Alto, casi llegando a los dos metros de estatura.
Acuerpado, rubio, ojiazul y muy pero muuuy hermoso.
Y con un elegante traje de Arturo Calle, me quedó claro que debe ser un abogado de la firma.
Pero definitivamente no puede ser colombiano. No tiene cara de serlo. No es que en Colombia no existan los rubios ojiazules, porque después de todo, tenemos diversidad incluso en eso, en mi familia hay tanto blancos como afrodescendientes, pero este muchacho que acaba de entrar al ascensor tiene cara y cuerpo de europeo.
—¡Buenos días! —saludó, con un claro acento de aquí, y yo no pude quedar más confundida —¡Oh! Creo que vamos para el mismo piso.
Las puertas del ascensor se cerraron y yo temblé, pero no de miedo, sino que... ¡Dios! ¡Este hombre es tan hot! Y ese perfume que emanaba de él..., oh, debe ser de los caros.
—¡Wow! ¡Qué rizos tan espectaculares! —dijo el rubio, y yo lo volví a mirar y me sonrojé al ver su voluminosa sonrisa —. Lo siento si estoy siendo algo atrevido, pero es que no acostumbro a ver cabelleras así, aquí todas se planchan el cabello.
—Descuida. En todo lugar al que yo vaya, llamo la atención por mi cabello, así que estoy acostumbrada a esos cumplidos —dije, y para mi sorpresa no tartamudeé.
El muchacho ensanchó su sonrisa y esperamos a que el ascensor llegara al quinto piso. Y cuando las puertas se abrieron e ingresé en la planta, me pude dar cuenta de que, en efecto, todas las mujeres allí tienen las melenas alisadas y teñidas.
Y por supuesto, tienen vestidos y tacones de marca, y unas carteras carísimas. Incluso creí que ver una de Carolina Herrera.
—¿Necesitas que te ayude en algo? —me preguntó el rubio cuando salimos del ascensor y vio que yo parecía perdida. Por el carné que tuve que usar, supo de inmediato que yo era visitante.
Me tomó unos segundos procesar lo que me preguntó, ya que me perdí en la profundidad de sus hermosos ojos. Oh sí, esto tiene que ser amor a primera vista. Siempre me han encantado los hombres que tienen aspecto de no ser de por aquí, así que es apenas obvio que me quede congelada al ver al fin a uno tan cerca.
Pero reaccioné cuando él pareció darse cuenta del efecto que estaba causando en mí y sonrió socarronamente.
—Yo...ve-vengo a una entrevista con la Dra. Ortiz, de la sección de Derechos Humanos —respondí, sintiendo cómo un hilillo de sudor caía por mi espalda.
—¡Oh! Yo trabajo en esa sección —me guía por el pasillo a la derecha —. Debes ser la aspirante al cargo de dependiente judicial, ¿verdad?
—Sí, ¿hay más aspirantes? —me interesé en saber si tengo competencia.
—Ayer vinieron algunas chicas, pero ninguna le gustó a mi jefa —respondió, y eso no ayudó en nada con mis nervios —. Oh, pero qué grosero soy, no me he presentado —me estrecha la mano mientras seguimos caminando entre las oficinas en donde había un típico ajetreo laboral —. Soy Vladimir Volkov López, pero todos me dicen Vlad —claro, por supuesto que tiene que ser ruso, o por lo que estoy entendiendo, medio ruso —. Soy abogado junior de la firma, de la sección de Derechos Humanos —me vuelve a sonreír de esa forma en que me pone nerviosa —, estaría encantando de tenerte como compañera de trabajo.
—¿Algún consejo para la entrevista? —pregunté mientras entrabamos a la gran oficina de la sección en donde aspiro a trabajar.
—Solo sé tú misma —se inclina para susurrarme al oído —: las chicas que han venido se creen la gran cosa por ser de universidades de renombre, y a la Dra. Ortiz no le gusta eso.
—¿Y tú no eres de universidad de renombre? —pregunté, y es que absolutamente todos los que trabajan en Orejuela Lawyers son de universidades prestigiosas. La única que estudió en una universidad poco conocida, soy yo, y por eso no creo que me vayan a dar el trabajo tan fácilmente.
El rubio vuelve a erguir sus casi dos metros de estatura y sonríe con diversión.
—Estudié en Los Andes, querida colega —respondió, y sentí que mis ojos brillaron.
La universidad de Los Andes es..., como la Harvard de Colombia. Ahí también estudió Fernando Orejuela, y la mayoría de abogados de renombre del país.
Está en Bogotá, y es una de las mejores universidades de Latinoamérica, pero también de las más caras. Yo por supuesto que no pude aspirar a estudiar ahí, así como tampoco pude aspirar a estudiar en alguna universidad de renombre de esta ciudad como la Santo Tomás o la Pontificia Bolivariana. Si escogí la Eloy Valenzuela, fue porque era la más económica entre todas las universidades, pero es considerada una universidad “de garaje”. Y no, no pude ingresar a la universidad pública, porque, aunque siempre fui buena estudiante, tampoco soy un cerebrito y no saqué un alto puntaje en el examen de Estado.
—Qué bien —fue lo único que pude decirle al gigantón rubio. Yo no pensaba decirle de qué universidad salí. Me da vergüenza.
—La oficina de la jefa está por allá —me señaló una esquina al fondo de todos esos cubículos en donde abogados junior como él estaban concentrados en los computadores leyendo y tecleando —¡Éxitos!
Algo en su cara amable y actitud positiva me hizo relajarme y estar más tranquila. Le dirigí una tímida sonrisa al ruso y caminé hasta la oficina de la Dra. Ortiz.
En algo me tranquilizaba saber que la que me entrevistaría es una mujer, y que por ende sí se fijaría en mis aptitudes, y no en mi cuerpo y/o en lo que pueda ofrecerle.
Al parecer, la Dra. Ortiz es la única que no cuenta con un asistente personal, ya que no vi ningún escritorio frente a la oficina, que, de hecho, por ser de paredes de vidrio como todo en este lugar, me vio acercarme y corrió de inmediato a abrirme la puerta.
—¡Hola! Debes ser Daniela, ¿verdad? —me preguntó con una sonrisa cordial, y yo asentí, estrechándole la mano formalmente, como tantas veces había ensayado con mi mamá ayer.
—Mucho gusto, Dra. Ortiz —la saludé, y ella me indicó con un ademán que tomara asiento frente a su escritorio.
—Puedes llamarme Margarita —dijo, sin borrar su sonrisa cordial, y se sienta en su cómoda silla de cuero —. Ese “doctoritis” del que sufrimos en este país nunca ha sido de mi agrado, ni siquiera he cursado un doctorado.
Me permití examinarla un poco. Es una mujer guapísima, de unos cuarenta y tantos años, con el cabello planchado y teñido como todas las abogadas de esta firma, traje de marca, y unas impecables uñas acrílicas.
Yo escondí mis uñas. Me las había pintado yo misma para ahorrarme la manicura. No es que me pueda permitir ponerme uñas postizas, porque debo hacer el aseo en mi casa y no me durarían ni un día. Aquí, supongo que todas tienen para pagarle a alguien que lave sus baños y tienda sus camas, pero yo no puedo darme ese lujo.
También eché un rápido vistazo a la oficina. Como la oficina de cualquier abogado, tiene una gran biblioteca, y los diplomas colgaban en una pared.
Pregrado en Derecho de la Universidad Pontificia Bolivariana.
Especialización en Derechos Humanos de la Universidad Nacional.
Y...maestría en Derecho Internacional Humanitario de la prestigiosa Universidad de Stanford.
Oh..., ella estudió en Estados Unidos. Y no en cualquier universidad de Estados Unidos. Estudió en una de las mejores del mundo.
Yo tuve la oportunidad de hacer un curso virtual en esa universidad, porque mi discurso de pobreza fue tan conmovedor, que me dieron la beca completa.
Y por supuesto que para aspirar a ser abogado senior de esta firma, tocaba sí o sí haber realizado un posgrado en el exterior. El mismísimo Fernando Orejuela, aunque había heredado esta firma, hizo posgrado en Italia para estar a la altura de sus colegas.
Y yo...en estos momentos no puedo aspirar a nada más. Empezaré el papeleo para aplicar a una beca en España, pero por supuesto que mi negatividad me impide pensar en que tendré alguna oportunidad de ser admitida.
—Iba a traer mi currículum impreso, pero me dijeron que ustedes manejan la política de cero papeles —dije, cuando vi que Margarita tomó su IPad, suponiendo que para buscar mi CV.
—Así es —respondió, moviendo sus finos dedos en la pantalla del artefacto que sueño con tener algún día —. Otras secciones de esta firma gastan papeles por montones, en especial la del área civil, pero yo tengo una estricta política de utilizar la tecnología para lo que en serio debe ser —pone su IPad último modelo sobre el escritorio, y empieza a ojear mi CV. Se me disparó la tensión —. Tienes 23 añitos —me mira maternalmente, y yo me sentí sonrojar —, una niña todavía —sigue ojeando, y quise morirme cuando llegó a la parte en donde decía en qué universidad estudié —. Universidad Eloy Valenzuela —creí que iba a hacer la cara que todos hacen cuando les revelo en dónde estudié, pero siguió conservando esa sonrisa cordial —. Soy muy amiga de una abogada graduada de allí, es una universidad muy admirable —le da un sorbo a su taza de café, y yo me volví a relajar un poco —, pocas instituciones le dan la oportunidad a gente mayor de cumplir su sueño de estudiar una carrera universitaria —siguió leyendo mis logros académicos, y abrió muy bien los ojos cuando supuse que ya había visto la parte en la que puse que hice un curso de derechos humanos en la Universidad de Stanford —. Hiciste un curso de diez semanas en mi alma máter —me mira con orgullo, y mi corazón latió a mil por hora —, y otros cursos sobre derechos humanos en instituciones igual de admirables —siguió leyendo, y encontró mis diplomas de digitación de textos y manejo de herramientas ofimáticas —. Debo admitir que tienes el currículum más brillante que he visto en años —se reacomoda en su silla, y se sirve más café de su cafetera francesa —, la mayoría de aspirantes a trabajar en esta firma lo único que tiene es su diploma de una prestigiosa universidad, pero no saben manejar siquiera un computador, y puede que tengan algo de experiencia trabajando en bufetes de abogados, algo que veo que tú no tienes...—oh, me volví a poner nerviosa. Joder, adiós trabajo. No tengo nada de experiencia laboral, no al menos como dependiente —y eso es lo que tanto me molesta. Que las personas se crean la última Coca-Cola del desierto por haber estudiado en una universidad de renombre con el dinero de sus papis, pero personas como nosotras tuvieron que partirse el lomo para poder hacerlo —me sonríe de una manera en que me transmitió confianza, tal como lo hizo Vlad hace unos minutos —. ¿Quieres que te cuente algo? Yo pude estudiar gracias a que fui uno de los mejores puntajes en el examen de Estado, pero aun así debía trabajar para costearme mis gastos —me toma una mano por encima de la mesa y me vuelve a sonreír de esa manera tan maternal —. Bienvenida a Orejuela Lawyers.
Esperen... ¡¿Qué?!
Se supone que esto es una entrevista. Ella tiene que hacerme preguntas, algo tipo “¿Por qué debería darte el trabajo si no tienes experiencia?”, o plantearme un caso hipotético de violación a los derechos humanos para que yo lo resuelva.
Esto no puede ser así de fácil, menos en la firma de abogados más importante del país.
Me pellizqué para asegurarme de que no estaba soñando.
—¿E-eso es todo? —pregunté, y ella debió notar la incredulidad en mi cara porque soltó una risita.
—¡Claro que sí, Daniela! —exclamó levantándose de su silla y acercándose a mí. Yo por supuesto que me puse en pie de inmediato —. Desde que te vi acercándote a la oficina, supe que eres la indicada. Todos llegan aquí caminando con aun aire de superioridad que solo me dan ganas de lanzarlos por la ventana —me vuelve a estrechar la mano con firmeza —. ¿Puedes empezar mañana?
—S-sí. Claro que sí, ¡por supuesto que sí! —dije con ganas, sin todavía poder creérmelo del todo.
Ella volvió a reír dulcemente y me acompañó hasta la puerta.
—Me recuerdas a mí cuando tuve mi primer empleo, ¡no lo podía creer! —me da unas palmaditas amistosas en la espalda —. Busca a Vladimir mañana, trabaja en esta sección como uno de mis mejores abogados junior, él te hará la inducción y te dará un recorrido por todo el edificio.
—¡Gracias! ¡No sabe cuánto le agradezco por esta oportunidad! —dije, casi que llorando de la emoción, volviendo a estrechar su mano enérgicamente.
—Pásate por la oficina de recursos humanos para la firma del contrato —dijo, y yo respiré para calmar un poco la excesiva emoción —. Nos vemos mañana, abogada Daniela.
Salí de la sección con una felicidad inmensa. Oh, definitivamente esto tuvo que ser obra de Dios. No podía ser solo suerte que haya logrado conseguir una entrevista en la mejor firma de abogados, justo en el área que más me apasiona del Derecho, y que justo me diera el trabajo una abogada que tuvo los mismos inicios humildes que yo.
Sí, bueno..., obtuve el cargo que generalmente es para estudiantes de Derecho que van por mitad de carrera, porque se supone que ya teniendo la licencia profesional debo aspirar a mínimo ser una abogada junior, ¡pero algo es algo! Máxime en esta ciudad en donde las oportunidades son tan pocas.
Firmé el contrato. Ganaría el salario mínimo, pero eso no me importó en el momento, porque estaba feliz por al fin tener algo estable que me permitiera pagar deudas, ayudar en casa y tener una vida más o menos digna.
Salí del moderno edificio y no evité dar saltitos de felicidad, importándome poco que las personas que estuvieran pasando cerca se me quedaran mirando como si estuviera loca.
Pero claro que, en ese momento de emoción, yo no me podía imaginar que mi vida cambiaría para siempre de una manera en la que nadie se esperaría al trabajar en Orejuela Lawyers Enterprise.