—¿Y por qué no lo hizo antes? —cuestiona, irritada—. Cuando a Miguel le dio fiebre y tuve que correr con él a la clínica porque se ahogaba con el vómito, él no estuvo ahí. Lo llamé treinta veces, treinta veces. —Empieza a lavar las verduras con brusquedad en el lavaplatos—. Llegó cuando ya no lo necesitaba, con sus malditas lágrimas de cocodrilo y sus mil excusas. —¿Eh? Eso no me lo habías dicho —suelto, impresionada—. Me habías dicho que no había estado contigo, pero ahora me dices que sí llegó. —Sí, pero llegó tarde —dice y escurre las verduras. Suelto un largo suspiro. Es por eso que no intervengo en los problemas amorosos de otros. Al final, terminan arreglando sus diferencias y uno queda como el malo. Mariana sigue desahogándose, diciendo todas las cosas malas que tiene Robert