—Querida Loraine, debo ir a trabajar porque los gastos de esta casa no dan espera, pero es importante que sepas que tú también debes ir a trabajar para costear la mitad de las expensas —la dulce voz de Devora me sugería mi futuro.
—Sí, lo sé. Por un par de meses tengo unos ahorros para poder sobrevivir. Déjame ir a mi casa, buscar mi tarjeta y traigo el dinero —respondí.
—Vale, preciosa. Es importante porque Julius está perdido. Parece que tiene problemas con un clan de mafia, así que no creo que quiera costear tus gastos por ahora —dijo, lanzándose a mí para darme un beso de despedida.
Me vestí con lo más decente que me quedaba en mi armario y salí hacia la casa. Esa aún era mi casa, y tenía derechos sobre ella. Intenté abrir con la llave la puerta, pero me di cuenta de que mi esposo había cambiado las cerraduras. Comencé a timbrar como loca y, al poco tiempo, él salió. Cuando me vio, sus ojos cambiaron de color, sus pupilas se oscurecieron y su ira era demasiado evidente.
—¿Qué estás haciendo aquí, Loraine? —preguntó.
—Emanuel, quiero hablar contigo, por favor —dije, dejándome llevar por el sentimiento repentino y sintiendo unas alarmantes ganas de pedirle perdón.
—No tienes nada que hacer aquí. Lárgate, por favor —respondió él.
—Aún me faltan algunas cosas por recoger. Déjame seguir y saludar a mi hija. Estoy en todo mi derecho —insistí.
—No, tú ya no tienes derecho sobre tu hija. Resulta que solicité el divorcio y con él, la custodia de mi hija. Un juez definirá según tu comportamiento si tienes derecho a verla de nuevo —me dijo con frialdad.
—Emanuel, eres un hijo de puta —le espeté.
—Y tú eres una puta. Ah, y si venías buscando tu dinero, pues ya no hay nada. Tomé lo que me debías de todo el tiempo que te mantuve en tus cirugías y gastos desmedidos. Además, lo que había en tu cuenta personal lo solicité para la manutención de la niña. Así que espero que eso no te moleste —añadió con desprecio.
—¿Qué hiciste qué? —pregunté incrédula.
—Lo que escuchaste. Ahora lárgate de aquí. Si algún día vendo esta casa, te doy tu parte. Oh, no es cierto, esa le corresponde a tu hija. Solamente revisa tu correo electrónico constantemente. Allí te llegará la citación correspondiente ante el juzgado —concluyó, cerrándome la puerta en la cara sin oportunidad de decir nada.
Me aferré a la puerta, golpeándola mientras gritaba:
—Emanuel, Emanuel, no me hagas esto, por favor, Emanuel...
Caí de rodillas frente a la puerta de la que había sido mi casa por años, comenzando a llorar con una gran tristeza. Añoraba alzar y abrazar a mi pobre hija. Había olvidado cuándo fue la última vez que había besado sus tiernas mejillas.
Mi cabeza dolía, mi vida dolía, y ahora me sentía más sola que nunca. No tenía familia, no tenía a mi hija, mis padres me odiaban, mis amigos me habían dado la espalda. Tenía solo unos cuantos cientos de dólares en mi vida, y ni siquiera tenía un lugar donde dormir.
Lo único que tenía en ese momento era mi cuerpo.
Di muchas vueltas antes de llegar nuevamente a la casa de Devora. No quería entrar en ese lugar, y mucho menos con su advertencia de que necesitaba dinero. En pocos días llegaría Julius, y debía suplicar por su ayuda. Él me había metido en todo esto, él tenía que sacarme.
Cuando llegué a la casa, unos fuertes gemidos me impresionaron. Exactamente no eran gritos, eran gemidos. Entré lentamente y sin hacer ruido. La habitación de Devora estaba con la puerta abierta. Me asomé por la abertura y me di cuenta de que no estaba sola.
Devora estaba contra la pared mientras que un hombre bastante mayor la estaba penetrando por la espalda. Yo sabía que ella estaba fingiendo con sus gritos exagerados, pero el hombre le decía una cantidad de improperios.
—¡Grita más duro, dime que sientes mi polla! Si gritas más duro, ¡más dinero te daré! —exclamaba el hombre.
Ella comenzó a gritar como si le estuvieran haciendo daño. La escena no me causó excitación, por el contrario, sentí un completo repudio por el hombre que estaba sobre ella. Con eso confirmaba que efectivamente ella era una prostituta. Ahí comencé a entender que lo que me había dicho sobre Julius no era cierto. Era un engaño, un mero truco para que cayera en sus redes.
Me puse demasiado enojada y me metí en el pequeño cuarto de huéspedes. No sé por cuánto tiempo más duraron sus gritos. Solamente puse una almohada en mi cabeza y me puse a llorar. Me quedé dormida en medio de mi llanto, y me desperté de un sobresalto cuando mi teléfono sonó.
¡Era Julius!
—Julius, mi amor, ¿ya regresaste? —dije con un tono de voz desesperado.
—Hola, preziosa. Precisamente quería decirte que no sé cuándo vaya a regresar, pero no te preocupes por nada. Todo va a salir bien. Sé que te has portado a la perfección, así que no te preocupes. Cuando regrese, serás la niña de papá —respondió con su característico tono seductor.
—Julius, necesito decirte algo.
—Dime, preziosa.
—No tengo dinero, lo perdí todo, y necesito dinero para mantenerme.
—¿Y qué quieres que yo haga, princesa? —su respuesta me dejó helada, no esperaba esa frialdad.
—Necesito que me prestes dinero, una buena suma para al menos pagarle un mes aquí a Devora, ya que me está pidiendo lo de la manutención y es bastante.
—Hmm, pero que esto no se te vuelva costumbre, Loraine. Tú hiciste todo esto bajo tu propia voluntad, así que tú debes hacerte cargo.
—Pero pensé que…
—NO, así no funcionan las cosas. Te enviaré una suma a tu cuenta, pero tienes un mes para pagarme.
—¿Qué? —pregunté, completamente sorprendida. Esto debía ser una broma, una pesadilla.
—Preziosa, el dinero no brota de los árboles, hay que ganárselo —sentenció.
—Pero, Julius, tú tienes mucho dinero…
—Sí, pero lo he trabajado. Nadie me lo ha regalado, linda. Espero que me pagues. No sé cuándo regresaré. Adiós.
Me colgó, dejándome sin palabras. Minutos después llegó la notificación del banco sobre la transferencia que me había hecho. Lo peor es que solo me había enviado lo suficiente para sobrevivir un mes, no me quedaba un centavo libre para nada.
Salí para ver si Devora ya había sacado al hombre de la casa. Efectivamente, estaba sentada en su sofá, visiblemente drogada. Sus ojos estaban perdidos en otro mundo, y su rostro reflejaba cansancio y ansiedad.
—Ven, mi linda, prueba este cigarrillo, está de locos —me dijo con un tono ausente.
—No quiero nada de eso. Vengo a darte el dinero de la mensualidad —respondí, tratando de mantener la compostura.
—Dinero, qué bueno, porque todo en esta vida es dinero, y hay que trabajarlo, ¿verdad, mi linda? —sus palabras resonaron de manera similar a las de Julius. Supongo que él había sido su maestro en este aspecto, enseñándole a trabajar de esa manera para solventar sus gastos.
—Hablamos mañana, cuando estés en mejor estado —dije, intentando dejar atrás la incomodidad.
—Loraine, después de conocer a Julius, nunca más vas a volver a estar en otro estado —su risa malévola resonó mientras seguía fumando. Me encerré de nuevo en la pequeña habitación, sumergiéndome en mis pensamientos. Definitivamente, esa no era la vida que quería para mí. Pero tal parecía, que era demasiado tarde.