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Destinada a la muerte

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Blurb

Este es el juego que convoca la navaja bailando y cantando con esta canción y dice así...

Detrás de un juego inocente, puede existir algo muy obscuro, todas las familias tienen secretos, pero cuando este va más allá de un problema cotidiano puede resultar complicado.

Mi familia ha sido guardiana de algo muy oscuro por años, sí cae en las manos equivocada estaremos perdidos.

Pero... ¿Y sí la muerte tiene la solución?

Quizás sea peligroso, pero estoy dispuesta a averiguarlo.

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Prólogo
“Cuando abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente que decía: «Ven». Miré, y vi un caballo bayo. El que lo montaba tenía por nombre Muerte, y el Hades lo seguía: y les fue dada potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad y con las fieras de la tierra.” Apocalipsis 6,7-8   Salem, Massachusetts, antigua colonia inglesa, septiembre de 1692.     Entonces, el terror llegó a nuestras tierras, infestadas de la destrucción sin fin, el ambiente era fúnebre, las mujeres lloraban no solo por la pérdida de sus hombres e hijos, sino por la vida propia que les era arrebatada de una forma tan violenta, hemos sido testigos de las terribles torturas a las que fueron sometidas, desde ahogarlas, estirar sus extremidades, mutilaciones, quemarlas vivas, la forma más piadosa de morir es siendo arrastrada por caballos hasta tu horca para morir colgada, su único crimen, ser mujeres, por qué no hay crimen alguno que perseguir, todo por las locuras de un hombre que hoza llamarlas brujas usando un estúpido libro carente de razón para cometer este genocidio en nombre de Dios, tal es su fanatismo o estupidez, que las únicas brujas de la aldea no han sido atrapadas… Por ahora; Este infierno, si es que se le puede llamar así, fue traído a Salem por William Phipps, un magistrado que apenas unos meses atrás, fue nombrado gobernador, mi familia intentó huir cuando el fanatismo religioso se extendió, pero cuando murió mi padre, todo se complicó, no debíamos despertar sospechas, nos escondemos bajo las máscaras de puritanos, cuando realmente, mi hermana Jane, es la única que no quiso seguir nuestra tradición familiar y se refugió en un convento dedicando su vida a Dios, ¡Patrañas! Toda una hipocresía el renunciar a sus raíces por dejarse llevar por una corriente llena de superstición y miedo, por un dios que primero es puro amor y luego un temible verdugo que es capaz de castigarte de crueles maneras. Desde hace siglos, mi familia ha sido la encargada de proteger el grimorio más poderoso de este mundo; San Cipriano de Antioquía fue reconocido por ser uno de los hechiceros más poderosos, tal fue su magnificencia que cuando regresó a su natal Antioquía, se enclaustró en una cueva, invocando a los espíritus infernales y de la mano de estos, obtuvo un compendio escrito en pergamino virgen en dónde se describían los hechizos de magia negra que eran infalibles, salvo los elegidos, nadie podría salvarse de tal magia obscura. Cuando fue martirizado, el libro se mantuvo oculto en la misma cueva donde se le fue otorgado, dejando pistas para que el único elegido a ser su protector, pudiera obtenerlo, es ahí que luego de una larga búsqueda y escape de los soldados romanos, mi familia logró obtenerlo. Desde entonces hemos guardado los secretos de generación en generación, siendo brujas y hechiceros ocultos entre las sombras para salvar el conocimiento, hasta que llegue el gran heredero que pueda utilizar el grimorio sin sucumbir a la locura, pero ahora, siendo perseguidas y cazadas como si fuéramos ratas, me doy cuenta de que no hay escapatoria, necesito tiempo, vivir solo un poco más, hasta que la criatura que llevo en mi vientre nazca, para así dejar un protector. —Joanne, ¡Joanne despierta! —escucho la desesperada voz de mi madre, mis ojos se abren de golpe, me percato del sonido del galope de los caballos, es de noche, el silencio sepulcral se rompe con ese sonido, más el crujir de la madera cuando derriban las puertas de nuestros vecinos. —¡Guardia real! —grita uno de los soldados, vemos por las ventanas de nuestra choza, cómo sacan a rastras a Mary Eastey, mis ojos se horrizan al ver la crueldad con la que la tratan. —¡Piedad! —suplica y uno de los guardias la azota en el pecho con una fusta, su camisón, antes de un color blanco puro, se tiñe de rojo en esa zona cuando la sangre comienza a brotar. —¡Calla bruja! —Joanne —musita mi madre tomándome por los brazos—. Debes huir ahora, no tenemos tiempo, los guardias vendrán pronto por nosotros. —No, no te dejaré aquí, madre, no —digo al borde de las lágrimas, me da una sonrisa triste y acomoda mi cabello detrás de mis orejas. —Debes irte ahora, si voy contigo no se detendrán hasta encontrarnos y asesinarnos, Jane no tiene la fuerza para hacerse cargo del libro, solo tu puedes hacerlo, Joanne —explica en un hilo de voz mientras comienzo a hacer puchero, las lágrimas recorren mis mejillas de forma violenta. —Madre, debe haber otra manera… —No la hay —interrumpe ella haciendo más firme su agarre—. Toma el libro y huye ya, sal por la puerta trasera y ve al bosque, a nuestra cueva ¿Recuerdas el camino? —pregunta y me limito a asentir —. Ahí te quedarás solo por un tiempo y Joanne… —¿Sí madre? —No confíes en Jane, ella es capaz de entregarnos. —¡Pero es mi hermana! —No, hija, ella se ha vuelto una servidora de Roma, nos cazará como lo hace la guardia real y nos matará sin piedad, sí te encuentra debes matarla —declara haciéndome tragar en seco. —¿Matarla? ¿Hablas enserio? —pregunto llena de duda en mi corazón, su expresión es seria, sus ojos se clavan en los míos y asiente. —Debes hacerlo, solo así podrás proteger nuestra causa, ella no tendrá piedad para contigo, ni para con la criatura que llevas en tu vientre. Un escalofrío me recorre de pies a cabeza, sé lo mucho que mi hermana cambió desde que se marchó a Essex, la han sometido haciéndole jurar lealtad a Roma, han destruido su voluntad a tal grado que dejó atrás a su familia para servir a un completo desconocido; mi mirada se pierde en las crepitantes llamas de la chimenea, suspiro y me encamino hacia el baúl donde guardo mis prendas, tomo uno de mis vestidos y comienzo a ataviarme, rápido, me calzo mis botas y tomo el bolso de cuero, un último regalo de mi padre, en este, deposito con sumo cuidado el libro que he jurado proteger, además de amuletos y un par de dagas que me servirán para defenderme en caso de ser necesario. —Joanne —me llama mi madre con voz suave, me giro hacia ella y me pongo de rodillas, sus manos van a mis hombros y sus ojos se clavan en los míos. —Sé que moriré pronto, por la memoria de tu padre, ancestros y la mía, júrame que protegerás esto con tu vida, sí cae en manos de la corona estaremos malditos, sabes el inmenso caos que desataría, las plagas de Egipto son nada en comparación al apocalipsis que esto traería, solo tu puedes hacerlo Joanne —espeta, sorbo por mi nariz, mi labio tiembla, estaré sola con una gran responsabilidad, no solo cargo con el secreto del padre de mi hijo, también debo proteger el legado familiar. —Lo juro, madre —susurro y lleva sus manos a su cuello, se retira el collar que lleva consigo entregándomelo. —Esto te protegerá de la corrupción, jamás lo quites de tu cuello, sé dice que fue del mismo Cipriano de Antioquía. —No me lo quitaría nunca porque para mí representa tú esencia, madre —respondo, me pongo de pie y la estrecho entre mis brazos dando un sollozo. —Calma, sé fuerte, ahora debes irte —dice rompiendo el abrazo, se acerca hasta la mesa y toma una cesta —. Un poco de comida, necesitas fuerzas. Suelto una pesada respiración, la tomo y de la percha agarro una caperuza para protegerme de la brisa nocturna, me la pongo encima y le doy una última mirada a mi madre. —Hasta la otra vida, madre —digo con pesar. —Hasta la otra vida, hija mía —responde, me giro y con mis ojos llenos de lágrimas, abro con sumo cuidado la puerta trasera, no debo hacer ruido, salgo de la choza y camino un par de pasos acostumbrando mis ojos a la obscuridad de la noche, escucho el ulular de los búhos, al igual que los gritos de los vecinos, seguro siguen castigando de una forma cruel a la pobre Mary, tomo una profunda respiración, mi pulso se acelera, cierro mis ojos armándome de valor y al abrirlos tengo el impulso de correr, huyo hacia el bosque lo más rápido que puedo y sin mirar atrás. —¡Guardia real! —escucho el grito del militar y el sonido de la puerta cayendo, me oculto entre los arbustos y me cubro la boca con una de mis manos al ver sombras dentro de lo que alguna vez fue mi hogar. —¡Llévenme, miserables cobardes! —grita mamá, a pesar de que me encuentro a una considerable distancia, escucho fuerte y claro, forcejeos y caballos, estas son las últimas palabras que oiré de su parte, una mujer valiente que quizás su único pecado fue tener educación, cuidar de los desvalidos y proteger el libro, cierro mis ojos tratando de contener el llanto, la tristeza me invade de tal manera que mi corazón se rompe en pedazos, como si miles de cuchillas lo perforaran, no puedo quedarme más tiempo, me pongo de pie saliendo de mi escondite y continúo mi camino hacia la cueva cerca del río sur,  una vez ahí debo esconderme un tiempo, no puedo salir de la comunidad, todo está siendo vigilado por los guardias de sir William, debo esperar a que nazca mi hijo y luego ir a donde los Foster, sí bien, John me pidió no involucrarlo con rumores de un hijo bastardo, necesito que él se encargue de la criatura, a fin de cuentas es cercano al reverendo Parris, quien podría admitirlo en su refugio de huérfanos. Esta criatura que llevo en mí vientre, sabe de mis deseos, cada día le hablo de lo que somos, brujas, y como tales nos protegemos de las fuerzas del mal, en cualquier forma en que se nos presente, es por ello que, aunque termine criado por un clérigo, su sangre lo llamará, haciendo que retome el camino que hemos seguido por generaciones, pero no lo dejaré desvalido, es ahí que John entra en juego, deberá entregarle una carta cuando tenga la edad suficiente, una que escribiré a detalle ahora que aun hay tiempo, solo él podrá seguir las tradiciones y compromisos que tenemos como familia. —Ya hemos llegado —musito quedo al estar frente a la cueva, papá solía traernos a este sitio para recoger leña mientras él cazaba, más de una vez tuvimos que quedarnos aquí a causa de la lluvia, sé a donde lleva cada uno de los túneles que hay en su interior, y la amplitud de estos, algo que Jane jamás quiso hacer, siempre fue una niña cobarde con escaso sentido de aventura; Me adentro en esta y recorro el muro con las yemas de mis dedos, respiro hundo, el olor a musgo es algo fuerte, más no desagradable, a tientas llego hasta la mesa de roca que labró mi padre y tomo un par de piedras que usábamos para prender fuego, tanteo además algo de yesca, me pongo manos a la obra golpeando las piedras entre sí, logro encender la yesca con la chispa, es maravilloso el hecho de haber estado usando esto como nuestro almacén de leña, tomo un madero de un costado de la mesa alimentando el fuego, debo mantenerme caliente durante la noche, pero con luz suficiente para iluminar sin llamar la atención de los curiosos que merodean por la zona. —Vamos a estar bien aquí, hijo, creo que merecemos descansar —murmuro mientras acaricio mi vientre visible, según mi madre ya falta poco tiempo para que nazca, aun no estoy segura, pero tendré que traerlo a este mundo sola, ahora entiendo porque me hizo asistirla en tantos partos, solo así aprendería a manejarlo por mi misma, saber lo que se tiene que hacer, lo que hay que cortar, como manipular, todo lo que una partera debe saber, me insistió más cuando sé enteró de mi estado, somos una familia pobre, así que no aspiramos a tener un esposo de familia acomodada, no tenemos los recursos para conseguir una dote adecuada para ello, así que solo me advirtió lo difícil que sería ser una madre soltera, acepté los riesgos, aunque por un momento creí en John y sus promesas de amor, pero jamás se atrevió a dejar a su familia, aunque Katherine sabía de nuestro amorío; me recuesto en el suelo, usando mi bolso para recargar mi cabeza y la caperuza como manta, suspiro cerrando los ojos mientras sigo acariciando mi vientre. —Mamá te protegerá.     ******            ******   El temible cambio de estación llegó rápido, esta cueva ha sido mi refugio, los conocimientos otorgados por mis padres me han servido para sobrevivir, a hurtadillas, he podido ir a lo que una vez fue mi hogar, ahora una choza abandonada, de la cual pude tomar prendas y algunas cosas que me fueran de utilidad, todo de noche sin llamar la atención, escuché los cuchicheos de los aldeanos, el último en ser juzgado ha sido el señor Wardwell, otro más en ser torturado estirándolo en la plancha hasta desfallecer para luego ser desmembrado y destripado aún con vida. Los guardias no han logrado encontrarme, hace unas cuantas semanas tuve que asistirme sola en el parto, fue difícil, más no imposible, pude prepararme con agua del río y sábanas, las dagas fueron de utilidad cuando tuve que cortar el cordón y fue increíble el no morir de alguna fiebre puerperal, todo gracias a las infusiones, recetas de mi madre, el resultado, una hermosa pequeña de cabellos rubios que he llamado Abigail, Abigail Rose Alden, no le pondría Foster como su padre, debemos mantenernos ocultos sin que la verdad salga a la luz. —Ya Abigail, aquí está mamá, cariño —digo tomando a la pequeña en brazos al escuchar su llanto, me acomodo en la cama que he improvisado y saco uno de mis pechos para amamantarla. —¿Joanne? —me quedo petrificada al escuchar la voz de mi hermana desde la entrada de la cueva, aguardo un momento hasta que logro tranquilizar a la pequeña Abigail dejándola sobre la cuna que yo misma hice para ella. —Joanne ¿Estás aquí? —camino saliendo de uno de los túneles al escuchar su voz nuevamente, una vez fuera veo en el acceso de la cueva a mi hermana, su piel pálida resalta aun más con su túnica blanca de monja, es nauseabunda, ¿Cómo se atrevió a renegar de nosotros de esa manera?, sus cabellos tan rubios como los míos yacen ocultos bajo la tela que cubre su cabeza mientras que sus ojos castaños, el mismo color de ojos que mi padre, me observan con suma cautela. —¿Qué te trae por aquí, Jane? —pregunto con impaciencia, ella hace un mohín y se acerca un paso más, haciendo que mis sentidos se disparen. —Supe lo de mamá, es triste. —Sí, es lo que los de tu iglesia hacen, matan a las personas inocentes sin piedad. —Mamá no estaba bien. Sus declaraciones hacen que mi sangre hierva, apuño mis manos a los costados —¡Si lo estaba! —vocifero —. No te atrevas a hablar de ella en mi presencia, te aprovechas de que está muerta y no se puede defender. —Tu estás mal Joanne, solo mírate —dice señalándome —. Esos andrajos no te van, estás sucia. —No estaría así si tu gente no nos cazara como ratas —mascullo, mi mandíbula se tensa, y veo el miedo en los ojos de la que una vez consideré mi hermana. —Ustedes se lo han buscado, yo no te he delatado, pero debes entregarme el grimorio, te prometo salvación, solo entrégamelo, hermana. —¿Salvación? ¿Estás demente? ¿Cuál es tu salvación? ¿Ser purificada en la hoguera? ¡Jamás! —grito haciendo ademanes —. Eres una vergüenza para nuestra familia, Jane, mírate, una esclava de la iglesia, ya no se si de Roma o de la iglesia de Inglaterra, cualquiera de las dos opciones, te has corrompido y renunciaste a proteger a la humanidad. —¡Basta de mentiras, Joanne! Ustedes no saben nada — chilla acercándose un par de pasos a mí —. No conocen la verdadera luz. —Estúpida perra de dios. —¡Hereje! Entrégame el libro o sufrirás las consecuencias. —Jamás, escúchame bien, Jane, jamás obtendrás el libro. —Entonces que dios te perdone —dice quedo y de sus túnicas saca un cuchillo abalanzándose sobre mi haciéndonos caer a ambas al suelo, sujeto sus manos deteniendo su puñalada, está fuera de sí, se ha vuelto una fanática, el fuego en sus ojos me hace darme cuenta de que mamá tenía razón, no tendrá piedad y me asesinará, nos hago girar quedando sobre ella, tuerzo sus manos haciendo que el cuchillo se posicione cerca de su cuello. —Deja esta porquería, Jane. —¡Jamás! ¡Bruja, bruja! —comienza a gritar cómo si de una posesa se tratara, escucho el llanto de mi bebé, los labios de Jane se curvan en una sonrisa siniestra. —Entonces tienes a una criatura mal nacida, lo voy a purificar —dice entre dientes, mi ira se dispara, no va a dañar a Abigail, haciendo uso de mi peso hago que el cuchillo se clave en su cuello, la sangre fluye a borbotones y veo como su mirada se va perdiendo, me horrorizo al ver tal escena, acabo de matar a alguien, mis manos tiemblan, me arrastro alejándome de ella y veo como se desangra mientras los sonidos ahogados de quejidos se van extinguiendo, su túnica blanca se vuelve escarlata y su sangre forma una gran mancha en el suelo, mis ojos se cristalizan con las lágrimas contenidas, pero el llanto de mi pequeña me hace volver a mi realidad, corro hacia ella y la tomo entre mis brazos mientras lloro. —Perdóname, por favor, perdóname —sollozo dejando fluir mis lágrimas.     ******            ******     El mismo día de la muerte de mi hermana, me deshice de su cuerpo dándoselo de comer a los cocodrilos del río, me aseguré que lo devorarán por completo para no ser descubierta, aunque algo en mi me dice que me encontrarán y me condenarán por su asesinato. Me encuentro en la cueva, la pequeña Abigail descansa velo sus sueños a la vez que escribo una carta, la única y última que redactaré para ella, debo llevarla ya con John, no tengo salida, sino perderé el valor y no podré separarme de ella, nos condenaría a ambas. El amanecer está por llegar y con ello, mi último acto, tomo mi viejo bolso de cuero y en este meto la carta y algunas prendas que hice para mi bebé, me pongo la caperuza encima y tomo a la pequeña en brazos, la hora a llegado, armándome de toda la voluntad que poseo, salgo de la cueva, el viento sopla una ventisca helada que choca contra mi rostro. —Prometo que estarás a salvó, Abigail —afirmo abrazándola firmemente mientras atravesamos el bosque, en esta época del año, su aspecto suele ser terrorífico, dando una vista un tanto espectral con esas ramas quebradizas carentes de hojas, incluso los ruidos de los animales disminuyen, dando como resultado un silencio sepulcral que solo se rompe con el crujir de las ramas bajo mis pies. Pronto estamos fuera del bosque, cautelosa avanzó por las calles de Salem, las cuales yacen silenciosas, salvo por los cuchicheos de algunas personas, seguro relatando quien fue el último en ser sometido a juicio. —¿Joanne? —pregunta la anciana frente a mí a la cual identifico cómo Sarah Cloyse, le hago una seña indicándole que guarde silencio y me acerco cautelosa hasta ella. —Tu no me has visto —susurro, ella asiente—. ¿Sabes si John Foster sigue en la aldea? —Si, su prima Ann murió en prisión, él estuvo a punto de ser juzgado, pero el reverendo Parris intercedió por él —explica, veo algo de miedo en sus ojos, aquí se han desatado cosas malas en los últimos meses. —Ya veo, debo verlo —espeto, cuando estoy por tomar camino, me sujeta por el brazo, la cabeza de Abigail se descubre y los ojos de Sarah se abren cuál platos. —El rumor es cierto, tu tienes una hija, ¿Es cierto que es del diablo? —pregunta haciéndome enojar al instante, niego con la cabeza enérgica, no estoy para explicaciones, cubro la cabeza de Abigail y decido retomar mi andar. —Tu no sabes nada, Sarah —musito alejándome de ella hacia la casa de los Foster. Los aldeanos me observan, miro a mi alrededor sin dejar de caminar a paso rápido, me acerco a mi destino por el lado de las caballerizas, John suele estar más tiempo con estos animales que con su familia, a hurtadillas entro y justo frente a mí, él cepillando a uno de los caballos. —¿John? —murmuro, se gira hacia mi y al verme es cómo si de un fantasma de su pasado se tratara, sus ojos reflejan miedo, el cepillo cae de sus manos y se acerca deprisa. —Te dije que no me buscaras nunca, Joanne, Rebecca está en cinta, no puedo arriesgar a nuestro hijo por ti —dice frunciendo el ceño, su noticia me hace sentir un hueco en el estómago, era de esperarse que yo solo represente una aventura que cayó en falsas promesas de amor, pero no es el momento de autocompadecerme, necesito actuar ya. —Necesito tu ayuda, aún hablas con el reverendo Parris ¿Cierto? —Si, ¿Qué hay con eso? —pregunta, descubro a la pequeña y sus ojos se abren cuál platos. —¿Es, es, m-mía? —balbucea cuestionándome, niego con la cabeza y frunzo el ceño. —Ella no tiene un padre, es mi hija, se llama Abigail Rose Alden —respondo firme, se acerca un paso más. —No me la niegues por favor. —Tu pediste que no hablara, que no te involucrara con un hijo bastardo, así que Abigail es solo mi hija, pero vengo aquí a pedirte un último favor, moriré pronto, John, necesito que lleves a la pequeña al refugio de huérfanos del reverendo Parris… —¡Pero es mía! —interrumpe—. No puedo hacer eso, ¿Cómo eres capaz de pedírmelo? —De la misma capaz que tú fuiste capaz de abandonarme estando embarazada —mascullo molesta—. Solo haz lo que te pido, no te involucraré en escándalos de hijos bastardos —inquiero—. Yo si cumplo mis promesas John, así que solo cuida que no le falte nada mientras esté en la casa de huérfanos y cuando esté en edad, le entregarás esto —mientras con un brazo sostengo a la criatura, con la otra mano me retiro el bolso entregándoselo—. Escribí una carta para ella, solo ella podrá leerla, júrame que harás lo que te pido, John. Suelta una pesada respiración, toma el bolso y mira hacia la pequeña. —Lo prometo —declara—. Velaré por ella y haré lo que pides. —Gracias —musito, beso la frente de la pequeña, mi corazón se estruja, no quisiera abandonarla, pero no hay otra salida—. Te amo, Abigail —sollozo, John me da una última mirada y salgo a toda prisa del lugar, con mi alma destrozada, pero con la esperanza de que mi pequeña vivirá y estará bien.     ******            ******     —Joanne Rose Alden, se ha condenado a la hoguera por hechicería y homicidio, hemos encontrado un collar propiedad de su hermana Jane entre sus pertenencias, asesinó a una cierva de Dios —dice el que ahora se convierte en mi verdugo, estoy atada a una viga, hay leña a mis pies, hoy es el día de mi muerte, pero no me arrepiento, los aldeanos me observan, entre estos, el que alguna vez fue mi amado John, cierro los ojos un momento y trago en seco. —Diga sus últimas palabras —espeta sir William con una sonrisa lobuna, lo fulmino con la mirada. —Mi nombre es Joanne Rose Alden, he sido condenada por un tirano sin corazón que vive en la ignorancia y el fanatismo… —los murmullos y abucheos se hacen presentes, aún así decido seguir, ya no tengo nada que perder—. Recuerden mis palabras, un día se hará justicia y este hombre será quien se encuentre condenado en la hoguera, mi único crimen es ser mujer, que su dios los perdone —finalizo, el verdugo arroja la antorcha a la leña y las llamas comienzan a cubrirme, el calor es increíble, me siento desfallecer, el dolor me invade y en un grito silencioso pido por una muerte rápida, adiós para siempre, hija.  

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