Marcelo siguió exhausto los ágiles pasos de Huacmán; el terreno se había tornado escarpado y la pendiente en ascenso era fuerte. A pesar del frío imperante, gotas de sudor rodaban por la frente del muchacho, se introducían por el cuello y caían por su pecho. Notando la fatiga de su compañero, Huacmán decidió esperarlo una vez que hubo llegado a una pequeña meseta sembrada de piedras. Cuando Marcelo lo alcanzó, ambos se sentaron en una roca para recuperar el aliento. Mientras el joven reposaba el guía caminó unos pasos en una dirección descendente de la planicie, donde crecían unos matorrales espesos, tras los cuales el hombre pensaba cubrirse para orinar. Algo llamó su atención y se agachó para visualizarlo.
Marcelo... mira— dio en una voz que sobresaltó al aludido, el que se levantó de
