Me mantenía callado en un rincón de la habitación, mientras la veía recorrer el lugar como un torbellino, recogiendo sus cosas y lanzándolas sin cuidado a la maleta que tenía abierta sobre la cama, cama sobre la que tan solo unas horas antes le había hecho el amor de forma salvaje y desenfrenada, justo como nos gustaba, como siempre habían sido las cosas entre nosotros. Todo estaba bien, hasta que de pronto... dejó de estarlo.
Podía sentir el temblor en mi cuerpo; la rabia se mezclaba con la humillación; me estaba dejando, después de todo lo que habíamos vivido esas semanas... me estaba dejando sin piedad, pero claro, la piedad y la bondad nunca fueron parte de ella; eso lo había aprendido a la mala.
Con las manos en los bolsillos del jean, trataba de convencerme a mí mismo que lo que amenazaba con romperme el pecho en dos era solo la rabia por cómo estaba manejando ella el asunto, pero no era estúpido, la amaba y verla partir estaba acabando conmigo.
El sonido del zíper de la maleta rugió en mis oídos como una Molotov consumiéndome en llamas con violencia, entonces ella se giró hacia mí y finalmente me miró.
—Es hora de irme —dijo en medio de un suspiro mientras sus ojos detallaban mi pecho desnudo, una fugaz muestra de flaqueo en su determinación... Mi única oportunidad de detenerla.
Sin emitir un sonido di dos zancadas hacia ella y tomé su rostro sin miramientos, besándola con ansias, como sabía que jamás podía resistirse. Un gemido escapó de su garganta cuando mis manos viajaron hasta sus nalgas, pegándola por completo a mi cuerpo, que ya se encontraba tenso y preparado para hundirse en ella. En respuesta, sus manos se aferraron a mi cadera, sobre la pletina del pantalón, para asegurarse que no me alejara. Mis posibilidades iban tomando fuerza a medida que su deseo crecía, porque ella era adicta a mi cuerpo como yo lo estaba al suyo.
La tomé del cuello y lamí su labio inferior antes de atraparlo entre mis dientes. Se quejó; sabía que la estaba lastimando, pero una parte de mí quería que sufriera un poco.
—Quédate —susurré con voz ronca, aun con su labio entre mis dientes.
—No.
Hundí mis dedos en su cabello y halé de él para hacerle inclinar su cabeza hacia atrás. Entonces me dispuse a recorrer su cuello con mi lengua, arrancándole otro gemido y que se frotara contra la dureza de mi m*****o, ya deseoso de tenerla otra vez. Nunca tenía suficiente de Peyton; mi alma jamás lograba saciarse.
—Quédate.
—No, Hunter... Ya basta.
Intentó apartarme, pero me dispuse a besarla de nuevo, y como sabía que ocurría siempre, ella me respondió. Perdernos el uno en el otro era lo que hacíamos; era nuestra esencia, aquello para lo que fuimos creados; siempre lo había sabido.
—No puedes irte, eres mía, este es tu lugar y puedo demostrártelo.
En ese momento ella empezó a empujarme con fuerza, con rabia... y logró su cometido. Me apartó, no porque tuviera más fuerza que yo, sino porque era la primera vez que me rechazaba. Mi espíritu lo resintió de forma dolorosa.
—No, no soy tuya. Soy de muchos, o no soy de nadie. Soy una puta, ¿recuerdas? —Tensé la mandíbula al oírle hablar así—. Tú y yo hicimos un trato y ese trato ya llegó a su fin. Ahora me voy.
—No quieras aparentar que todo esto fue parte del trato, ¡a la mierda tu maldito trato! ¡No quieras verme la cara de imbécil! Hace mucho que esto dejó de ser solo sexo.
—Nunca fue más que solo sexo. Que tú perdieras los límites de vista es tu problema, ahora resuélvelo por tu cuenta, yo siempre lo tuve todo muy claro... Y jamás te mentí.
El estómago me dio un vuelco y las punzadas de dolor se instalaron, provocándome vértigo, incluso manteniendo la esperanza de que me estuviera mintiendo. Sus palabras dolían como el infierno.
—Claro. La cínica sin corazón que jamás se enamora, ¿no? —escupí con furia.
—Esa misma... Nunca ha habido otra.
—¿Cómo puedes ser tan desalmada? ¿Acaso olvidaste todo lo que vivimos? ¿Todo lo que... —El sonido de su teléfono me interrumpió. Le vi mirar la pantalla y volver a mirarme.
—Mi taxi ya llegó, págame. Y entonces me iré.
Casi no podía moverme; mi cuerpo se sacudía de la furia infernal que me estaba consumiendo, pero entonces me pasé una mano por el rostro y suspiré. Caminé hasta mi chaqueta, que colgaba del sillón, y saqué el sobre con el dinero que tan solo el día anterior, ingenuamente, creí que jamás haría falta entre nosotros.
—Ten, veinte mil exactos —dije ofreciéndole el sobre.
—Gracias. —Lo guardó en su bolso sin contarlos, y entonces le vi titubear otra vez, pero en esta ocasión ya estaba demasiado herido como para ilusionarme—. Ten una linda vida, Hunter... fue lindo conocerte.
Se dio la vuelta, tomó su maleta y empezó a alejarse de mí. No reuní valor de hablar sino hasta que tuvo su mano en la manija; era mi última oportunidad de hablarle. Tan pronto como cruzara la puerta, saldría de mi vida para siempre.
—Peyton... —Se detuvo, pero no volteó a mirarme—. Yo… jamás voy a olvidarte.
Mantuve la cabeza baja en todo momento; no podía mirarla, pero cuando escuché la puerta abrirse y volver a cerrarse, finalmente la desolación cayó sobre mí. Me desplomé en el suelo y por primera vez en años... Lloré.
Lloré por verla marchar, lloré por no haber sido capaz de retenerla a mi lado. ¿Cuánto más tenía que dar para que me amara? Pero entonces una voz en mi interior me recordó que eso jamás fue una posibilidad; aquello no había sido más que un trato, un juego.
Las reglas habían sido claras y ambos lo aceptamos, lo había hecho muchas veces, solo que esta vez me había tocado perder. La había perdido y ante mí no había más que oscuridad y un silencio aterrador.