Al despertar al día siguiente, me invadió un terrible remordimiento. Me había comportado miserablemente el día anterior, y eso no estaba bien. Mi esposo ya estaba despierto, organizando todo como de costumbre para que pudiéramos volver al trabajo, algo que no me apetecía en absoluto. Mi conciencia pesaba no solo por lo que estaba sucediendo con Emanuel, sino también por el daño que le había causado a mi asistente.
Aunque sería bastante cobarde de mi parte no presentarme al trabajo, no tenía ninguna excusa válida para ausentarme. Así que, simplemente, me quedaba levantarme de la cama y enfrentar las consecuencias de mis acciones.
Me dirigí a la cocina, donde Emanuel me miró con preocupación. La noche anterior le había dicho cosas hirientes, que ni siquiera valía la pena recordar.
—Hola, ¿cómo dormiste? —pregunté, tratando de romper el hielo.
—Hola. No muy bien. ¿Y tú? —respondió él con tono apagado.
—Más o menos. Voy a preparar a Evelyn para el jardín —dije, intentando desviar la conversación.
—Está bien —contestó él, con un tono de voz bastante abatido.
—Emanuel, cariño, quiero pedirte disculpas por la discusión de anoche. Sé que dije cosas muy hirientes y no las merecías. Espero que puedas perdonarme. Estaba un poco estresada —le expresé sinceramente.
—Está bien, Loraine. Lo importante es que lo reconozcas y que sepas que todo se puede dialogar en buenos términos —respondió él con una sonrisa comprensiva, lo cual me alivió un poco. Me dirigí hacia la habitación de mi hija, pero el sentimiento de culpa seguía latente en mí.
Tenía que volver al trabajo; dejarlo no era una opción. Así que me vestí como de costumbre, dejando de lado las demandas de Julius. No estaba dispuesta a cumplir nada si él no cumplía conmigo.
Al llegar a la oficina, seguía siendo el centro de atención, tal vez debido a mi repentino cambio de actitud. Mauro ya me estaba esperando, con una expresión de felicidad en el rostro. Cuando me vio, parecía querer saludarme con un beso, como si tuviéramos alguna clase de intimidad.
—¿Qué te sucede, Mauro? —le pregunté, mirándolo con desdén.
—¿Qué pasa, Loraine? ¿Por qué me estás tratando así? —respondió él, con un tono de reclamo.
—Eso mismo te pregunto yo. ¿Por qué me estás tratando como si tuvieras confianza conmigo? —contraataqué, sintiendo un nudo en el estómago.
—Pensé que después de lo que ocurrió ayer, entre nosotros... —comenzó a decir, con una expresión confusa en su rostro.
—Lo sucedido entre nosotros ayer quedará en su memoria. No se equivoque, conmigo no ha ocurrido nada. Ahora, vuelva al trabajo si no quiere ser despedido —dije con firmeza, ignorando el brillo fugaz en los ojos de Mauro. Era eso o permitir que las cosas se descontrolaran, y no estaba interesada en enredarme con ese joven.
—Claro, señora, como usted diga —respondió él, con un brillo de decepción en su mirada, pero no podía hacer nada al respecto.
Durante la mañana, Mauro apenas me dirigió la palabra, pero eso no me preocupaba. Lo que realmente me inquietaba era la ausencia del mafioso. Debía haberle sucedido algo grave. Si había algo que no soportaba eran sus repentinas desapariciones, que me dejaban pensando en él constantemente.
Cuando la tarde estaba por terminar y pensé que no volvería a hablar conmigo, recibí un mensaje repentino en mi teléfono.
«Te espero en el bar. No has sido una buena chica. Mereces un castigo.»
¿Un castigo? ¿Qué le pasaba por la cabeza a ese loco? No permitiría que se saliera con la suya así como así. Me puse el abrigo y salí hacia el bar sin dudarlo. No permitiría que él me hiciera esperar, y yo tampoco lo haría con él.
Entré con paso decidido, sin siquiera mirar a mi alrededor. Me dirigí directamente hacia donde sabía que él estaría. En mi distracción, choqué con un hombre.
—¡Ten cuidado, imbécil! —exclamé, molesta.
—Wow, wow, ¿Loraine? Por supuesto que tendré cuidado para no volver a chocarme contigo —respondió una voz que me dejó paralizada de inmediato. Era Ángel, el mayor de los Ricci, y lucía más imponente que nunca. Aunque lo reconocía internamente, no podía negar que estaba impresionada por su apariencia. Estaba vestido con un traje oscuro que se ajustaba a su escultural cuerpo.
—Ángel, no me di cuenta de que eras tú —le dije, sintiendo cómo mis mejillas se sonrojaban bajo su mirada.
—No te preocupes. Suelo ser invisible para el mundo, y a veces me gusta así —respondió él con un guiño, lo cual me puso nerviosa. Sin embargo, seguía centrada en mi objetivo y dirigí mi mirada hacia la mesa de Julius, pero él no estaba allí.
—¿Estás buscando a mi hermano? —me preguntó Ángel.
—Sí, precisamente a él —confirmé.
—Llega después de las seis de la tarde. Pensé que lo sabías, y son las cinco. Regresaré sobre esa hora si quieres esperarlo conmigo —me informó Ángel.
Me sentí estúpida. Julius nunca me había dicho una hora exacta, pero siempre nos encontrábamos alrededor de las siete de la noche. No era necesario que me lo mencionara en ese momento.
—Pues bien, lo esperaré entonces —dije, arreglando mi abrigo y disponiéndome a dirigirme hacia una mesa, pero Ángel me detuvo.
—¿Qué te parece si tomamos algo mientras lo esperas? Este no es un buen lugar para una mujer sola como tú, especialmente después de lo que pasó anoche —propuso Ángel.
Me quedé mirándolo confundida. ¿Cómo era posible que Ángel estuviera al tanto de todo lo que yo hacía?
—¿Me espías siempre que vengo? —le pregunté, sintiendo un leve enfado.
—No, querida Loraine. De hecho, no soy como mi hermano. No me malinterpretes. Lo que sucede es que siempre que vienes, haces algunas cosas que realmente te convierten en el centro de atención. Incluso algunos clientes del lugar han preguntado si tienes alguna tarifa —explicó Ángel, cruzando los brazos y cambiando su expresión, como si le molestara decirme eso.
—¿Cómo es posible? ¿Julius volvió a transmitir en vivo todo lo que estaba haciendo con él? —pregunté, sintiendo un nudo en el estómago.
—¿Con él? —me miró sorprendido.
—Sí, con él. Tú sabes a qué me refiero —respondí, sintiendo una mezcla de vergüenza y enojo.
—Ven, querida Loraine. Tenemos algo de qué hablar —dijo Ángel, tomándome por la espalda y llevándome a una parte más tranquila del bar, lejos del bullicio. Era un espacio más discreto, que no conocía.
—Dime, ¿qué tienes para decirme? —pregunté ansiosa.
—¿Quieres beber algo? —preguntó Ángel.
—No, solo quiero que me digas lo que tienes para decirme —respondí, sintiendo la tensión en el aire.
—Bueno, entonces seré directo. Ian, el cantinero con el que estuviste la otra noche, es solo un lacayo más de mi hermano. Te sedujo para que complacieras uno más de los caprichos de Julius. Pero quienes realmente te hicieron esas cosas, como tocarte y besarte, tú sabes, no fueron ellos. Mi hermano jamás te tocó esa noche —dijo Ángel, tomando un sorbo de su whisky.
Sus palabras perforaban mi corazón como si fueran un cuchillo. Si no fue él, entonces ¿quién fue?
—No estoy entendiendo absolutamente nada, Ángel. ¿Quién fue? —pregunté, sintiendo una mezcla de confusión y angustia.
—Fueron clientes del bar. No fueron dos, ni tres, fueron varios los que te hicieron esas cosas. Uno intentó abusar de ti, pero yo no lo permití. Loraine, no eres una persona para estas cosas. Puedo verlo en tu rostro —explicó Ángel, y sentí un mareo con sus palabras. Un mar de sentimientos me invadió. ¿Cómo era posible que Julius me hubiera hecho eso? Y luego me hablara como si sintiera algo especial por mí. Tenía ganas de golpearlo.
—¿Estás mintiendo, verdad? Eso no puede ser cierto. Tu hermano, él fue quien me estaba... no puede ser —balbuceé, luchando contra las lágrimas que amenazaban con escaparse.
—Loraine, vete a casa. Sigue con tu vida como si nada de esto hubiera pasado. Eres una mujer diferente a las que les gusta este mundo. Eres una gran profesional y tienes una hermosa familia. Si sigues con mi hermano, muy probablemente la perderás —me dijo Ángel, con una seriedad que me hizo temblar.
—¡No seas ridículo! A ti no te importa lo que pase con mi vida. Eso es mi problema. No quiero que vuelvas a decirme nada. De hecho, no tengo ni idea de por qué me proteges o me dices estas cosas. No debes ser diferente a esos que me tocaron sin mi consentimiento —respondí, con el corazón lleno de furia y dolor.
—Mira, Loraine, te exijo que me respetes. El hecho de que haya nacido en este mundo no me hace igual o parecido a esos cerdos. No debí contarte nada. Debí dejarte morir en tu necia inocencia. Pero como soy un imbécil, así me tratas. Ya puedes irte —dijo Ángel, visiblemente enojado.
Aunque estaba enfadado, pude ver en sus ojos una bondad que no tenía nada que ver con la de su hermano. Era un hombre decente y amable, y no tenía ni una pizca de maldad en su mirada.
—Espero que no vuelvas a entrometerte en mis asuntos. Ahora debo irme —me levanté de la mesa, completamente enfadada, mucho más de lo que ya estaba con Julius. No podía creer lo que me había dicho su hermano. ¿Por qué me hacía esto? Yo cumplía con todo lo que él me pedía. Estaba deseando ser completamente suya y estaba sacrificando todo lo que era importante para mí, incluso mi familia, solo para satisfacer sus estúpidas fantasías.
Pero no se iba a salir con la suya. No iba a permitir que me tratara de esta manera y que yo lo dejara pasar.