A la mañana siguiente, mi cuerpo me ordenó que me quedara en la cama, pero mi mente no me dejaba estar inactiva. Demasiado vino, demasiado sexo me dejaron sintiéndome como si hubiera sido pisoteada por una manada de elefantes. Me desperté sola, con una cálida abolladura en la cama a mi lado donde había estado Alejandro. El reloj de cabecera me dijo que todavía teníamos un par de horas antes de que tuviéramos que recoger a los niños y sabía que teníamos que usar ese tiempo para hablar. Esperaba que mi esposo estuviera abajo preparando una taza de café fuerte.
Una ducha caliente me hizo sentir humana de nuevo. Giré la cabeza hacia un entorno de masaje palpitante y dejé que golpeara mi cuerpo hasta que el agua caliente finalmente se acabó, mientras trataba de poner todos los pensamientos zum
