He perdido a mi hermano
Connor
—¿Se puede saber de qué diablos va esto? ¡El inservible de tú hermano sólo ha regresado a causarnos problemas! —vocifera mi padre antes de lanzar un periódico sobre mi escritorio, y pasarse una mano por la cara, visiblemente furioso.
Le hago un gesto de desentendimiento mientras despliego las páginas y me concentro en leer el contenido de la nota en primera plana, anticipando lo que estoy a punto de leer.
El Regreso Misterioso del Hijo Mayor de los Holland Despierta Nuevas Especulaciones.
El primogénito de la prominente y prestigiosa familia Holland ha vuelto a la Gran Manzana después de una prolongada ausencia del ojo público. Tras años de mantener un bajo perfil, su retorno ha generado gran expectación entre los neoyorquinos y especulación sobre sus próximos pasos. Mientras tanto, Connor Holland, el hermano menor y actual gobernador del estado, así como su familia, se han mantenido al margen y aún no han hecho declaraciones sobre los rumores que rodean este inesperado regreso. Los interrogantes sobre la verdadera razón detrás de la desaparición de Ryan Holland y el impacto en su antigua carrera política permanecen sin respuesta.
Exhalo una bocanada de aire, preparándome mentalmente para el colapso que está a punto de tener mi padre. De hecho, ya se había tardado en venir a reclamarme. Mi asistente me había puesto al tanto de la nueva nota que habían sacado, pero me negué a a leerla.
—Bueno, padre, tranquilízate. Podría ser peor... —empiezo, intentando abogar por mi hermano.
—¡No! Ni se te ocurra defenderlo como siempre lo haces, tienes que empezar a aceptar que Ryan solo trae caos a nuestras vidas —me mira rabioso, al tiempo en que toma asiento en uno de los sillones de cuero—, ¿crees que necesitamos a la prensa creando rumores sobre nuestra familia? Me he pasado la vida construyéndonos un nombre, un emporio, somos una familia respetada entre nuestro círculo y aquí viene él, destruyendo todo lo que toca —sus palabras son severas, y no hay un ápice de emoción cuando lo menciona.
—A pesar de todo, es tu hijo —le recuerdo con un tono de advertencia.
Siempre he detestado la forma en que él y mi madre tratan a Ryan. No puedo entenderlos.
Las facciones de su rostro se crispan.
—Ningún hijo mío se comportaría como lo hace tu hermano. Se ha empeñado en destruirme la vida desde lo que pasó con esa maldita mujer —bufa con un notorio rencor intercalado en sus palabras.
Lo regreso a ver con incredulidad, sin poder entender por qué se expresa así de su propio hijo, como si fuera su peor enemigo. Sin embargo, no me pasa desapercibido el hecho de que mi cuerpo se pone rígido ante la mención de dicha persona.
—Esa mujer fue su vida entera.
—Esa mujer fue su perdición —rectifica.
—Ambos sabemos que eso no es verdad —mi tono se vuelve áspero—. No remuevas el pasado, padre, porque no te gustará.
Él sacude la cabeza con brusquedad, resoplando con la intención de restarle importancia a lo que he dicho.
—Connor, el único culpable de lo sucedido fue tu hermano. Acéptalo de una buena vez y olvídalo.
Niego al instante, con una expresión melancólica en el rostro mientras mi cabeza empieza a torturarme con los recuerdos de lo sucedido en esa época.
—Tú sabes que eso no es cierto. La muerte de Adriana fue mi culpa, aunque Ryan no lo sepa todavía —admito la carga que vengo acarreando desde hace años. Esa misma carga que no me deja en paz.
Mi padre suspira.
—Hijo, deja de culparte por ello —dice—. Lo que sucedió con esa mujer fue un simple accidente. Ryan es el que iba conduciendo el vehículo.
—¡Claro que no es su culpa! Aunque el fuera el conductor, tú fuiste el que ocasionó ese desastroso accidente —levanto la voz, dirigiéndole una mirada de rencor, notando esa sensación aplastante asolando mi pecho de nuevo—. Si yo no hubiera dicho nada de lo que sabía, ella todavía seguiría viva. Ryan tendría a su familia consigo y no sería tan infeliz como lo es ahora. ¿Es que acaso no te das cuenta? Nosotros le arruinamos la vida, en especial yo, porque él confiaba en mí y lo traicioné.
—Hijo, ya hemos hablado de esto. Tú sólo hiciste lo correcto —reitera, empeñado en creer la historia que él mismo ha fabricado para no responsabilizarse de sus actos.
Pero por mucho que manipule las cosas a su favor, los dos somos culpables de la infelicidad de mi hermano. Sobre todo yo, que nunca me he atrevido a revelarle la verdad a Ryan por miedo a su reacción. Porque estoy aterrado de perderlo. Aunque una parte de mí sabe que lo perdí desde ese maldito día, porque desde entonces él nunca más volvió a ser el mismo.
—No hice lo correcto —reconozco, sintiendo un escozor en los ojos—. Traicioné a mi hermano al contarte sus planes de huir con Adriana, y no sabes cuánto me arrepiento de haberlo hecho. Jamás podré perdonarme a mí mismo por ello.
Noto cómo las extremidades de mi padre se ponen rígidas, odiando que saque a relucir cosas del pasado, pero ya no puedo seguir cargando con esto. Me está matando poco a poco. Cada día que pasa, soy testigo del desastre en que se ha convertido mi hermano. Se ha vuelto una sombre del hombre que era, porque la razón de su vida ya no está, y siento que me asfixio en mi propia culpa.
—Hijo, ha sido suficiente —pide con tono de advertencia.
No le hago caso y continúo, necesitando desahogarme más que nunca.
—Lo traicioné sin pensar en las consecuencias de mis actos, ¿y sabes por qué lo hice? ¡Por mi maldito egoísmo! —le espeto, con una sonrisa irónica, vacía—. Porque sabía que si él se iba como planeaba hacerlo, la responsabilidad de ser gobernador recaería sobre mí, y yo no quería ser gobernador. No era mi sueño, padre.
—Connor...
—Pero al final eso no importó, ¿verdad? Porque traicioné a Ryan por nada. Renunció a la candidatura de todas formas. En cuanto Adriana murió, no quiso saber nada de ti ni de mamá, y yo tuve que convertirme en lo que tú querías. Tuve que dejar ir mis sueños para ser gobernador. Así que dime, ¿realmente valió la pena lo que le hice? —inquiero con la mandíbula apretada, a punto de perder el control, sintiendo que la situación me rebasa.
Él, en cambio, me observa con una expresión inescrutable, como si cada músculo de su rostro estuviera congelado. No hay una pizca de emoción que se asome, ni siquiera un atisbo de debilidad que pueda delatar lo que realmente siente por dentro. Sus ojos fríos, como el hielo, me perforan, y esa calma que siempre lo ha caracterizado me enerva aún más.
—¡Contéstame! ¿¡Acaso estás feliz, padre!? —dejo que la ira me consuma—. Porque te aseguro que ni Ryan ni yo lo estamos.
El silencio se instala entre nosotros. Mi padre no parpadea, no se inmuta. El aire entre ambos se siente denso, sofocante, y las palpitaciones que se apoderan de mis sienes retumban con fuerza. ¿Le importa en lo más mínimo todo lo que acabo de decir?
Lo observo con frustración, esperando algún signo de reacción. Pero, tras lo que parece una eternidad, él simplemente se pone de pie, moviéndose con una tranquilidad irritante. Se endereza el saco con movimientos meticulosos, aclarándose la garganta con la misma calma que siempre ha usado para ocultar sus verdaderos sentimientos.
—Volveré otro día, cuando estés más recompuesto —dice en su lugar, y el tono que emplea es tan gélido que siento que las palabras me queman por dentro—. Te sugiero que llames a tu madre; ha estado muy decaída desde que te distanciaste de ella por los berrinches de tu esposa.
Noto un golpe en el estómago ante esas palabras. Mi cuerpo se tensa, y mi mandíbula se contrae. Ada. Solo su mención despierta un torbellino dentro de mí.
—Sabes perfectamente bien por qué he decidido alejarme de mi madre —mi voz es apenas un susurro lleno de rabia contenida—. No pienso tolerar ni una falta de respeto más hacia mi esposa. Ya ha sido suficiente de sus comentarios despectivos hacia mi mujer.
El rostro de mi padre sigue siendo una máscara imperturbable, pero sus ojos brillan con un destello familiar de desprecio.
—Si te hubieras casado con alguien digno de nuestra familia, tu madre no tendría nada que decir —escupe con un tono cargado de superioridad—. Creo que en eso te pareces a tu hermano. Ambos no supieron escoger a la mujer indicada.
Un calor abrasador sube por mi pecho, endureciendo mis extremidades con una furia que muy pocas veces se apodera de mí.
—¿Indicada para quién? ¿Para ti? —vocifero con indignación.
Mi padre suspira con impaciencia, rodando los ojos como si estuviera cansado de una conversación inútil.
—¿Sabes qué? Olvídalo —responde con un desdén palpable, agitando la mano en el aire como si todo fuera insignificante—. Estoy convencido de que nunca vamos a estar de acuerdo en esto. Pero, ¿sabes qué? Ya ni importa. Hiciste lo que quisiste, te casaste con esa oportunista que no te ama. Solo está detrás de nuestra fortuna, como todas esas mujeres de su calaña, que buscan amarrar a un hombre rico para asegurar su futuro. Pero ni siquiera eso ha sabido hacer bien esa cualquiera, porque no te ha dado ni un hijo...
Mi mente se nubla por un instante, en el que ni siquiera puedo procesar toda la sarta de incoherencias que acaba de decir. El rencor y la ira me asfixia como si tuviera un agarre alrededor de mi cuello, y la imagen de Ada, su sonrisa cálida, sus ojos llenos de ternura, aparece ante mí. ¿Cómo puede hablar así de ella? ¿Cómo se atreve a tocar un tema tan doloroso para nosotros como lo es su infertilidad?
—En tu vida vuelvas a dirigirte a mi mujer de esa forma —mi voz sale baja, tensa, pero cargada de una amenaza sólida—. Porque si lo haces, no dudaré en apartarte de mi vida para siempre, como ya lo hice con mi madre. Y entonces, tendré algo más en común con mi hermano. ¿He sido lo bastante claro contigo?
El silencio se alarga entre nosotros. Su cuerpo se tensa. Se queda inmóvil por unos segundos, y en ese instante, veo algo que rara vez se muestra en él: una fisura en su armadura. Un atisbo de miedo cruza sus ojos azules, tan rápido que quizá pude haberlo imaginado. Pero no lo he hecho. La idea de perderme no le es completamente indiferente, aunque su orgullo no le permite admitirlo.
Sin embargo, rápidamente recupera su postura rígida, levantando el mentón con ese aire de superioridad que me ha acompañado desde mi infancia.
Con un último vistazo, se da la vuelta y comienza a caminar hacia la puerta. El sonido de sus zapatos resonando en el suelo de mi despacho es la única cosa que rompe el silencio ensordecedor que deja.
La ira se arremolina en mi pecho, más fuerte con cada paso que él da. Cuando está a punto de cruzar el umbral, no puedo contenerme más.
—La próxima vez que quieras venir a hablar pestes de Ryan —le espeto antes de que atraviese el umbral; mi voz resuena por todo el despacho, cortante y amarga—, recuerda que si él ahora es un hombre muerto en vida, es porque su propia familia lo traicionó.
Mi padre se detiene un segundo, y aunque no se gira, sé que mis palabras lo han alcanzado. No dice nada. Simplemente termina por salir a toda prisa, dejando el eco de sus pasos tras de sí. Y yo me quedo solo, con la furia palpitando en mi interior, como una llama que no se ha podido apagar desde hace años.
Porque, al igual que mi padre, yo también soy un cobarde, que no se atreve a confesar la verdad de lo que pasó esa noche en la cual mi hermano perdió absolutamente todo lo que le daba sentido a su vida.
> me lamento, deseando poder hacer algo para reparar una mínima parte del daño que le ocasioné, pero es inutil. Sé que no me alcanzará la vida para pagar la deuda que tengo con él.
Dejo escapar un suspiro de pesar cuando percibo un cambio drástico en la atmósfera. El aire se vuelve denso mientras levanto la mirada, y mi corazón se paraliza al ver a la persona que tengo frente a mí, mirándome con una mezcla de inconfundible dolor y un desprecio dirigido hacia mí. Sus ojos azules me observan como si fuera un monstruo. Y lo soy.
Ha escuchado toda la conversación. Olvidé que vendría a verme esta tarde.
Todo mi cuerpo se estremece mientras pierdo la valentía, sabiendo que la hora de confesar mis pecados ha llegado. Eso a lo que tanto temía.
—¿¡C-cómo pudiste hacerme esto, Connor!? —su voz se quiebra, distorsionada por el mismo dolor que acarrea en su alma, del cual yo soy el causante—. ¡Tú eras mi hermano pequeño, carajo! Confié en ti.
Los ojos se me llenan de lágrimas mientras sacudo la cabeza, incapaz de poder encontrar algo para abogar en mi favor. Alguna excusa. Pero sé que no hay ningún argumento que pueda defenderme. Todo esto es mi culpa.
—Lo siento tanto, Ryan —me disculpo, incluso aunque nada de lo que diga va a poder cambiar lo que hice en el pasado—. No tienes idea de cuánto.
Un sollozo amargo y quebradizo brota de su garganta. Su rostro se contrae de decepción, quizá esperando que diga algo más. Pero no pienso mentirle más. No alcanzo a agregar palabras cuando se abalanza sobre mí como un animal herido. Me sujeta de las solapas del cuello con violencia, estampándome contra la pared con una furia que jamás había visto refulgiendo en sus ojos.
—¿¡Por qué!? —exige, devastado, con una expresión desolada—. ¿¡Por qué me hiciste esto!? Era tu hermano. ¡Tú sabías por qué quería irme con Adriana! ¡Lo sabías todo! Yo mismo he lo conté...
—Sé que lo que hice no tiene justificación, pero no sabes cuánto me arrepiento —suelto, dejando que las lágrimas fluyan mientras la culpa se cierne sobre mí—. Jamás quise hacerte daño. Sólo no quería que te fueras.
Él me contempla con repulsión, no hay rastro del afecto que sentía hacia mí, y mi corazón arde en llamas.
—No me hiciste daño, Connor. Me mataste.
Niego con la cabeza, incapaz de soportar el dolor punzante que taladra mi pecho.
—Perdóname, Ryan, nunca...
—¡Cállate, maldito traidor de mierda! —ruge con ira, apretando su agarre hasta que comienzo a quedarme sin aire, sintiendo que me arde la cara.
—H-hermano —apenas consigo hablar.
—¡Que te calles, joder! ¡No soy tú hermano!
Al percatarse de mi estado, me suelta bruscamente, pero no alcanzo a tomar aire cuando lanza el primer golpe, haciéndome perder el equilibrio y caer al frío suelo. Intento levantarme, pero el segundo puño aterriza debajo de mis costillas, arrancándome un gruñido de dolor que me tiene luchando por llevar aire a mis pulmones.
—¡Eres un maldito desgraciado! —escupe con resentimiento, arremetiendo contra mí sin parar.
No opongo resistencia y le permito descargar su ira conmigo, porque sé que es lo que necesita en este momento. Podría matarme si quisiera, y ni así sería suficiente para aliviar la herida que le hice. Mi cuerpo recibe golpe tras golpe, con una furia que me traspasa la piel, pero aún así no me defiendo.
—¡Suéltelo! —grita alguien a la distancia, pero no logro distinguir quién es.
Todo se vuelve un caos cuando los hombres de seguridad que me custodian a todas horas, entran apresurados y sin medir su fuerza, sujetan a Ryan, que se revuelve con brusquedad, intentando zafarse para poder regresar para acabar conmigo. Uno de ellos me ofrece la mano y me ayuda a levantarme mientras mi asistente pide despejar la zona porque varios empleados se han percatado de la escena.
—¡Quítame las manos de encima! —grita mi hermano mayor, mirándome con un odio palpable—. ¡Voy a matar a este imbécil!
Lo regresó a ver con decepción, mis labios temblando, sintiendo que el corazón se me deshace al darme cuenta de que lo he perdido para siempre.
Me obligo a aclararme la garganta y entonces me dirijo a mis guardias, que todavía tienen sometido a Ryan.
—Suéltenlo —les pido. Los guardias se miran entre sí y rápidamente niegan con la cabeza.
—Nuestro deber es protegerlo, señor Holland —reiteran—, su hermano representa una amenaza para usted en este momento.
—Libérenlo, es una orden —digo con voz áspera.
Obedecen al instante y sueltan a Ryan, que se endereza, manteniendo esa postura tensa, antes de volver a mirarme. Sus ojos, ahora vacíos, me observan sin emoción alguna. Mi corazón se termina por romper.
—Desde este día, estás tan muerto para mí como lo está Adriana —dice con un tono tan frío que me corta como un cuchillo afilado—. Ya no eres mi hermano.
Lucho por mantener una expresión firme porque aún hay gente presente en la oficina, pero no puedo. Vuelvo a negar con la cabeza, sintiendo que me incinero por dentro, porque no quiero perder a mi hermano mayor.
Aunque no me lo merezca.
—Ryan, por favor —le suplico, sin importarme un bledo que me vean así.
No se inmuta ante mi estado, y apenas noto la sangre que resbala por mi rostro. Ryan tiene los nudillos destrozados, entre rojos y morados, con restos de mi sangre.
—Haré que te arrepientas por el resto de tu vida —me hace un juramento en medio del dolor y siento cómo palidezco—. Te voy a cobrar cada lágrima que he derramado durante todos estos años. Pagarás con creces por haberme traicionado, Connor.
Lo observo con desesperación, sin saber qué decir para que me perdone. Pero sé que ahora no puedo hacer nada, no me va a escuchar. Está demasiado dolido por la forma en que se enteró de la verdad, y no me permitirá explicarle cómo sucedieron las cosas. Se va a negar a escuchar razones.
—Hermano, no hagas esto... —sollozo.
La mirada de Ryan se quiebra antes de que la rabia se apodere de él. Su cuerpo tiembla con un llanto que se niega a liberar, aunque sus ojos brillan con lágrimas de dolor.
—Ya no tienes un hermano, lo has matado —sentencia con los ojos rojos de una mezcla de desilusión y tanto repudio—. Tú me has matado, Connor.
Un dolor explota dentro de mi pecho cuando se da la vuelta y abandona mi despacho sin mirar atrás, dejándome completamente destrozado. Los guardias de seguridad se miran entre sí, algunos confundidos por la interacción y otros con pena, pero mi mirada rota permanece fija en la dirección por la que Ryan se ha marchado.
Y, aunque cada una de mis extremidades quiere ir tras él, no lo hago, porque sé que no me va a escuchar.
—Que todos se vayan —murmuro entonces, todavía aturdido por el caos que acaba de desatarse, mientras hago un pésimo intento por limpiarme las lágrimas.
Mi asistente me regresa a ver con preocupación, dudando.
—¿Señor?
Levanto la mano, sin atreverme a mirarlos a los ojos.
—Dije que todos se vayan. ¡Ahora!
El silencio en la oficina se vuelve casi palpable, pero lentamente mis empleados comienzan a retirarse, algunos lanzándome miradas compasivas, otros todavía confundidos. La puerta se cierra tras el último de ellos, y el eco del cierre retumba en el aire como una sentencia que recae sobre mis hombros.
Siento cómo mis piernas ceden y caigo de rodillas, incapaz de sostener más la fachada. Mi pecho se sacude con sollozos entrecortados que no puedo controlar. Las lágrimas caen espesas, cada una cargada de un peso insoportable.
Lo he perdido. He perdido a mi hermano. Esa verdad me golpea con más fuerza que cualquier puño que Ryan pudiera haber lanzado.
Mi cuerpo tiembla, y el vacío que se apodera de mí es tan vasto que siento que me consume por completo en un abismo sin fin. La imagen de su rostro destrozado por la traición me atormenta, y lo único que puedo hacer es llorar, en silencio, en la soledad que se ha creado dentro de mí desde hace años.
Transcurren alrededor de tres horas cuando decido dejar mi trabajo y regresar a casa. El trayecto se me hace eterno. Al llegar al penthouse, el aire se siente espeso, casi irrespirable. Ada está allí, esperándome como de costumbre, y en cuanto me ve, sus ojos se llenan de una mezcla de miedo y preocupación.
No he ni cruzado la división de sala de estar cuando me aborda con una avalancha de preguntas, al percatarse de mi estado deplorable; con el cabello rizado alborotado, el labio roto y sangre seca en el rostro. Mi secretaria me sugirió ir al hospital, pero opté por no hacerle caso. No lo soportaba. Sólo son un par de golpes... nada grave, o al menos eso quiero creer. Pero dentro de mí sé que algo está roto.
Tal vez mi corazón.
—Connor, por favor, dime quién te hizo esto —susurra mi esposa, con la voz trémula, mientras con una delicadeza casi dolorosa me ayuda a quitarme el saco.
Me abstengo de hacer un gesto de dolor para no alarmarla, a pesar de que me duelen las extremidades. Comienzo a sentir que el aire me abandona, dejando solo un vacío. Un suspiro pesado escapa de mis labios cuando noto su mirada sobre mí.
—No quiero hablar de eso ahora.
—¿Por qué no? ¡Mírate! Estoy preocupada por ti —su insistencia es desesperada, y esos ojos grises, siempre tan llenos de vida, ahora sólo reflejan una profunda inquietud.
La sostengo por los brazos, no con dureza, sino con la delicadeza de alguien que teme que su mundo se desmorone con un solo movimiento. Aunque ya lo está haciendo. Mi mirada se clava en la suya mientras siento cómo algo dentro de mí se quiebra, una y otra vez.
—Estoy bien, amor —miento y las palabras me pesan en la garganta—. Habláremos de esto después, te lo prometo.
Ella me mira, apretando los labios, luchando contra las palabras que quiere soltar, pero termina cediendo. Asiente con una pequeña inclinación de cabeza, resignada. Entonces, su mano se eleva, acariciando mi mejilla. Solo en ese momento me doy cuenta de que estoy llorando.
Las lágrimas caen sin control, y un nudo se forma en mi garganta, impidiéndome respirar.
—Te dejaré solo en la habitación. Trata de descansar un poco, ¿sí? —me dice, con tono resignado, sin fuerza.
Hace dos días que no compartimos la misma cama. Desde aquella discusión que me arrancó el alma, dormimos separados. Pero no puedo más. Estos han sido los peores dos días de mi vida, un infierno del que no puedo escapar.
Cuando gira para irse, no lo soporto. Mi mano la sujeta del brazo, y antes de que pueda resistirse o expresar una queja, la atraigo hacia mí, aplastándola contra mi pecho como si temiera perderla también. Siento cómo se tensa, su cuerpo rígido, pero poco a poco se relaja bajo mi toque, y una sensación de alivio me invade.
—Connor, ¿qué te pasa? —pregunta, su voz teñida de miedo. Un miedo que también comparto.
Exhalo, incapaz de pronunciar las palabras que pesan tanto. No puedo, no quiero hablar de lo que ocurrió con Ryan. Me inclino y beso su cabeza, dejando que mi dolor hable por mí, susurrando con la voz rota:
—Sé que no estamos bien, Ada, pero esta noche... esta noche no te vayas. Te necesito aquí, conmigo. Por favor.
Siento cómo su cuerpo se estremece, y por un segundo el miedo a que me rechace me atenaza. Pero, para mi sorpresa, no lo hace. Asiente, un gesto pequeño, frágil, pero suficiente para mí.
A pesar de que todo en mi vida se empieza a desmoronar, su presencia es lo único que me mantiene a flote. Pero, incluso ahora, tengo miedo. Miedo de que también la pierda a ella.
Mi esposa.
Nos cambiamos de ropa en un silencio intranquilo, como si cada movimiento pudiera romper la frágil tregua que hay entre nosotros en este momento. Procedemos a recostarnos en la cama, pero no es como antes. La atraigo hacia mí, desesperado, como si aferrarme a su cuerpo pudiera salvarme de lo que sé que vendrá. Siento su calor, pero no es suficiente para calmar el frío que me consume.
Ella apoya su cabeza sobre mi pecho, su respiración suave y pausada, mientras yo mantengo la vista fija en el techo.
Los recuerdos me golpean con fuerza, sin piedad, y me dejo torturar. Lo merezco. He causado todo esto. Soy el responsable de la infelicidad de Ryan. De su miseria.
—¿Por qué estás tan triste, Connor? —pregunta de nuevo, y su voz es un susurro frágil, casi como si no pudiera soportar mi silencio por más tiempo.
—He perdido lo más importante que tenía en el mundo.
Siento cómo su cuerpo se tensa, como si comprendiera la gravedad de mis palabras.
—¿A quién perdiste?
—He perdido a mi hermano —la confesión finalmente sale, pesada, dolorosa, desgarradora—. Perdí a Ryan... para siempre.
—¿Él te hizo esto? —percibo el ápice de miedo en sus palabras.
—Si.
—¿Por qué?
—Porque me lo merecía —admito desganado.
—¿Qué fue lo que sucedió? —insiste—. ¿Por qué dices que lo perdiste?
Hago una larga pausa y, apartando la vista del techo para centrarme en ella, le confieso:
—Lo traicioné. You fui el responsable de la muerte de Adriana.
Un atisbo de confusión se agita en sus ojos mientras parpadea desconcertada.
—¿Quién era Adriana? —inquiere al cabo de unos segundos.
—La única mujer que Ryan ha amado en toda su vida.
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Espero que hayan disfrutado mucho el capítulo. Sé que he tardado demasiado sin actualizar por aquí, pero por igual quería compartirles esta actualización. Muchas gracias por seguir aquí. ✨