Desde el comienzo

"La vida como una canción lenta, Para algunos es la sonata melancólica del alma Y para otros es bailar un lento con la persona que más aman." Estoy sentada tratando de empezar a narrar esta historia pero por alguna no muy extraña razón, es inevitable no comenzar por el final. Siempre fui de esas personas que no toleraba el dolor, Me desmayaba por una vacuna, lloraba muchísimo ante la minima señal de sufrimiento y ni hablar de las discusiones; siempre me tapaba los oídos y por supuesto, huía en cuanto podía. Recuerdo muy claramente que al comenzar a mirar una serie solía saltarme la mitad de ella, porque una parte de mí, necesitaba desesperadamente los finales felices.No podía tolerar ver el dolor, aún si fuera actuado, e irónicamente, a lo largo de la vida, el dolor fue por mucho tiempo mi norte y fue así porque me asustaba tanto, que solo cedi ante él, y para ser una persona que le tiene pánico al dolor, yo había sufrido muchísimo e incluso existieron momentos en el que el dolor logro ceder hasta el último peldaño de mi fortaleza, y fue ahí en donde solo cerré los ojos y me convencí de que apagarme y dejar que el dolor se llevara lo último que quedaba de mí, era lo correcto. Pero eso no pudo suceder y para que puedan entender qué paso, necesitamos volver al comienzo, donde el dolor fue intimidado por algo más. Cuando era niña y recorría la calle, solía ver al mundo como una selva, repleta de leones merodeando a sus presas y mi instinto me hacía huir constantemente, asiqué los siguientes años crecí arriba del árbol, ocultándome de los depredadores, siempre silenciosa, siempre invisible. Haciendo una retrospectiva, creo que estaba tan asustada de las personas que, creí que crecer restringiéndome de absolutamente todo me mantendría a salvo. Pero paso lo inevitable y la vida tuvo que hacer su aparición para demostrarme que, aun estando refugiada en una caja completamente blindada, lo inevitable pasa, aún si no estamos preparados para el golpe final, el golpe que nos viene a noquear. Déjame decirte que también fui de esas que paso la mitad de esos años tapando la herida con revestimiento, porque si la tapaba, 'lo que no se ve no existe y por ende, no tiene que doler.' Pero ojalá todo se hubiese quedado así, suspendido en algún rincon de la memoria, revestido por algún material lo suficientemente pesado para no poder pensarlo, ni siquiera por accidente. Pero un día cuando menos lo esperaba llego, llegó ese recuerdo que durante mi niñez jure enterrar bajo kilos de revestimientos, curitas o lo que sea que funcionase, en un corazón aún más roto y lo siguiente que paso fue que poco poco, el haberlo estado enterrando los últimos años logro que su peso comenzara a ser cada vez mayor, y de nunca pensarlo paso a ser rutina atosigar a mis recuerdos constantemente, atormentándome y por supuesto, ¿por qué no? Echándome la culpa. Comencé el secundario, y me sentía una gota de agua en el desierto, la soledad me había hecho mucho más sabia para la edad que tenía, y eso significaba que muchas cosas, entre ellas el dolor, para mí se transformó en un deseo desperado de amar, de dar amor, y con esto no me refiero solo al amor romántico, me refiero al anhelo de amar de una manera que aleje al miedo, al mal, porque habia estado tanto tiempo encerrada entre mis muros que una parte de mi, estaba adormecida. Aquella parte que sentia una valentia casi desconocida, incierta y hasta me atreveria a llamarla un poco precipitada, cada tanto mandaba impulsos débiles a mi cerebro en un intento desesperado por despertarlo porque sabian que mis deseos iban en contra del miedo que se esparció por cada fibra de mi, avisándome que, ante la primera señal de cariño, estábamos preparados para correr. Y fue así como transite mi secundaria, huyendo del cariño barato, del amor sin bases, vació e inhóspito. Huyendo de la vida, viendo el tren marcharse, una y mil veces sin siquiera amagar a alcanzarlo, solo dándome la vuelta para esconderme en mi cuarto y llorar. Y no fue hasta un día, que hablando con mi abuelo sobre la vida, él me dijo: -"Un día muy pronto mi vida va a llegar al comienzo de otra aventura que por lo que supongo nos va a mantener alejados físicamente, pero, te digo esto porque quiero que siempre recuerdes que, Un humano puede tener una herida, causada por algo o alguien, y ese humano también puede sufrir por esa herida el resto de su vida o ser fuerte y tener la capacidad de detenerse y pensar: 'esta herida me destruye o yo la dejo cicatrizar', porque pequeña, el tren corre por la vía más rápida y con él, los dolores, la culpa y el resentimiento, y déjame decirte que jamás en la vida del hombre se conoció que un tren que marcho, haya vuelto de regreso." Con esa frase crecí al pasar los años, pero no fue hasta hace muy poco que logre comprenderla del todo, note que la mayoría de las veces, por no decir todas, yo dejaba que el tren se marchase y no fue hasta el 28 de noviembre del 2018 que, por fin, arribe ese tren.