cody, quien al verme, se aproximó apresurado a mi encuentro. En una de sus manos cargaba una bolsa, y en la otra un ramo de rosas, que ocultó tras su espalda, un poco nervioso de que lo hubiera visto de improviso. —¿Qué haces aquí? —inquirí conteniendo mis ganas de sonreírle, incluso más al percatarme de su expresión llena de preocupación—. ¿No tienes nada mejor que hacer? —Vine a traer tu almuerzo, idiota —contestó, entregándome la bolsa con lo que parecía ser un subway. Mantenía su ceño fruncido, como si le ofendieran mis frívolas palabras. —¿Y las flores también tengo que comérmelas? —farfullé, intentando asomarme tras él, éste ni corto ni perezoso me hizo a un lado, para acto seguido, entregarme el ramo sin siquiera poder mirarme a la cara. —Son para tu oficina, retrasada. —Gracias —me reí, tomándolas sin darle mucha importancia, ya que sabía muy bien sus verdaderas intenciones—. Pero, a veces pienso que estos detalles ocasionales son para la doctora Nia, ¿me equivoco? —Sabes que mi corazón seguirá siendo tuyo a pesar de mi trabajo, o de quien sea —me recordó, pasándose sensualmente una de sus manos por su cabello n***o, despelucándolo de inmediato. —Qué cursi, me has puesto la piel de gallina —refunfuñé, estremeciéndome asqueada de su forma tan peculiar de evadir sus sentimientos por Nia, justo enfrente a mí. —¿Nos vemos en casa esta noche? —Claro —susurré, brindándole la más cálidas de las sonrisas, que él sin pensárselo dos veces, me regresó Se acercó a su motocicleta, para ponerse el casco antes de subirse a esta, dado que debía volver a sus intensas clases de derecho. —Le daré a Nia este regalo, en tu nombre. —¡Haz lo que quieras…! Sus palabras se dispersaron en el aire, opacadas por el estruendoso ruido producido por el motor del auto acelerado que pasó junto a nosotros, aquel Ferrari rojo que había visto minutos atrás. Cruzó frente a nosotros en dirección al parqueadero subterráneo del hospital, dejándonos estupefactos con su velocidad, y la forma espectacular en la que aquel hombre de traje con el que me había chocado en la cafetería, conducía sin importarle lo más mínimo los peatones. Lastimosamente no había logrado reconocerlo, debido a la distancia en la que me encontraba, pero podía estar algo segura de quién era. Su porte se me hacía vagamente familiar. —¿Qué ha sido eso? —me cuestionó Cody con su boca abierta. —El escandaloso auto del presidente del imperio Jackson. —¡Increíble! — Lo sé… —asentí, concordando con sus palabras. Me mordí el labio inferior, observando con cierta nostalgia el lugar por el que había pasado aquel hombre a quien sólo conocía por el nombre, ya que rara vez se dejaba ver la cara y para mi desgracia, yo no había tenido semejante privilegio. — ¿Nunca has hablado con él? —No realmente, ni siquiera sé cómo es de frente —suspiré, decepcionada con mi confesión—. Si buscas en internet su nombre, no aparece ni siquiera una foto. —¿Cómo se llama? —preguntó, con sus ojos azules bañados en curiosidad. Podía notar en su expresión que no creía ni una sola de las sílabas que salían de mis labios, así que incrédulo como nunca antes, tomó su celular, dispuesto a usar sus dotes de detective. —Jackson Theodore… Algo así… No lo recuerdo. —¡Ni siquiera existe en google! —se quejó, enfadado conmigo, como si fuese mi culpa que aquel hombre multimillonario no apareciera en internet o en un periódico, ni menos en una revista. Era como un fantasma. —Exactamente. — Entonces no se debe llamar así, Lucy. —Sí se llama así, ¿acaso crees que no conozco a mi propio jefe? — Ni siquiera le has visto a la cara una sola vez. —¡Probablemente se la vea en la fiesta del viernes! —bufé, cruzándome de brazos, echando chispas por los ojos—. Me han dicho que siempre aparece en las fiestas de fin de año para dar un discurso, pero nunca he tenido la oportunidad de ir debido a mis pacientes, pero esta vez no será el caso. —¿Irás a la fiesta con Nia? —masculló, volteando su rostro en otra dirección, impidiéndome ver los celos que decir aquello le producía. Se notaba que por su interior corría una inmensa rabia, que sin mucho esfuerzo, lograba escuchar en su siniestro tono de voz. —Sí, ¿Por qué? ¿Te dan celos? —¡Claro que no! —A Cody le gusta Nia… —canturree como una niña pequeña lo hubiera hecho, para sacarlo de sus casillas—. Cody y Nia, se van a casar…. —¿No tienes niños que atender y cánceres que curar? —escupió molesto con mi actitud infantil a la edad de 29 años, sin embargo, disfrutaba molestar a Cody, más cuando sabía que reaccionaría de esa forma. —¡Qué cínico! —gruñí, haciendo un tierno puchero sin poderlo evitar—. Además, tengo una cita con Nia. —¡Dios! —murmuró, poniendo los ojos en blanco—. A veces pienso que la que está enamorada de esa estúpida mujer eres tú y no yo. —¡Lo has admitido! —aplaudí, emocionada con su manera tan peculiar de aceptar las cosas en su interior. Aunque después de todo, decírmelo o rectificarlo no era necesario, podía ver sus sentimientos dibujados en su rostro todo el bendito tiempo. —Sí. ¿Y? —Nada —musité, conteniendo mis ganas de romper a reír en todas sus narices. —Ten cuidado, ¿a qué horas llegarás? —Quizás a las doce —contestó, subiéndose con agilidad a su motocicleta—. Sabes que las mujeres esperan por mi preciosa compañía. —¡Pamplinas! Encendió esa monstruosa máquina, y me dedicó una última mirada, antes de salir disparado muy lejos de allí, en dirección a la universidad que a decir verdad, no quedaba demasiado lejos. Sonreí sin poderlo evitar, recordando nuestra ridícula charla, Cody siempre sabía cómo cambiar mi estado de ánimo, incluso cuando discutíamos, lograba hacerme reír. Observé las hermosas rosas y un extraño pensamiento cruzó mi cabeza; cómo deseaba poder llevarle algunas a la tumba de Jack, pero sabía que eso no sería posible. No a menos de que encontrara a Deborah o a alguien que me lo dijera, que me contara dónde estaba él, después de tantos años sin saber siquiera dónde estaba reposando su cuerpo. … Me encontraba en mi oficina, revisando mi correo y luego de abrir cartas y otras cosas sin sentido, finalmente encontré otra de esas misteriosas notas, sin remitente, sin firma, sólo un simple papel con una frase formada por trozos de papel cortado de lo que parecían ser revistas. “Vendré por ti, pronto.” Solté un largo respingo, apilándola entre el montón de las mismas. Llegaban una vez a la semana desde hacía más de dos años, a veces cambiaba un poco la frase, pero aún cuando intentaba ignorar la amenaza, sabía perfectamente de quién se trataban las notas, aún cuando me convencí a mí misma de que era imposible. Pero si hacía cálculos más a prisa, mi padre saldría libre en cuestión de unos meses y no podría hacer nada para evitarlo, tal vez eran de él y aquellas notas eran la evidencia perfecta de que tramaba hacerme daño. Sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo de sólo pensarlo, sacudí mi cabeza, sacándome esas horribles ideas de la mente, sin embargo, el terror me invadía. Tomé todas las notas entre mis manos, abrí la ventana con un poco de dificultad, y las lancé al aire, esperanzada de que mi terror se disipara al menos si no las tenía cerca de mí. Esa noche no pude pegar ojo con tranquilidad, a pesar de mi intenso agotamiento, mis sueños se convertían en algo tormentoso cada vez que avanzaban, así que con unas ojeras muy marcadas bajo mis ojos. Me marché a trabajar al hospital al otro día. Aún con mi falta de descanso, al destino se le había ocurrido mandarme montones de emergencias y casos delicados con los que tuve que lidiar. Finalmente exhausta de aquella jornada; me dejé caer en una de las sillas de espera del pasillo, mientras me bebía un vaso de café que me había regalado una de las tantas enfermeras. Entonces, entretanto intentaba relajarme del estrés, la vi caminando con cierto temor, se aproximaba hacia mí, analizaba cada rincón espantada, como si no encontrara su verdadero camino. Aquella niña que había visto el día anterior de la mano con su padre, cantando esa misteriosa canción, estaba frente a mí con sus ojos llorosos. — ¿Te has perdido? —le pregunté, plantándome frente a ella. —Sí —contestó, rompiendo a llorar. Me arrodillé para quedar a su altura y no asustarla aún más de lo que ya estaba. —Bueno, vamos a ver… —mascullé pensativa—. Podemos ir a la recepción, ellos sabrán cómo localizar a tus padres, quizás digan tu nombre por los parlantes. ¿Qué dices? Ella se mordió el labio inferior, desconfiada de mi propuesta, después de todo, a los pequeños se les enseñaba a no hablar con extraños, y yo era una de esos, salvo que yo si tenía buenas intenciones con ella. Sin poder hacer más, asintió, incrédula de que la pudiese ayudar realmente. Me puse en pie de un mediato y tome su delicada manita, caminamos en silencio por los pasillos, tomamos el ascensor, y gracias al cielo, en el primer piso del edifico A, dos simpáticas secretarias nos recibieron, les expliqué la situación y ellas procedieron a hacer lo suyo. —¿Cómo te llamas, linda? —preguntó una de ellas, acariciándole su brillante cabello n***o. —Lucila Kystine Thierry —contestó, meciendo sus piecitos entretenida, ya que la había subido al mostrador de mármol para que así por lo menos, si sus padres pasaban por allí, se percataran de su presencia. —¿Thierry? —repitió la más baja de las chicas, estupefacta. —¿Ese no es el apellido del presidente? —inquirió su compañera, anonadada. —¿Eres la hija del presidente? — solté, sin poderme creer aquello de entero. ¿Cómo podía su propio padre dejarla a su suerte en aquel inmenso lugar? —No sé qué es eso… —canturreo, confundida con mis palabras—. ¿Hablas de papá? —Sí. ¿Él es un hombre muy muy importante, Lucila? —No puedo decirte eso, sería peligroso para mí —cuchicheo, dedicándome una mirada alarmada con sus grandes ojos—. Mi mamá dice que no debo decirle a nadie sobre mi papá, porque podrían personas malas hacerme daño. —¡Entonces, sí es la hija del presidente! —Llamaré a la presidenta, creo que es la que está aquí en estos momento —asintió su compañera levantando el teléfono, para acto seguido, oprimir botones que no me molesté en observar. —¡Doctora Wolfang, la necesitamos en la habitación 5004! —me informo la enfermera Kim, quien pasó veloz como un rayo junto a mí, dejándome petrificada con su expresión bañada en el pánico. "Código azul. Código Azul". Se escuchaba por los parlantes del hospital. Sentí mi sangre helarse por un segundo, aquella habitación era la de la pequeña que había visitado el día anterior, antes de escuchar cantar a Lucila. —Mierda —refunfuñé en un hilo de voz—. Quédate aquí, Lucila. —Sí, señora. Aquel momento crítico lo sentí pasar en cámara lenta. Corrí apresurada hacia la habitación, sintiendo cómo mi respiración se escapaba entre los jadeos descontrolados. La madre de la niña lloraba en un rincón desconsolada, las enfermeras a mi alrededor seguían mis indicaciones, procedí a practicarle RCP, a la espera de que reaccionara, que su corazón volviera a latir. Tras intentos sin mucho éxito, accedí a usar el desfibrilador, obligándola con aquellos intensos choques, a regresar con vida. Sentí mi alma volver al cuerpo, las enfermeras me sonrieron satisfechas, y yo me limité a salir de allí, ya que ellas se encargarían del resto. Busqué a Lucila en el edificio principal, pero ya se había marchado, su madre la había recogido. Debía admitir que era extraño escuchar de nuevo el apellido de Jack, sabía que no era único en su especie, pero me parecía curioso conocer a alguien más que lo tuviera aparte de él. Después de todo, sabía que tenía mucha familia en algún lugar del mundo, y quizás Lucila o el presidente, fueran parte de ella muy en lo profundo.
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