Me dejé llevar por el momento, sincronizándome con él en un mismo ritmo. Aunque no dominaba completamente el arte del sexo oral, ¿qué importaba? Estaba completamente inmersa en la euforia del momento. Retiró su m*****o de mi boca y, con una botella en mano, vertió un chorro directamente en mi garganta. El licor resbaló por mi piel, regando mis senos, mientras él me contemplaba con una sonrisa pícara.
—¿Ves? Si quieres... — murmuró con un tono salvaje, antes de empujar nuevamente su m*****o en mi boca, incitándome a succionarlo con desenfreno. Devoraba mi boca con pasión, y podía sentir la tensión de sus venas palpitando dentro de mí. Mis movimientos eran una combinación de succión y masaje, potenciados por el efecto embriagador del alcohol que había ingerido. De repente, su cálido líquido se derramó sobre mi rostro, sin siquiera darme cuenta.
Me levanté con vergüenza, buscando algo en mi bolso para limpiarme, pero él me detuvo tomándome del brazo y me obsequió un dulce beso.
—Te marcharás así, sin limpiarte —inquirió él con voz firme.
—Debo regresar a casa, ya es muy tarde —respondí con premura.
—No me importa. Te irás así. Quiero que tu marido se dé cuenta —insistió, desafiante.
—No, eso está fuera de discusión. Mi matrimonio no tiene nada que ver con esto —afirmé con determinación.
—Bien, la verdad es que no me afecta. Solo cúbrete esos senos y vete de inmediato. Te daré instrucciones —sentenció.
—¿Qué? ¿Así nomás? —mi incredulidad se reflejaba en mi rostro.
—¿Quieres más? —me miró sorprendido, como si no pudiera creerlo.
—No, quiero largarme de aquí —exclamé, salí, corriendo como pude. Sentía un olor terrible en mi boca, una mezcla de alcohol y su sabor, y me sentía morir por dentro. Agarré las llaves de mi auto y, sin importar lo que él dijera, tomé unos paños húmedos para limpiarme. Aunque me sentía completamente desvergonzada, no me arrepentía. Tenía una sonrisa estúpida de satisfacción en mi rostro. Me había convertido en el deseo del hombre más sensual de toda Italia, y ¿cómo resistirme a sus encantos, incluso si era un manipulador por naturaleza?
Al llegar a mi auto, revisé mi teléfono que había dejado dentro. Un mensaje captó mi atención:
«No olvides las instrucciones. Cambia tu forma de vestir para ir al trabajo. Debajo del guantera hay una tarjeta dorada que podrás usar para comprar lo que necesites. Lleva la ropa más atrevida que encuentres, no dejes de ir al gimnasio a cuidar de tu cuerpo y, una vez a la semana, te tocarás a ti misma pensando en mí y grabarás el video para enviarlo a este mismo número. No preguntes nada, no digas nada. Solo quiero verte sensual en tu trabajo, que todos deseen verte.»
Dos mensajes más sin leer:
«Amor, ¿dónde estás? Estoy preocupado por ti» Era Emanuel, preocupado por mí a pesar de que ya era tarde y estábamos en pleno placer. Le respondí rápidamente.
—Ya voy, amor. Me quedé con unos colegas del trabajo, perdóname por no avisar —me disculpé mientras salía apresuradamente. Al llegar a casa, encontré a mi esposo y a mi hija ya dormidos. Me apresuré a ducharme y dejé la ropa en la lavadora, sin querer que notaran nada fuera de lo común. Me acosté a su lado y él, medio dormido, me abrazó. Esa noche, ni siquiera pude conciliar el sueño. Sentía que mi vida estaba fuera de control y no estaba siendo consciente de las consecuencias. Estaba poniendo en riesgo a mi familia por un hombre que apenas conocía.
Aunque ya lo había dicho, repetirlo no estaba de más: por la mañana siguiente, me levanté decidida a dejar por completo al mafioso. Jamás volvería al gimnasio y mucho menos respondería a los mensajes de Julius. Guardé su tarjeta dorada en un lugar seguro, por si acaso él la reclamaba de vuelta. Era mejor estar prevenida.
Durante los siguientes tres días, llegué a casa temprano, me enfoqué al máximo en mi trabajo y seguí con mi rutina habitual, como si nunca hubiera conocido a Julius Ricci. Una sensación de tranquilidad empezó a invadir mi corazón, y con muchas oraciones pidiendo perdón por mis errores, consideré que ese capítulo de mi vida había terminado.
Al salir del periódico, me dirigí a recoger a mi hermosa hija. Estacioné mi auto frente al jardín de la escuela, lleno de padres esperando. La profesora me recibió con una gran sonrisa y dejé a mi hija en la parte trasera del auto. Cerré la puerta y, sintiéndome la madre más feliz del mundo, me preparé para regresar a casa. De repente, dos golpes fuertes en la ventana de mi auto me sobresaltaron. Mi corazón se aceleró y los nervios me invadieron. Quería arrancar el auto, pero estaba paralizada.
Una sonrisa encantadora apareció frente a mi ventana: esos dientes blancos como diamantes, esos ojos oscuros y un traje tan elegante como su mirada. Era él.
—¿Qué estás haciendo aquí? — le digo a Julius mientras mi voz quebrada trata de coordinar palabras
—solamente quería recordarte algunas instrucciones, que por lo visto has pasado completamente por alto, por cierto, que bella hija tienes— el pánico me consume de inmediato, pero al mismo tiempo unos deseos inmensos de que él me tome por la cintura y me devore
—Quiero decirte que no estaré en este juego, que no estoy dispuesta a estas cosas y estoy más que segura que no puedes obligarme
—En eso tienes la razón, no puedo obligarte, pero ¿sabes algo? No necesito hacerlo, puedo oler como tu piel me desea, tanto o más de lo que te deseo yo a ti—
—Estas completamente equivocado, no te deseo de ninguna manera, ahora retírate de mí auto, estas causando una mala imagen de mi delante de los otros padres de familia— siento como muchos de los que estaban presentes se quedan viéndome, para nadie era un secreto quien era yo y claramente quien era Julius .
—Bueno, si no quieres que a diario venga a acompañarte a recoger a tu pequeña hija, debes obedecerme, o me vere en la tarea de mostrarle nuestro video a tu adorado esposo, también lo he visto venir por tu hija—
—¡Eres un maldito psicópata! no voy a permitirte que arruines mi familia— Julius mete su mano por la ventana y me toca directamente la entrepierna, yo ni siquiera puedo inmutarme, comienza a tocarme descaradamente, me mira fijamente a los ojos, soy tan débil que se da cuenta de que está causando estragos en mí, me desespero por sentir sus dedos más fuerte dentro de mí, pero lo estaba haciendo sobre mi pantalón, por fortuna mi hija va en su silla de bebe en la parte de atrás, ni se da por enterada, él dura como unos tres minutos tocando mi entrepierna y me estremezco, deseaba que me acercara su boca y devorársela toda, pero no era ni el momento ni el lugar indicado, no sé cómo hizo una maniobra y ya tenía su mano por debajo del pantalón, rozando mi velluda pelvis, sus largos dedos me alcanzan a rozar mi clítoris, y estoy gimiendo, sí, me estoy mojando.